Una vez más es la gente de a pie de calle y los trabajadores los que dan ejemplo a la calaña política. Está visto y comprobado que da igual quién duerma en La Moncloa, el Campo de Gibraltar importa un bledo salvo que sea para hacerse la foto postureta con el alijo o con el ridículo casco de obra. Nuestras costas, la de Cádiz y todo el Estrecho hasta el Alborán están siendo desbordadas por más de un millar de criaturas que se juegan el pellejo por una vida digna. Los que llegan a la tierra prometida están encontrando la atención de profesionales y el cariño de muchas personas que aportan lo que pueden, aunque sea un litro de agua y un bocata. Pero los centros de acogida se agotan y los medios también. Mientras todo esto sucede, un ministro del nuevo Gobierno buenista dice que está "todo controlado". Y tragamos al igual que llevamos décadas tragando con carreteras y trenes tercermundistas. Y seguiremos tragando.

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