Con el invento de la imprenta y ante la inevitable divulgación del libro, la Iglesia ideó el Nihil Obstat ("no hay objeción"), esto es, la aprobación oficial de un censor eclesiástico que supervisaba todas las obras que aspiraban a ser publicadas con la intención de que "el católico pueda estar seguro de que lo que está leyendo es sano". Cinco siglos después esa misma preocupación por preservar el bienestar espiritual de las personas ante las obras de arte sigue estando vigente tanto en las autoridades eclesiásticas como en las civiles. Cuando yo me iniciaba en la lectura estaban prohibidos: La colmena por su "descarno sexual", La regenta por su "lascivia sacrílega", Lolita de Nabokov por pervertida, El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence por sus "escenas de sexo explícito" (era el Cincuenta sombras de Grey de la época… mucho mejor escrito) o Las ruinas de Palmira"del Conde Volney por su ateísmo (este que, no se cómo, mi padre tenía en casa, figuraba en el Index librarum prohibitorum de la Iglesia). Sin embargo, fue sobre todo en el cine donde los de mi generación sentimos todo el peso de la censura especialmente en la exhibición de la anatomía de las actrices en la pantalla. Los cuerpos de Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Elke Sommer eran presas codiciadas de las tijeras de los censores que en lo relativo al sexo no tenían piedad y así las muestras efusivas de cariño, los besos lúbricos, el adulterio o el amancebamiento eran de todo punto inaceptables. El doblaje se convirtió también en una eficaz herramienta de control, alterando los diálogos enmascararon el trasfondo homosexual de Ben-Hur y Espartaco o en Mogambo para evitar el adulterio original entre Clark Gable y Grace Kelly convierten al marido de esta (Donald Sinden) en su hermano, con lo cual, los atónitos espectadores de la época asistíamos a… ¡un incesto! Mención aparte merece el caso de la película de 1959 "La gran aventura de Tarzán. Como ahora ocurre con la serie de James Bond, con el transcurso del tiempo se iba cambiando el actor que encarnaba a Tarzán y concretamente en esta, Lex Barker (primer marido de Tita Cervera) dejó el papel en manos de Gordon Scott (un ex militar y ex bombero devenido en actor). El censor, impresionado sin duda por la apariencia del nuevo rey de la selva, eliminó todas las escenas en que la cámara se recreaba en su definida musculatura porque: "la admiración física hacia el arquetipo masculino puede dañar psíquicamente a los adolescentes poco diferenciados, desviando peligrosamente su atención de la sexualidad femenina". Vamos que Scott poseía -para este particular censor- lo que Vargas Llosa define en La tía Julia y el escribidor como un cuerpo "locura de maricones": "ni gota de grasa, espaldas anchas que descienden por una tersa línea de músculos hasta una cintura de avispa y unas largas piernas duras y ágiles". Con este bagaje de reprobaciones comprenderán que a uno le de risa que ahora se reniegue de Lo que el viento se llevó.

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