Campo Chico

Bancos y Toros

  • Como en el mundo del toro, en la Banca se hacían magníficos profesionales quienes habían empezado como maletillas

Tarde de toros en Las Ventas.

Tarde de toros en Las Ventas.

La transformación de aquel remanso urbano, del que ya he escrito no poco, entre el arranque de la cuesta de la calle Real y la plaza, fue total desde que empezaron las obras y aún más desde aquel marzo de 1957 en que se abrió al público la oficina del Banco de Bilbao. Perdimos un paisaje al que nos habíamos acostumbrados los niños de los alrededores. Llano, amplio y sin tráfico ni de personas ni de enseres, ni de mercancías ni de automóviles, al caer la tarde. Bullicioso y dinámico desde el amanecer y durante la mañana.

Antonia y Nicolás se marcharían para siempre y el jardín colgante por el que tanto cuidado puso ella, se había convertido en la entrada principal de un Banco cuyo nombre sentíamos del otro lado del mapa. El director era un hombre del que nunca supe nada, ni siquiera le oí hablar, pero le veía a menudo. Estuvo con nosotros unos cuantos años y siempre mantuvo la distancia. Conspicuo y formal, muy en su papel. Su mujer, sin embargo, parecía una de esas muchachas que venían de veraneo. Jovencita y retraída, mona, muy del gusto de la época. No daban la impresión de ser muy sociables y no me suena que se integraran en el sector de la escasa burguesía que teníamos, para la que el Club Náutico y el Hotel Cristina se habían constituido en templos de explotación y desarrollo.

Ya después, un director muy popular del Bilbao fue Capilla, tan conocido por su apellido que no hacía falta añadir nada más a su nombre. Su trágica muerte, en un accidente de tráfico fue un gran duelo en Algeciras. Hubo otro director, también muy popular, Miguel Gil. Su popularidad no sólo se debía a su personalidad y naturaleza, sino también a ser el padre de un matador de toros, Gil Belmonte, al que una cogida en Nimes le frustró la carrera.

Ángel Escámez. Ángel Escámez.

Ángel Escámez.

Fue época muy de jóvenes toreros que andaban queriendo abrirse paso en ese complejo mundo de la Fiesta. Para entonces ya habían florecido las Escuelas Taurinas, que han desmitificado la leyenda del torero que fue maletilla –como nuestro grande y querido Paco Ruiz Miguel– y alguna vez hubieron de evitar a la Guardia Civil, en una de esas noches de luna llena, tan propicias para iniciarse y entrenarse en el campo.

José María Soler. José María Soler.

José María Soler.

Más o menos de la época de Gil Belmonte son los dos magníficos toreros algecireños, Daniel Duarte y José María Soler, que fueron matadores de toros y continuaron como excelentes toreros de plata. Duarte ha pertenecido a la cuadrilla de Juan José Padilla, de Salvador Vega, de David Galván y desde la temporada 2019 a la de José Maria Manzanares. Precisamente, el pasado jueves día 19, hizo el paseíllo en Las Ventas –de grana y azabache– en el marco de la primera feria taurina del mundo, la de Madrid por San Isidro. José María Soler es uno de los mejores toreros de plata que se visten hoy de luces en las plazas de toros. Ha hecho el paseíllo en las cuadrillas de grandes figuras, José Tomás entre ellas, con quien toreó en la Monumental de Barcelona, en la última que tuvo lugar en aquel histórico coso, en el mes de septiembre de 2011. Torea ahora con El Juli y el miércoles día 11 y anteayer, viernes, día 20, lo hizo –de azul marino y plata y de frambuesa y azabache, respectivamente– en Las Ventas.

Un caso de cierta singularidad es el de Ángel Estella, médico intensivista en Jerez, hijo de un conocido pediatra de Algeciras, que tras ser novillero de postín, con excelentes maneras de torero de casta, tomó la alternativa de manos de José María Manzanares (padre), con Julio Aparicio de testigo, el primer día del mes de julio del 2000 en Las Palomas. Tras tomar la alternativa, optó por ejercer la medicina, que paralelamente al toro fue cursando con el mucho esfuerzo que exige una carrera de esa índole.

Daniel Duarte Daniel Duarte

Daniel Duarte

Me contaba Juan José Rivera que tanto su padre, sobre todo, como él, por menos tiempo, trabajaron en el Banco de Bilbao en la que –entiendo, por la edad– fue la época de consolidación de la entidad. Me decía que el ambiente era muy familiar, que incluso se celebraban fiestas y encuentros coparticipados por los empleados. La convivencia era de verdadera camaradería. Yo creo que si bien, pudiera haber una buena cohesión de proximidad entre los trabajadores de la entonces nueva entidad, la familiarización en el seno de las instituciones era una característica de los años cincuenta y sesenta. Del Banco Español de Crédito –el Banco de la Plaza Alta– se podría decir lo mismo. Los empleados eran mayoritariamente de Algeciras y no pocos jóvenes de la comarca se promocionaron entrando a trabajar de botones en alguna de sus sucursales. Podría citar a unos cuantos, pero hay uno que me es muy próximo, Juan Ignacio Calvo Pérez de Vargas.

Juan Ignacio ingresó en Banesto, de botones. Terminaba la década de los sesenta y él tenía 14 años. En no mucho tiempo se convirtió en interventor, en San Roque, y poco más tarde, ya en los últimos años ochenta, cuando aún no había cumplido los treinta de edad, en director. Lo habían destinado como tal, a la oficina de Guillena, en la provincia de Sevilla. Pero tuvo la fatalidad de padecer un accidente vascular que acabó con su vida a los treinta y un años. Transcurría el día 15 de enero de 1987. De su corta y brillante trayectoria no podía esperarse más que un extraordinario futuro. Sus hermanos, uno de ellos, Alberto, mellizo del fallecido, y Ricardo son funcionarios municipales, como también Joaquín, uno de los mejores administradores públicos que han nacido y hemos tenido por estas tierras de María Santísima. Tanto la Mancomunidad como el Ayuntamiento se han beneficiado de su esfuerzo, dedicación y conocimientos.

En el edificio del fondo estuvo el Banco Central. En el edificio del fondo estuvo el Banco Central.

En el edificio del fondo estuvo el Banco Central.

Como en el mundo del toro, en la Banca se hacían magníficos profesionales quienes habían empezado como maletillas. Fue el caso de Juan Ignacio, que se fue demasiado pronto sin la oportunidad de dar muestras de su inteligencia y aptitudes. El padre de un ilustre compañero de la Universidad y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Julián Tiemblo Jara, era nada menos que Director General de Banesto cuando tuve el privilegio de conocer a su hijo, Alfredo, un físico teórico excepcional, y a su familia. Ingresó en la sede del Banco en Madrid, de botones, en los años veinte con 17 años. Se convertiría con el tiempo, en presidente del Grupo de Banca Privada Nacional y en presidente de la Junta Económica del Sindicato de Bancos, Bolsa y Ahorros. Caso parecido al de Alfonso Escámez López, que era, como el gran actor Francisco Rabal, de la bella localidad murciana costera de Águilas. Por limitaciones familiares hubo de ponerse a trabajar siendo un adolescente. También empezó como botones, él a los doce años en una sucursal del Banco Internacional de Industria y Comercio, del que por razones de orden empresarial, fue despedido apenas un año después de haber ingresado. Readmitido en no mucho tiempo, cuando la entidad estuvo en condiciones de poder hacerlo, continuó su progreso hasta que después de la guerra del 36, su Banco fue absorbido por el Central en el que alcanzaría la presidencia en 1973.

Escámez fue contemporáneo de una excepcional troupe de banqueros: José María Aguirre Gonzalo, José Ángel Sánchez Asiaín, Emilio Botín (padre) y Rafael Termes entre otros. En 1984 fue nombrado presidente de CEPSA, de cuyo capital el Banco Central tenía una parte importante. La antigua sede de Crédito y Docks de Barcelona, en la esquina del recodo que desde la plaza apunta a la calle Pescadería, era la sede del Banco Central en Algeciras, situada como otras entidades en esa zona pujante del centro histórico de Algeciras –torpemente llamada barriada–, que más adelante entraría en una decadencia de la que todavía no ha salido. Escámez contribuyó no sólo a la españolidad de CEPSA, hoy totalmente controlada por capital extranjero, sino al desarrollo de la hostelería en las proximidades del polígono industrial sanroqueño.

La importancia y proyección de una de nuestras históricas instituciones hosteleras, Los Remos, de Natividad Mateos y Alejandro Fernández Gavilán, se deben en gran parte en la prestancia y el protagonismo que le dio Alfonso Escámez. Los Remos sirvió la cena de los premios Nobel de 1989, cuando Camilo José Cela fue galardonado con el de Literatura, y la de apertura de la Expo92 sevillana, con asistencia de los reyes de España. Los Remos fue Premio Nacional de Gastronomía en 1986 y 1989, y Estrella Michelín en 1993. Alejandro abrió también Marea Baja en la calle Trafalgar. Aún está por descubrirse –como con los inmensos bloques de las pirámides de Egipto– la realidad del procedimiento que culminó en la instalación en el pequeño local de Trafalgar, de una no menos inmensa ancla cuya incorporación fue idea de la sensibilidad creativa del gran decorador algecireño José Antonio Valdés. La jubilación de Escámez, del murciano que fuera botones en su adolescencia, fue un dolor para la comarca.

Ya me referí al rápido crecimiento de Algeciras en la inmediata posguerra. Sobre todo en la década de 1940 a 1950, en la que más que duplicó la población: pasó (en cifras oficiales constatadas) de 25.671 hab. a 52.732. En 1960 ya alcanzaba los 66.317 y en 1970, los 81.662. Es decir, en los treinta años que transcurren desde 1940 (la guerra acabó en 1939) a 1970, el incremento de población fue, en términos oficiales y con referencia a 1940, de casi un 220 por ciento. La población creció en esas tres décadas, bastante más del doble de lo que tenía al principio del período. Conviene aprovechar para recordar que el cierre del acceso que en la verja británica permite entrar y salir de Gibraltar, fue en 1969 y supuso la culminación de un proceso que se iniciaría con un programa de medidas publicadas por el B.O.E. (núm.271, págs.15357-15358) el día 12 de noviembre de 1965.

La población no dejó de crecer después del cierre, animada por el espectacular programa de industrialización de la comarca y de las reformas que se estaban llevando a cabo. Fue de algo más de un 18% entre 1970 y 1986. La reapertura, coreada por determinados sectores de población, sobre todo por los que prefirieron esperar las dádivas a obtenerlas por sí mismos, se produjo en 1982, forzado el Gobierno presidido por Felipe González a cesiones, a cambio de obtener su sitio en Europa.

El Reino Unido presionó a quienes entonces eran sus socios, engañó a la diplomacia española asegurando una terminal en el aeródromo militar del Peñón y obtuvo de las autoridades españolas una comprensión para los yanitos muy superior a la que tenían los propios británicos. La pésima gestión llevada a cabo por nuestro presionado Gobierno, echó por tierra de hecho –aunque no de iure– los espectaculares avances obtenidos por el equipo Castiella en los últimos cincuenta y primeros sesenta.

"La pésima gestión de nuestro presionado Gobierno, echó por tierra de hecho los espectaculares avances del equipo Castiella"

De ello se lamentaría de palabra y por escrito un ministro de Exteriores (1982-1985), Fernando Morán López, que en poco tiempo y desbordado por las circunstancias, permitió crear el caldo de cautivo para que la colonia no sólo conservara sus viejos privilegios y mantuviera la explotación de la mano de obra española, barata y sin servidumbres, sino que los actualizara modernizando los instrumentos para la práctica de la ingeniería financiera de bajo registro que sostiene lo más sustancial de su economía.

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