Coger a un niño en brazos ante una cámara reporta beneficios a quien quiere quedar bien con el personal. Como tantas otras cosas parecidas: detenerse a hablarle a un indigente o cruzar la calle a una ancianita. He paseado en ocasiones por El Rinconcillo o por Getares con algún alcalde, invariablemente cogen cualquier cosa que encuentran a su paso y la llevan a una papelera mientas miran disimuladamente a su alrededor a ver si les ve algún paisano. Los pequeños gestos pueden anunciar grandes propósitos.

Pero los gestos no sólo apuntan en positivo, también pueden advertir de una actitud que nada bueno puede traer. Recuerdo aquel 12 de octubre de 2003, cuando el aspirante a presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, permaneció sentado al paso de la bandera americana portada por unos militares que, al participar en el desfile de la Fuerzas Armadas, manifestaban su solidaridad hacia los españoles. Nuestros socialdemócratas (no olvidemos que abandonaron el marxismo) son, mala educación aparte, desconcertantes; lo americano les da grima y, sin embrago, ya ven lo que pasa con Gibraltar, están a partir un piñón con un capitalismo ligado a la evasión y lavado de capitales, el chalaneo y el juego.

Se ha cumplido algo más de un año -fue el día 20 de enero del 2020- de cuando se produjo aquel obscuro asunto de la parada en el aeropuerto de Barajas de Delcy Rodríguez, principal de la dictadura venezolana. No se ha llegado a saber qué llevaba en las muchas maletas que la acompañaban ni cuál fue el motivo de la conversación entre la señora Rodríguez -vetada tanto por EE.UU. como por la UE- y el emisario Ábalos, ministro y enviado del Gobierno de España. Pero, aparte de las amistades de Zapatero con Maduro y Cía. y de las relaciones con éste de los socios podemitas del PSOE, el proceder traduce un mal gesto hacia nuestros aliados.

Coherente con esa política de gestos que nada bueno auguran, es que se haya puesto de manifiesto que Gibraltar ya no es un asunto de Estado. Los flancos de nuestro totum ideológico no tienen ya la misma actitud ante el contencioso. Es más, la política de nuestro Gobierno parece encaminada a ver cómo se le resuelve a la colonia el entuerto que le ha montado la metrópoli. Nunca fue ni territorio Schengen ni pieza de la Commonwealth, la mancomunidad de restos imperiales; ahora, sin embargo, está a punto de añadir las dos componentes a sus insólitos privilegios.

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