Análisis

antonio hdez. rodicio

Miembro de la Academia Andaluza de Gastronomía y Turismo.

El faro pionero

La historia de Gonzalo Córdoba es la historia de muchos restauradores andaluces que comenzaron con lo puesto hasta construir una oferta gastronómica relevante para su ciudades. Comenzó trabajando de botones y después en el ultramarino La Pasiega, hasta que, entrampándose, compró su propio local.

En 1964 abría sus puertas una taberna modesta en el barrio de la viña. Empezaba la historia de El Faro. El tabernero freía lo que traía la mar. Además de ser, desde temprano, uno de los templos de la tortillita de camarones, esa filigrana al alcance de pocos en su versión sublime.

Son legendarias sus fritás de mojarras, un pescado de roca poco apreciado. Con el tiempo, Ángel León haría su celebrada chistorra de mojarra. Trabajando y arriesgando, el grupo de El Faro fue creciendo: el faro del puerto, el chato y el catering.

Sus hijos Fernando, José Manuel y Maite fueron claves. Su nieto, Mario Jimenez, con 29 años, es además el responsable de la cocina. La casa madre se fue haciendo grande y la oferta fue evolucionando. Gonzalo siempre ha jugado con éxito la carta de los clásicos de El Faro (paté de cabracho, pescado a la sal, fritos, guisos marineros...)

A la vez que fue el primer restaurador que innovó con el pescado. Sin perder de vista el producto actualizó el recetario. Hoy, su nieto le ha dado otra vuelta de tuerca complementaria, pero sin dejar de ofrecer lo que el público de El Faro espera encontrar.

Platos de nueva hornada como el menudo de carabineros o el helado de erizo conviven con los platos que han hecho de El Faro un restaurante eterno.

Gonzalo Córdoba, a sus 86 años, sigue llamando cada día a todos los restaurantes para interesarse por el negocio. Es incansable, listo y muy intuitivo. Su restaurante ha sido siempre el centro de la vida política de la ciudad.

"Yo soy del PTF, el Partido de los Trabajadores de El Faro", decía quien quisiera oírle cuando todavía revisaba cada plato.

La trayectoria de Gonzalo, como la de otros muchos restauradores y empresarios -cuando hablamos de lo bien que se come en sus casas a menudo olvidamos lo que representa dar empleo a cientos de personas- es la historia de los pioneros, los que pusieron las vías para que, con el tiempo, nuevo talento, mejor formación y con una creatividad inédita, circulara el tren de la nueva gastronomía andaluza. Esa generación merece el reconocimiento de todos.

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