El hombre ya no es él mismo y sus circunstancias, sino que ha pasado a ser él mismo y sus contraseñas. Cambia el axioma y su filosofía porque cambian los tiempos y la sociedad y porque, a qué negarlo, no somos nada sin una contraseña. Aquella clave cifrada que sirvió en otras épocas para flanquear puertas de sociedades secretas, atravesar las murallas de un castillo o acceder al intrigante mundo de los espías, ahora se ha modernizado, a la par que la tecnología, y se ha convertido en llave maestra de cajeros, cuentas de correo, teléfonos móviles, tabletas, páginas web y hasta portales de viviendas. No somos nadie sin una contraseña, aunque en ocasiones, fruto de la confusión, tratemos de sacar infructuosamente dinero con la clave de la tarjeta del móvil. Yo, por si acaso, me voy a crear una contraseña tan personal que nadie va a poder descifrarla en los próximos treinta días.

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