Por fin lo leo. En la última línea del editorial de este periódico en su edición de ayer. Los ciudadanos, tarde o temprano, acudirán a las urnas. No hay tu tía. Hay que dejarse ya de milongas. A cuento de qué no reconocerlo, o dejarlo a medias tintas, o apenas insinuarlo. ¿Por qué? Pero si es que es un auténtico descaro por parte de unos y de otros. Esta pandemia es otra campaña electoral más. Son dos pesadillas mezcladas e interminables: la catástrofe y su uso partidista. Ya está, no hay más. Para qué darle más vueltas. De ésta todos quieren sacar su tajada. Putrefacta, vale, ¿y qué? Pero si no hay más que oír y leer lo que se dice y se escribe desde hace semanas, y en especial los últimos días. Ahí están los propagandistas de uno y otro frente. Todo apesta a estrategia. Quien tiene el poder hace lo que siempre ha hecho: meter miedo con tal de conservarlo. Recuérdese aquella frase de un personaje clave en la serie Borgen: "El bienestar del pueblo y la seguridad del Estado van de la mano... hasta que se pone en peligro lo segundo". Y la oposición hace lo que siempre ha hecho con una absoluta falta de escrúpulos: todo lo posible para ocupar el puesto desde donde se mete miedo.

Así las cosas, ¿qué hacer? Pues lo que a uno le venga en ganas, ¿no?. Pero a lo bestia. Cada cual lo que quiera. Salir o no salir. Y si se hace, como a cada uno le plazca, con mascarillas y guantes y hasta traje de amianto si apetece o en pelota picada. ¿Libertad? Toda y más. Sin cortarnos. Y que sea lo que el Covid-19 (un nuevo dios) quiera. ¿Caos? Pues caos. Y al que lo pille el virus, que se joda. Una lotería, pero de las chungas. Con un Gordo que nadie querrá, porque por no querer no se quiere de esto ni la pedrea. Pero al que le toque que luego no llore. A la calle, pues a la calle.

Es que parece que es eso lo que está pidiendo la dirigencia, a lo que está empujando a más de uno. ¿Acaso es lo que quieren? ¿Nihilismo a hierro? Pues venga. Porque ya tenemos la paciencia muy ocupada en soportar lo que ha traído la pandemia -muerte, dolor y ruina- y no podemos malgastarla en aguantar sus trifulcas, menos aún cuando tenemos la certeza de qué es lo que persiguen con ellas aunque disfrazados con su traje de servidores del pueblo fingan compunción por los muertos y solidaridad con los enfermos.

Es que ya no se puede más. Ni Sánchez ni Casado ni absolutamente nadie quiere darse cuenta de que estamos hasta los mismísimos de sus cuitas. De las suyas y de las de Iglesias, Abascal, Arrimadas, Torra, Urkullu, Moreno... Todos ellos, miembros de la clase dirigente de un país que ha llegado a celebrar tres elecciones generales en cuatro años, tienen una puta urna cargada de votos por cabeza que ni siquiera en esta terrible coyuntura son capaces de desatornillarse, alentados encima por toda esa caterva de fanáticos que no hacen más que menearles el incensario fétido.

Dan ganas de vomitar en medio del caos y quedarse tan a gusto.

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