Campo Chico

Alberto Pérez de Vargas

¿Hasta dónde el Arte?

A Sola le falta Franco, seguramente idolatrado en sus tiempos de plumilla en el diario 'Patria'

Andrés Vázquez de Sola.

Andrés Vázquez de Sola. / Nerea Martínez Luque

A reflexionar sobre hasta dónde debiera llegar el Arte, me invitaba días atrás, la entrevista (eldiario.es, Andalucía, 20.04.2020) que Juan José Téllez hace al artista sanroqueño Andrés Vázquez de Sola que, debo confesarlo, me produce desde hace muchos años una extraña sensación: la admiración por el ingenio y por la estética se resiste al desprecio que inspira su desagradable fascinación por la descalificación y el insulto.

Ni el arte ni la libertad de expresión pueden prevalecer sobre el respeto debido al otro, pues de ser así se justificarían toda clase de acciones; el asesinato y la tortura, entre ellas. Si ese otro no merece respeto, no merece nada, ni siquiera la más elemental consideración a su ser y a su entender. No sé hasta qué punto es el propio Téllez el autor del titular, una frase extraída entre las del entrevistado: "El peor virus es el fascismo letárgico que despierta". Una expresión que en boca de un comunista confeso es una contradicción conceptual: fascismo letárgico, pensamiento único, libertad administrada serían, como tantas otras aserciones contra natura, aplicables a los fascismos y a los comunismos, cómplices formales en la axiomática de anulación del individuo y en la colectivización; tan ajustadas, ambas, a la irracionalidad, tan alejadas del concurso de la razón.

No se trata de ese Arte que emana de la observación, sino de hacer del Arte un instrumento perverso

Son muchas las apariciones en escena de la mano de Téllez, de este siniestro personaje de la sátira, caricaturista de sí mismo, confundido en su ego. Tal vez se trate de una debilidad nonata o de una nostalgia poética por un mundo inexistente, pero el caso es que el periodista muestra un interés insólito por quien renegara ostensiblemente de su naturaleza sanroqueña por causas derivadas del peculio.

A Sola le falta el general Franco, seguramente idolatrado en sus tiempos de plumilla en el diario falangista granadino Patria, donde quizás larvara su resentimiento enfermizo hacia su yo y sus orígenes. Es una falta frecuente entre los comunistas que huyen de estar en los tenebrosos mundos que idealizan. Sola fue feliz cuando el general estaba en plenitud y, como tantos otros de su mismo sesgo, le dedicó su ingenio hasta casi agotarlo. Descubrí a Sola en los años sesenta, cuando Le Monde, Le Point o Le Canard Enchainé, eran mis lecturas habituales, en aquellos años que pasé en la francophonie. La Gran Corrida Franquista le quitó el hambre para siempre, sus originales dibujos se veían por todas partes; sin Franco seguramente habría muerto de inanición.

Luego ya ha ampliado su repertorio, sobre todo, acudiendo a la iglesia católica, en donde parece que ha encontrado otro maná para la histriónica. Bien entrado en la ancianidad (nació en 1927) y pensionista galardonado y reconocido: Hijo Predilecto de San Roque (a pesar de haber renegado de su ciudad) y Medalla de Andalucía; sigue disfrazando el resentimiento con sus ingeniosas viñetas. Porque no se trata, en realidad, de observar el cosmos de la fauna que tiene a mano, sino de limitarse a determinados enclaves de ese cosmos. Nada del islam, que es peligroso, ni del Gulag, que son los nuestros, ni de Stalin o de Mao Tse-Tung (o Zedong), que mataron más aún que Hitler. No se trata de ese Arte que emana de la observación, sino de hacer del Arte un instrumento perverso al servicio de la causa y del resentimiento.

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