Cambio de sentido

'Goodbye', Johnson

Boris Johnson parece sacado de 'Los cuentos de Canterbury', o de las series 'The Office' y 'The thick of it'

Hay que reconocerlo, el Reino Unido es país y aparte. No me extraña que se arredre y pida para sí seguir siendo muy suyo, con su reina transmutada desde hace ya en icono pop, su zurdera en la caja de marchas, su flema, sus paisajes como de fondo de pantalla de Windows, las libras, la niebla, las moquetas, su variedad de acentos y esa idiosincrasia que se debate, sin solución de continuidad, entre el dandismo y lo cafre. Sostenemos una relación de amor-odio con la pérfida Albión, pues si bien históricamente los hemos tenido más enfrente que a la vera, no pocos españoles impresionables admiran en secreto la guasa sajona (ese witz, más que aje) y los trajes de sastre a cuadritos. Lo primero lo entiendo, desde Blake a Crowley -recomiendo su Yoga para catetos-, pasando por Chesterton y llegando a Russell o a Mary Beard, por poner ejemplos de bulto, me lo paso teta leyendo a ingleses. Lo segundo, no tanto. United Kingdom is different.

Segundo asunto que he de reconocer: Boris Johnson me fascina. No sus políticas -vade retro- sino el personaje estrambótico, su figura despelucada, sus gestos frenéticos, su narcisismo infantil, sus andares descabalados y una mijita melancólicos, la cabeza como un porrillo, la pinta de guiri ensimismado. Lo mismo que no alcanzo a sentir más que rechazo inmediato por otros mandatarios afiliados al dislate y la morisqueta, Johnson me llega a resultar un gramo menos antipático. Se nota que lo tengo lejos.

En estos días de repaso a su figura, me he preguntado en varias ocasiones qué hay en él que me saca sin querer cierta conmiseración. Por fin lo he adivinado. Boris Johnson me resulta enteramente un personaje de ficción. Es, no sé, un ricachón cornudo de los cuentos de Canterbury, el monstruo de las galletas, el jefecillo de The Office, el ministro ministril de The thick of it, personajes desprovistos de escrúpulos e inteligencia, pero por los que sentimos un poquito de compasión. Su condición plenamente literaria lo hace por instantes asombroso. Al momento, cuando logramos entender que es de carne y hueso, se nos pasa. De tratarse de una peli, algunos de sus tics resultarían incluso sobreactuados… pero esto no es una fábula, es la vida viva. Johnson se va, por fin, puesto lejos por los propios tories.

Goodbye, Boris Jonhson. Siempre te preferiremos como personaje fabuloso propio de la gran pantalla, antes que insufrible y diariamente real en las pequeñas.

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