EL debate que muchos se empeñaron en presentar como el Barcelona-Real Madrid de la política española acabó convertido por los contendientes en un anodino Elche-Guadalajara sin goles en el marcador. Fue un enfrentamiento jugado a la contra por ambas partes; y ese planteamiento reservón, con un contrincante sin esquema claro de juego y el otro incapaz de romper el tedio sin dar patadas, vuelve a poner de manifiesto que nunca hubo un nivel más bajo que el actual en la reciente política española. Por otra parte, esto no es un partido de fútbol ni, por lo tanto, cosa exclusiva de dos. Si PP y PSOE sólo ofrecen perfiles bajos, el pueblo español tiene una oportunidad de oro para diversificar el arco político y conseguir esa representación variada que la ley electoral entorpece a satisfacción de los de siempre. Se me podrá objetar que los partidos pequeños tampoco ofrecen un buen cartel. De acuerdo. Pero, si bien una situación tan crítica como la que atraviesa el país haría aconsejable una mayoría fuerte como la que acaricia Rajoy, no es menos cierto que dejar esa mayoría en manos de un mediocre al servicio de oscuros intereses empresariales es muy peligroso. Máxime para esa clase media que siempre paga los platos rotos en todas las crisis. Si queremos impedir que algún desaprensivo lastre aún más el futuro de España sólo nos queda atarle las manos con una mayor vigilancia de sus rivales. Los indecisos dispondrán de algunas claves el próximo día 20. Y quienes no vean saciadas sus expectativas por el duopolio, antes que abstenerse pueden buscar en las papeletas de los partidos alternativos el oportuno voto de castigo.