Cuando no se acude a las fuentes y se ignora a los especialistas, ocurre lo que en aquel cuartel en el que al organizar la guardia, se situaba a un soldado junto a un antiquísimo banco colocado en el amplio salón al que se accedía tras la puerta principal. Sucesivamente, el oficial, disponía junto al banco a uno de los soldados de guardia. Un buen día llegó un nuevo coronel, que era de esos que se preguntan por el porqué de las cosas. Al encontrarse con el soldado junto al banco, nadie supo explicarle el motivo. De modo que se puso a indagar en los papeles. Cuando estaba a punto de rendirse, dio con un viejo libro en que se detallaban los gastos que ocasionó pintar el cuartel; un apunte señalaba que también se pintara el banco y se colocara un soldado para advertir del recién pintado. Algún oficial se lo encontró así y prefirió no preguntar: la escena se repitió hasta consolidarse.

Algo parecido pasa con Luis Lacy, un general que nació (1775) en uno de los asentamientos militares de San Roque, frente a Gibraltar. Nada relevante hay en su biografía que tenga que ver con la comarca. Como tantos otros hijos de militares, su pueblo natal no pasó de ser una referencia inevitable en su biografía; compleja y misteriosa por cierto, digna de ser novelada, sobre todo para -manteniendo el rigor- echarle imaginación inteligente a los tramos oscuros de su pintoresca trayectoria militar, que empezaría interpretando un rol similar a lo que hoy llamamos "niños soldados" y terminaría, después de mil aventuras y amoríos, con su fusilamiento por una no probada conspiración, en los fosos del castillo de Bellber, en Palma de Mallorca, el día 5 de julio de 1817. Revestido en héroe de la defensa de las libertades frente al absolutismo de su época, el relato de su vida y de sus acciones está lleno de supuestos, medias verdades y errores de arrastre, pero, en todo caso, la figura de Lacy es, por lo menos, muy interesante. En San Roque hay hasta una revista municipal, además de una bella escultura, junto a la que una placa de cerámica, colocada hace un par de años, recuerda la fecha de su fusilamiento, y una calle que le dedicó el municipio en 1887. Sin embargo se echa de menos un estudio serio que descarte afirmaciones sin sentido, como la de adjudicarle un hijo llamado Eusebio, lo que, como algunas otras cosas, no sólo carece de fundamento sino que acumula indicios de ser absolutamente falso.

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