Frankestein, del todo a la parte

España es un resultado de avatares diversos, de guerras y de paz, pero no hay duda de su unidad territorial

Cuando el geógrafo griego (póntico) Estrabón; que tuvo un larga vida, extendida entre los sesenta años antes y los veinte después del nacimiento de Cristo; se refiere a los habitantes de la Península Ibérica, sólo encuentra algo relevante en el sur y el sureste. Nuestro hombre nunca estuvo en estas tierras lejanas e insignificantes para la cultura griega, pero se informó bien de lo que contaban los marineros, que navegaban hasta las Columnas de Hércules, y de las fantasías con que Homero ilustraba esos viajes. La geografía de la península, no obstante, le hacía pensar en una región bien definida, como lo sería cuando formaba parte del Imperio Romano, con los godos y hasta con los árabes, que apenas se dejaron unas pocas hectáreas por entenderlas habitadas por pueblos bárbaros que, a la postre, optaron por enviar niños de familia bien a que se educaran en la riqueza cultural de Al Andalus.

Cuando hablamos de España nos referimos a la Hispania romana o a la Iberia griega, que son la misma cosa. Como resultado de un largo proceso de consolidación política territorial, España está formada hoy por dos Estados, uno de los cuales se ha quedado con el nombre latino de la península, eso sí: en román paladino, y el otro ha optado por tomar el de la región de España, Lusitania, en la que está instalado. España es un resultado de avatares diversos, de guerras y de acuerdos de paz, pero no hay duda de su unidad territorial: la península, extendida por la costa mediterránea de Occitania, a la que hacia el 700 se referían como nación los visigodos. En el caminar de la historia, hemos aunado territorios con hábitos e incluso lenguas diferentes. Como Francia, como Italia, como Alemania; en fin, como cualquiera de los Estados de nuestra área geográfica. Los ensayos de secesión no debieran ser adjetivados de independentistas. La demanda de independencia requiere una dominación previa. España es lo que es, no algo previo que ha sometido a alguna de sus partes. Envueltos en un continuo dislate, ni siquiera observamos la demanda constitucional de que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español. No debiera por eso adjudicarse representatividad a las iniciativas sin una presencia política estable en todo el Estado. Dejando crecer ese dislate a que nos somete la ignorancia y la mediocridad, y los intereses mezquinos, no podremos evitar el caos, ni sus efectos adversos y autodestructivos

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