De los tres premiados con el Nobel de Economía, Joshua Angrist y Guido Imbens lo han sido por dar sentido a las relaciones causa y efecto, importante también para la expresión de opiniones cotidianas, pues se tiende a establecer relaciones entre hechos de manera superficial. Es lo que ocurre con el salario mínimo, sobre el que se dice que si aumenta se contratará menos y habrá más paro. Desde hace 30 años sabemos por los estudios de David Card que no es cierto, pero han tenido que darle un Nobel para que algunos reflexionen sobre las causas de los bajos salarios, la necesidad del trabajador para la empresa, la traslación del coste a precios, la mayor oferta de mano de obra al aumentar el salario mínimo, entre otras variables, de manera que una opinión simple sobre el tema es hablar por hablar.

Puede parecer que, aunque los premiados tengan un sustancial dominio de matemática aplicada, se dan premios por cosas elementales, pero hemos sufrido años de imposición de una corriente de pensamiento económico conservador -apoyado por la concesión de algunos premios Nobel- donde confluían ideas para deslegitimar todo lo público, señalar efectos negativos de los impuestos, de las acciones sociales, y las ventajas de la desregulación, en nombre de supuestas libertades, argumentando siempre en la forma conocida como "trickle down" (filtración), donde cualquier idea de libre mercado como impuestos flojos sobre el capital, causaría siempre efectos benéficos en la economía. La Gran Crisis financiera de 2008 desacreditó esta forma de pensar, la pandemia ha mostrado cómo dependemos de la intervención de gobiernos e instituciones, y en economía hemos pasado de premiar a quienes defendían las ventajas del libre funcionamiento de los mercados, a premiar a los que descubrían sus fuertes limitaciones.

Era seguramente una oposición o tesis doctoral, estaba junto al profesor Fabián Estapé en el tribunal y escuchábamos a quien exponía tratando de demostrar alguna relación entre variables económicas; a Estapé le aburría sin duda. Era una persona peculiar, en ocasiones divertido, y siempre muy ingenioso; en un trozo de papel escribió: "Causalidad, ¿casualidad?", y me lo pasó. Lo guardé muchos años, porque con sólo dos palabras me recordaba las paradojas de establecer en la vida relaciones de causa a efecto. La siguiente síntesis -en recuerdo suyo- puede resultar entretenida aplicando cada uno ejemplos propios. Primero, regularidades aparentemente causales pero sin conexión (el perro siempre ladra cuando alguien pasa, no en particular a quien pasa cada vez); segundo, causas y efectos alterando los hechos (hace calor, abrimos la ventana, alguien se ha quitado ropa, siente frío y sube la calefacción, etcétera); tercero, otros hechos, otras causas (llegamos tarde y la causa es el tráfico, pero hemos salido tarde y el tráfico incrementa minuto a minuto); cuarto, la transferencia entre causa efecto (el hielo no enfría el agua, sino que el agua pierde energía al derretirlo y se enfría); quinto, pluralidad de causas (de nuevo el salario y el empleo, incluyendo expectativas y su papel en economía); y sexto, cuando hay algo que hace inevitable el efecto (la característica de un objeto redondo es causa de su propensión a rodar).

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