Escribía hace unos días Gregorio Luri, a quien no pude saludar en la Feria del Libro de Madrid por sus compromisos reales: "Cuando escuches a un gurú educativo internacional, de esos tan mediáticos, hablar de la escuela del futuro y despotricar de la escuela del pasado, pregúntate por las empresas de las que es accionista. Por supuesto, tienen derecho a ser accionistas de empresas que generan productos educativos, pero es bueno saber dónde acaba la pedagogía y comienza la publicidad, ya que con frecuencia la diferencia entre una pedagogía viejuna y una pedagogía innovadora se reduce para ellos a la introducción de determinadas marcas registradas en las aulas".

Y tiene toda la razón del mundo y un poco más. Que la sociedad está cambiando es un hecho que no podemos discutir, pero que la mayor parte de los cambios se hacen forzada e interesadamente, también.

Sigo con Luri, cuando el navarro se pone a escribir no tiene desperdicio alguno. Decía Luri en El Subjetivo recientemente: "No recuerdo a mis padres preocupándose explícitamente por mi felicidad. Lo que querían es que yo fuese un hombre de provecho, que estudiase para que pudiera presentarme en cualquier parte, que cumpliera mis compromisos… Daban por supuesto que hacer las cosas con pundonor sale más a cuenta que ser un baldragas. Ahora los padres quieren que sus hijos sean felices para que las cosas les vayan bien. Les gustaría que la felicidad viniera en el equipamiento de serie de sus retoños, pero como no es así, andan tanteando a ver cómo forman una familia perfecta".

Resulta que entre los gurús educativos innovadores y los padres que desean, por todos los medios posibles, la felicidad como único objetivo para nuestros hijos, estamos haciendo tontos a los niños y a los jóvenes, y esta es una de las causas por la que la sociedad cambia, y los jóvenes, que son el futuro, se dedican exclusivamente a la búsqueda de la felicidad, ya sea de la mano de sus padres o de las nuevas corrientes educativas.

La felicidad llega cuando se tienen claras las obligaciones y los derechos. La búsqueda de la felicidad nunca debe ser el único deseo, ni el más importante. La infelicidad, en ocasiones, suele ser inevitable. Nuestro objetivo está en ser buenas personas, en amar lo bello y lo bueno, en aceptar esa infelicidad que nos hará menos infelices.

Hemos entrado en una corriente permanente de crítica al pasado, y en el campo educativo hay que tomar lo bueno del pasado y adaptarlo a la actualidad.

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