Cada hora que pasa en Málaga me tengo que frotar los ojos para cerciorarme de que no es sueño. Porque estoy seguro de que si hay un responsable de que estemos aquí, ese es Juan Antonio Vigar. Por mucho que la primera autoridad de Málaga y el que tiene que dar el visto bueno a los asuntos de calado en la ciudad sea el alcalde Francisco de la Torre, está claro que solamente la constancia, la tenacidad y la fe de Juan Antonio Vigar, desde que en el mes de abril decidió las nuevas fechas, han hecho posible que la maquinaria se haya puesto en marcha.

Y para nada era fácil. Ha tenido que luchar contra los elementos. Literalmente. Contra las noticias adversas. Día a día y semana a semana. Contra los titulares amenazantes que se cernían sobre el horizonte a medida que se iniciaba la cuenta atrás de los días señalados. Contra las opiniones de algunos de sus colaboradores que optaban por la prudencia, pensando con la cabeza fría y no con el corazón.

Pero finalmente su ilusión y empeño pudo con todo. Venció y convenció. Y creo que cuando un capitán del barco se atreve a afrontar la travesía con tal entusiasmo, la tripulación, los invitados y el pasaje no pueden menos que tener toda la confianza y zarpar.

Es lo que nos ha ocurrido a todos los que de un modo u otro estamos embarcados en estos nueve días que, no lo duden, no olvidaremos nunca. Estamos haciendo historia. Y es tan anómalo y tan extraño lo que acontece que algún día, al evocarlo, nos parecerá una escalofriante ficción. Y no es tópico manido.

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