Historias de Algeciras

La Medicina (LXXV)

  • En los primeros años del siglo XX el Hospital Civil de la ciudad de Algeciras veía engrosar cada vez más el censo de personas para ser atendidas, los llamados pobres de solemnidad

La calle Ancha de Algeciras, a principios del siglo XX.

La calle Ancha de Algeciras, a principios del siglo XX.

Mientras proseguía la crisis económica acuciando al Hospital Civil, encontrando el consistorio algecireño toda una serie de obstáculos administrativos para recabar la oportuna ayuda económica provincial, las señoras con posibles de la ciudad respondieron a la publica llamada para acabar “con el espectáculo nada grato de la forma solitaria de conducir á los muertos”. Resultando que “afortunadamente la caridad cristiana ha conmovido los corazones en favor de nuestros pobres difuntos”. No obstante lo expresado, las necesidades sanitarias del Hospital, iban muchas más allá que el simple cumplimiento de los deberes religiosos para con los fallecidos más desfavorecidos, dado el cada vez más engrosado censo de los pobres de solemnidad para recibir asistencia médica y farmacéutica.

En el plano de la asistencia privada, proseguía con el mayor de los éxitos la consulta del médico-dentista Dr. Agustín A. Pearl, abierta en el número 42 de la calle Alta (Juan Morrison), contando con una selecta clientela: “Incluso venida de la vecina plaza de Gibraltar”. Pearl, vino a ocupar de modo científico y acorde con la modernidad de la nueva centuria, el lugar que en el pasado desarrollaron los populares barberos-sacamuelas, como el algecireño Rafael Bianchi, quién nacido en nuestra ciudad en 1826, y tras aprender el oficio marchó a tierras americanas, localizándose años después en la ciudad cubana de Caibarién (provincia de Villa Clara), donde ejercía su labor.

El 4 de junio de 1875, fue dictado en España el decreto que creaba la profesión de Cirujano-Dentista, que fue extensivo para las colonias de Ultramar en 1880. A pesar de este decreto los estudios en España continuaron siendo libres y el alumno podía estudiar con quien quisiera, como había sido hasta esa fecha. El algecireño Bianchi, tras sus muchos años de estancia en la isla, donde había contraído matrimonio, simpatizó con las ideas independentista cubanas, siendo señalado como integrante del movimiento contrario a los intereses de la corona española y condenado en 1869 a la deportación tras participar en el intento de sublevación mambí aprovechando un año antes (1868) el momento de debilidad por el que estaba pasando España, tras el pronunciamiento militar (Gloriosa o Septembrina), y posterior derrocamiento de la reina Isabel II. Recogiendo las fuentes consultadas: “Al darse el grito de independencia por el Padre de la Patria Manuel Céspedes, decenas de dentistas (sic) se incorporaron a la lucha revolucionaria, entre otros, Julio Broderman de Remedios, Martín Agüero de Puerto Príncipe y Rafael Bianchi de Caibarién”. El 21 de marzo de 1869 y a la edad de 43 años, el algecireño Rafael Bianchi, fue conducido junto con 250 presos insurgentes a bordo del vapor San Francisco de Borja, hasta Fernando Poo, capital de la Guinea Española. En el futuro, otros miembros con este apellido y más enraizados en nuestra ciudad, darían sobradas muestras de patriotismo con motivo de la Guerra de Cuba.

En las consultas privadas, destacaban los éxitos del doctor Morón

De regreso a la realidad sanitaria algecireña de aquella época, comentar que por toda la población algecireña, corre el rumor de la gran operación que el Dr. Morón, había llevado a cabo: “Mediante entubamiento de laringe practicado a un niño que sufría de garrotillo (laringotraqueobronquitis o crup), residente en la casa 29 de la calle de las Huertas o Emilia de Gamir, cuyos resultados han sido tan altamente satisfactorios que a estas horas se encuentra en convalecencia y en vías de rápida curación”. Si bien la buena praxis del popular médico no necesitaba de reconocimientos, también es cierto que sus intervenciones no pasaban desapercibidas para los algecireños de aquellos años; por lo tanto, ya fuera en patios como El del Peral, situado junto a la calle o callejón de Jesús; el Café Esquina, denominado así por estar situado en la esquina de la calle Soledad orilla norte del Río de la Miel, o el puesto número 3 del Mercado de Abastos propiedad de Plácido Santos, de seguro que en todas y en cada una de las reuniones o tertulias de los allí congregados, se comentaría laudatoriamente el buen hacer del director del Hospital Civil.

También y por aquellos días una luctuosa noticia viene a entristecer las reuniones de la aristocracia local, cuando por telegrama se informa desde la ciudad de los califas: “Victima de una larga enfermedad, ha fallecido en Córdoba la distinguida Excma. Sra. Dña. Dolores León y Álvarez, viuda de Antonio Belmonte, madre de Dolores y Soledad Belmonte León”. El esposo de la finada, Antonio Belmonte y Vaca, era un distinguido propietario e industrial, destacando entre sus posesiones distintas viviendas existentes en la parte baja de la ciudad, como las número 3, 8 y 16 situadas en la calle Fábrica, llamada así por encontrarse en ella una industria de bebidas gaseosas propiedad de José María Caballero y Manuel Patricio. Coincidente con el fallecimiento de la esposa del referido industrial, en la casa Consistorial se reunió la Comisión de Beneficencia, tomando entre otros acuerdos: “La inclusión en el padrón de Beneficencia de una familia pobres y la asistencia por dicha Comisión a la comunión Pascual de los presos de la cárcel”.

Algeciras por aquellas fechas sufre de un frío clima que propicia un fuerte brote de grippe, afectando a grandes y conocidos personajes de la sociedad local, emitiendo los partes privados: “Dentro de la gravedad ha experimentado una ligera mejoría Don Fernando Riaza […] algo mejor se encuentra en su gravedad Don Francisco García Pérez […] estando completamente restablecidos del fuerte ataque grippal sufrido Don Baltasar Urra, y su distinguida señora y hermana política […], encontrándose totalmente restablecido Don Félix Sas y Díaz”.

Este último matrimonio poco tiempo después encontraría la muerte en un accidente ferroviario ocurrido en tierras catalanas, constituían una pareja sin hijos, que provenientes de Barcelona donde habían contraído matrimonio el 16 de julio de 1887, pertenecían a la alta burguesía local algecireña, teniendo su domicilio en el número 24 de la calle Ancha. Baltasar Urra y Martínez de la Torre, había nacido en la ciudad de Córdoba y ejercía profesionalmente como administrador del Estado de Castellar, perteneciente al Excmo. Sr. Duque de Medinaceli, teniendo su despacho en el número 38 de la calle Nueva o Matadero.

Noticias luctuosas aparte, la realidad sanitaria algecireña bien se podría calificar de alarmante ante la falta de recursos económicos. El mantenimiento del Hospital Civil se hacía insostenible y la falta de recursos por parte de la administración obliga a un llamamiento desesperado para evitar su cierre.

Un sacerdote, el popular Padre Cobos –que ejerció en la capilla de San Antón–, manifestó en unas de sus homilías: “Se señala como principal ayuda para mantener al Hospital la fomentación de la caridad y de las limosnas, para ello llámese á los sentimientos piadosos y caritativos de los señores y damas que por su posición social y política rigen los destinos de este pueblo, y vean el producto á beneficio de los pobres que se puede sacar de la caridad pública”.

El llamamiento finaliza recogiendo las fuentes de financiación que á través de la caridad, se pusieron en marcha en el pasado y de las cuales se ha hecho mención en anteriores capítulos de esta serie: “Partidas caritativas dadas por los explotadores del corral de las Comedias, de los de la Plaza de Toros, títeres, juegos de billar, del juego de bochas y truco de la Plaza Alta, de la Marina y de todas las sociedades y centros de recreo que hoy se divierten sin pensar que mientras ellos gozan hay seres humanos que carecen de lo más necesario á la vida”.

Por su parte y ante desesperada situación en la que se pone en riesgo la sanidad en nuestra ciudad, desde otras fuentes se manifestó: “Los centros que hoy se llaman Casinos, que viven con el esplendor, mientras que en el Hospital hay pobres enfermos que estiman un cigarrillo como el mayor placer que en sus últimos días goza, sin que tantos que tiran cigarros puros nada más que empezados por el hastío y el hartazgo de fumar se acuerden de estos infelices. En nombre de ellos -prosigue la curiosa proclama- llamo á los sentimientos de los presidentes de casinos y tertulias, a fin de que ya no otra cosa se acuerden de hacer una limosna de tabacos todos los meses para estos infelices que se beben los vientos por una colilla, empezando así á corregir tan sensible olvido”.

La calle Emilia de Gamir, en el centro de Algeciras. La calle Emilia de Gamir, en el centro de Algeciras.

La calle Emilia de Gamir, en el centro de Algeciras.

La situación desgraciadamente no era nueva para el hospital y el problema venido desde muy atrás, había llegado hasta la nueva centuria. En 1901, concretamente en la sesión plenaria celebrada el 30 de agosto de aquel año y presidida por el Alcalde Sr. Sangüinety, se recogió como uno de los puntos del día lo siguiente: “Se acordó que se hagan reformas necesarias en el féretro para la conducción para el Cementerio de los pobres que fallezcan en el Hospital Civil”. Es decir, el benéfico hospital en el siglo de la ciencia que acababa de comenzar, utilizaba un féretro de ida y vuelta para trasladar a su última morada a los difuntos pobres.

Curiosamente, pocos años antes de esta crisis económica sanitaria, se hacía publico en nuestra población, ante la posibilidad de hacer realidad una Casa de Socorro, la siguiente denuncia frente a la administración: “Algeciras no tiene una Casa de Socorro ¿la necesita? Algeciras posee un Hospital Civil que cuesta al Municipio 20.000 pesetas anuales, amplio, cómodo, eficazmente dirigido y asistido y en donde se facilita asistencia urgente á cuantos la necesitan; además de lo reducido de nuestra población, bajo su aspecto topográfico, no exige tiempo en la recurrencia á dicho establecimiento benéfico. Esto aparte de que por costumbre en los consultorios médicos hay existencias que pudiéramos llamar constantes. ¿Huelga pues la Casa de Socorro que reportaría gastos superfluos á este municipio?”. El tiempo, dada la falta de presupuestos, daría la razón al responsable de la denuncia.

Las autoridades sanitarias seguían con el control de los alimentos del mercado

En otro orden de asuntos sanitarios, la Junta de Sanidad preocupada por la salubridad de los artículos puestos a la venta en nuestra ciudad, previo informe, hace posible la publicación del siguiente edicto municipal: “Por acuerdo del Excmo. Ayuntamiento de Algeciras, desde el día 30 del corriente mes, se autoriza la venta en esta Ciudad y su término del pescado llamado atún, siempre que se halle en buenas condiciones de salubridad. Lo que hace publico para general conocimiento. El Alcalde”. El asunto del atún preocupaba enormemente dado que, como se ha recogido en capítulos anteriores: “Siendo frecuentes los casos de cólicos benignos por el uso que se hace del atún vendido en estos días paréceme oportuno se prohíba su venta en la época actual. En cuanto a la salud pública en general es inmejorable. Sanidad al Sr. Alcalde 1º Constitucional de esta Ciudad”.

Recordemos que con fecha 22 de enero de 1829, se recogió documentalmente, lo siguiente: “Aconteciendo que algunos botes no conocidos que se han ocupado últimamente en la pesca de atún cerca de Tarifa, excitaron sospechas en las autoridades de Algeciras, de que la salud pública pudiera peligrar por la posibilidad de que algunos de ellos perteneciesen á esta plaza (Gibraltar), o comunicasen con embarcaciones de la misma; S. E., el teniente gobernador, de acuerdo con las medidas sanitarias, adoptadas por la Junta de Sanidad de Algeciras, manda, que hasta que se den patentes limpias de sanidad, ningunas embarcaciones pertenecientes á Gibraltar se empleen en la expresada pesca del atún; y para mayor seguridad se ha ordenado á los empleados que impidan por ahora la venta del atún en el mercado, como también el que se desembarque con el fin de curarlo en ninguno de los establecimientos hechos al intento en terreno neutral”.

El espacio neutral o supuesta tierra de nadie junto a la frontera con Gibraltar, ante la imposibilidad de aplicar legislación sanitaria alguna, ofrecía la facilidad de levantar establecimientos donde proceder a la venta ilícita de alimentos. La dejadez política que favoreció la pérdida de la soberanía sobre el istmo pagaba su tributo. Pero esa es otra historia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios