En Mérida, la antigua Emerita Augusta que fuera capital de la provincia hispana de Lusitania, dejo atrás el Anfiteatro tras conmoverme al contemplarlo desde la misma arena en que en un lejano tiempo pelearon fieras y gladiadores y así, paseando entre piedras, llego a un moderno pabellón deportivo que lleva el nombre de Diocles, un personaje que también da nombre a una calle y del cual suelen darte noticias los guías turísticos mientras los visitantes admiran el maravilloso mosaico de los aurigas en el no menos excepcional museo de Arte romano de Mérida obra de Rafael Moneo. En efecto, Cayo Apuleyo Diocles nació en esta parte de Hispania en tiempos del emperador Trajano. Desde joven demostró una gran habilidad con los caballos y pronto empezó a participar como auriga en las carreras que se disputaban en el Circo, prácticamente al lado de su casa. Su destreza en el manejo de las cuadrigas le llevó al Circo Máximo de Roma donde se convirtió en una estrella compitiendo en más de cuatro mil carreras (tan peligrosas como la recreada en BenHur) en las que se alzó con 1.500 victorias. Sus éxitos 'deportivos' convirtieron a Diocles en alguien inmensamente rico (sus ganancias fueron de 36 millones de sestercios, unos 13.600 millones de euros al cambio actual), aclamado por las masas, deseado por las mujeres y mimado por el poder, todo ello a pesar de ser un hombre analfabeto y de poca cultura.

Veinte siglos después otro deportista, Sergio Ramos, de cuna próxima a la de Diocles (nacido en lo que fuera un asentamiento romano -la actual Camas- cercano a Hispalis) emula, con gran fidelidad, las 'hazañas' del gran Diocles. Aunque su habilidad resida en el manejo del balón en vez de los caballos, Ramos se equipara al auriga en cuanto a ingresos y relevancia social, es, como se dice ahora, un líder mediático capaz de haber puesto a Sevilla y a sus autoridades civiles y eclesiásticas a sus pies para con ocasión de sus esponsales con la madre de sus tres hijos, en una ceremonia que podría catalogarse casi como boda de estado. Como aquellos ídolos romanos estos modernos campeones futbolísticos son en su mayoría y a pesar de la universalidad de la educación pública, unos completos iletrados sin atisbo de modales y buenas maneras tal como explicitan a menudo con su aspecto (a medio camino entre el de los mafiosos de Uno de los nuestros y el proxeneta de Taxi Driver) y orgullosos de hacer ostentación de la fortuna que se les paga por una tarea tan trivial como patear una pelota mientras que, por ejemplo, a un científico que dedique su vida a la investigación del cáncer, además de no reconocérsele su labor, apenas se le pagan 2.000 euros. La reflexión de Juvenal está tan vigente como hace dos mil años: "El pueblo solo desea con avidez dos cosas: pan y circo".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios