La remodelación del gobierno de España ha tenido como consecuencia colateral la desaparición del foco mediático de las dos excelsas valedoras del acento andaluz en el consejo de ministros: la vicepresidenta primera y la portavoz del gobierno. Ambas eran ridiculizadas casi a diario por la imagen irrisoria y casi esperpéntica -en la línea de "Los Morancos" o "Chiquito de la Calzada"- que transmitían a los españoles de lo que es el habla andaluza. Ellas han contribuido, sin duda, a acrecentar el falso complejo de inferioridad lingüística de los andaluces cada vez más acostumbrados a soportar la incomprensión, el desdén y hasta el desprecio de muchos compatriotas que entienden nuestras peculiaridades fonéticas como sinónimo de ordinariez e incultura. Sin embargo, el hecho de que las ministras recientemente defenestradas (una definitivamente y la otra dejándola al cargo -ahí es nada- de Hacienda) fueran objeto de mofa en sus comparecencias no tienen que ver tanto con su entonación, con su deje más o menos cerrado o con que utilicen vulgarismos como "miarma", "arcalde" o "negoziasione", sino que tienen su razón de ser en la incompetencia rayana en la estulticia que revelan sus declaraciones: "el coronavirus se ha presentado de manera improvisada" (por "imprevista"), "personas actuales" o "situación individual de cada uno" en el caso de la portavoz o los desatinos de la vicepresidenta al decir que "la Constitución está escrita en masculino" y confundir "dixit" (pretérito perfecto del verbo latino "dico") con "Dixie" el ratoncito que junto con "Pixie" le hacían la vida imposible al gato "Jinks". Objetivamente, sin embargo, el andaluz como variante del castellano que los colonizadores y repobladores de Castilla y León, introdujeron en el siglo XIII en los territorios arrebatados a los moros, tiene una enorme riqueza léxica y una gran creatividad y originalidad en las construcciones morfosintácticas que, junto a una entonación más variada y ágil, le confieren una fuerte personalidad. Esto ya puede verse en los sainetes de los hermanos Álvarez Quintero que sin renunciar al castizo acento andaluz hacen expresarse a sus personajes (gente del pueblo) en un castellano depurado y elegante lleno de comicidad pero sin llegar nunca a la chabacanería. Felipe González, Julio Anguita o Javier Arenas son ejemplo de políticos que sin reprimir su acento natural se expresaron siempre con suma corrección y claridad. No es caso de estas dos ministras cuyo refinamiento sería tarea difícil hasta para el profesor Higgins de "My Fair Lady". Puedo imaginarme sin dificultad a la ex -portavoz del gobierno vestida como Audrey Hepburn y renegando de su Pigmalión en "andaluz" con una frase del Marqués de Tamarón: "¡Zi zerán maloh loh inglezeh que a loh obispoh loh llaman bichoh!".

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