Campo Chico

Los años previos a la creación de la parroquia de Nuestra Señora de la Palma

  • Un plano fechado en 1736 informa sobre la rapidísima evolución de la ciudad y el dinamismo de sus ciudadanos

  • “En las Algeciras hay un oratorio en el cortijo de Varela en el cual hay una capellanía para celebrar misas”

La Plaza Alta de Algeciras.

La Plaza Alta de Algeciras.

Cabe esperar de este mes de agosto, al que le faltan poco más de veinticuatro horas para tocar vigencia, que ubique una conmemoración inubicable en otro espacio temporal. Se cumple el tricentésimo aniversario de la creación de la parroquia de Nuestra Señora de La Palma, que tuvo lugar en 1723, a poco de la repoblación del solar de lo que fue la Algeciras medieval, y el centésimo de la confirmación canónica de su titular como patrona de Algeciras, en 1923.

Cuajaría el propósito de los paisanos de aquella ciudad que trataba de hacerse, como San Roque, como Los Barrios, después de la depredación llevada a cabo por la pérfida Albión en 1704, y de las posteriores dejaciones diplomáticas de España en Utrecht, en julio de 1713, diez años antes de la creación de la parroquia. Las circunstancias, que iré desvelando a los lectores, hacen que el relato tenga mucha enjundia. Tanto en los sucesos que dan lugar a las conmemoraciones, como en el anecdotario de lo ocurrido en los actos celebrados hace veinticinco años, hay mucha tela que cortar y coser para regocijo de éstas y de las futuras generaciones de especialitos y simpatizantes de la causa yazirí.

Un plano de la ciudad, de 1724, da una magnífica idea de la situación, y otros posteriores a corto plazo permiten conocer la evolución del nuevo municipio. La Villa Nueva, que al parecer es la vieja, es en ese momento el objeto de deseo de los primeros pobladores y del ingeniero español, nacido en Amberes, Jorge Próspero de Verboom, que por entonces –fue el creador del cuerpo de Ingenieros del Ejército– era, entre otras cosas, un experimentado urbanista que anduvo por aquí con plenos poderes, diseñó la llamada línea de contravalación frente al Gibraltar ocupado y dispuso el trazado de la nueva ciudad de Algeciras. La orografía sugería dos asentamientos, entre los que había un desnivel de unos quince metros, la Plaza Alta y la Plaza Baja, y una encrucijada urbana formada por calles que conducían de un nivel a otro y sus perpendiculares que atravesarían la ciudad de este a oeste.

Plano de Algeciras fechado en 1724. Plano de Algeciras fechado en 1724.

Plano de Algeciras fechado en 1724.

La colina de la Matagorda, donde se asentaría el Barrio de San Isidro, quedaba de momento fuera del proyecto urbanístico, si bien acogida en el recinto amurallado con sus tres puertas, Tarifa, Jerez y Gibraltar, de sur a norte en el sentido de las agujas del reloj, claramente marcadas. Un plano posterior, fechado en 1736, doce años más tarde, informa sobre la rapidísima evolución de la ciudad y el admirable dinamismo de sus ciudadanos.

Aún quedaba mucho tiempo para que Algeciras tuviera definida su municipalidad. En esos primeros años, la gente debió de trabajar duro y de modo solidario, a juzgar por el rápido crecimiento y socialización de los refugiados en torno a la ermita del cortijo de los Varela y de los caserones que se alineaban a lo largo del tramo alto de lo que sería la calle Real, hoy Radio Algeciras. En el Gibraltar de primeros del siglo XVIII, inmediatamente antes de su pérdida, convivían algo más de cuatro mil personas y su término municipal era, más o menos, lo que hoy es su Campo. En el Gibraltar ocupado quedaron alrededor de cien y las demás salieron precipitadamente, refugiándose en los emplazamientos actuales de San Roque, Los Barrios y Algeciras, especialmente en esta última, si bien el pendón y los pocos enseres públicos se guardaron en San Roque donde se constituiría el ayuntamiento en el exilio.

Capilla de Europa. Capilla de Europa.

Capilla de Europa.

Citando al sacerdote dominico francés Jean-Baptiste Labat (Voyage en Espagne et Italie, Paris 1927), el padre Martín Bueno Lozano extrae del texto que traduce él mismo, lo siguiente: “(Había) algunos chozos diseminados, aquí y allá, en medio de infinidad de ruinas”, refiriéndose a lo que vio, poco después del éxodo, en lo que pronto sería Algeciras.

Martín Bueno alguna vez acudía a tomar café a la memorable tertulia del Chic, del no menos memorable Salvador Romero, gran persona y excepcional profesional de la hostelería. El maestro Ruiz Miguel, tan tardía y más que bien distinguido con la Medalla de la Palma de esta hornada, era la estrella de aquella tertulia en la que participaba asiduamente lo más granado del entorno; el librero Carlos Prieto, Barrientos, el óptico, que llegó a Algeciras desde su Estepona natal, de la mano de Francisco Moya Navarro, donde éste fue director del Banco de Andalucía, Tati Orozco, el mediocampista ceutí revestido en barreño, o Manolo Martín, el fotoperiodista de Europa Sur, miembro de una saga de fotógrafos naturales de la Plaza Alta. Andrés Mateo aparecía de vez en cuando, Loren se paraba a mirar, revestido de chándal, y Salvador Barberán con su sombrero cordobés, adornaban a ratos el encuentro que ya a mediodía daba el relevo a Paco Moya, Ricardo Carretero, Andrés Macías, Pablo el rondeño y cía.

El padre Martín Bueno. El padre Martín Bueno.

El padre Martín Bueno.

En una ocasión hablaba yo con mi admirado Diego el Capi sobre el alto escalón del acceso al Chic, cuando apareció Barberán con su sombrero cordobés y su porte de sanroqueño rico. A ese pequeño gran hombre que es nuestro querido Capi, Barberán le sacaba la cabeza, no obstante estar en la calle y el Capi subido en el escalón. Al verlo, me dijo el Capi, en genial, como siempre: “Si yo tuviera el dinero y la estatura de éste no había quien me echara cojones”.

La obra investigadora y divulgativa de Bueno Lozano es extraordinaria. Como sus paisanos, Guillermo Jiménez y José Riquelme, Bueno es un ejemplo para el paisanaje comarcal, un ejemplo de generosidad, de bonhomía y de dedicación. Antítesis, los tres, del localismo se unen al gallego de origen, José Regueira, para constituir lo que muy bien podría ser llamado el cuarteto mágico de Jimena de la Frontera. El Renacer de Algeciras a través de sus viajeros es una obra de lectura y de consulta imprescindible para quien tenga interés en familiarizarse con el relato de la impresión que producía el enclave, en diferentes épocas de su renacimiento, en viajeros que tuvieron la oportunidad de contemplarlo. Bueno fue distinguido con la Medalla de La Palma en Algeciras y el nombramiento de Hijo Adoptivo en San Roque.

Los Barrios no era más que una ermita abierta no mucho antes, en el cortijo de Tinoco, para ser capellanía destinada a celebrar misas en sufragio de la familia de su fundador, Bartolomé Escoto Bohorques, maestro cantor o chantre de la Catedral de Cádiz. Tal circunstancia obligaba a celebrar misas los domingos y festivos, de lo que se sirvió el obispo de Cádiz para constituirla en parroquia consagrada –como ya estaba– a San Isidro Labrador que sería en lo sucesivo el patrón de la ciudad.

La imagen de San Isidro en Los Barrios. La imagen de San Isidro en Los Barrios.

La imagen de San Isidro en Los Barrios.

El 10 de noviembre de 1704, tres meses después del éxodo, es la fecha del primer bautismo, una vez que ya era la iglesia de referencia para los algecireños, que hasta allí se desplazaban para todo lo que tenía que ver con materia religiosa, bautismos, comuniones, bodas y funerales. Pero al ser inscritos como “vecinos residentes o estantes en este campo”, no es posible averiguar cuántos algecireños frecuentaban la nueva iglesia.

Acudiendo a las investigaciones llevadas a cabo por el padre Martín, puedo decir que el día 8 de marzo de 1711es la primera vez que en los libros del Archivo parroquial aparece el nombre de Algeciras. Francisco de los Reyes y Águeda Paiba son, según el Archivo, los primeros nombres conocidos de la nueva Algeciras, el primero enterrado en el cementerio de nuestra ciudad, que estaba junto a la capilla de Europa, y ella la viuda.

No tardaría el Oratorio de Nuestra Señora de Europa en adquirir el deseado y conveniente protagonismo, de la mano de su capellán, el sacerdote franciscano fray Francisco Barranco, conventual del Real Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de la villa de Ximena. Fue él quien propiciaría la visita del Obispo don Lorenzo Armengual de la Mota. El padre Martín reproduce el texto que aparece en las “visitas pastorales” del obispado de Cádiz, sobre la impresión que recibió al visitar nuestra entrañable capilla. “En el sitio de las Algeciras hay un oratorio en el cortijo de Varela en el cual hay fundada una capellanía para celebrar su capellán misas. Asiste en él el padre fray Francisco de Rojas, de la Orden de la Observancia, que celebra misa los domingos y fiestas a aquellos vecinos, quienes en agosto le hacen limosna de grano (…) Es pequeñito y el altar está con toda decencia, y hay inmediato a él, un cementerio, que sirve para dar sepultura a los que no se traen a la parroquia (se refiere a la de Los Barrios) por las crecientes del río, o por otro motivo o disposición del cura”. La visita del obispo tenía lugar el día 20 de octubre de 1717, no muy lejos, tres siglos atrás, de esas fechas que estamos a punto de conmemorar en este mes de agosto.

Plano de Algeciras en 1736. Plano de Algeciras en 1736.

Plano de Algeciras en 1736.

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