La levantá

Domingo de Ramos

Domingo de Ramos.

Domingo de Ramos.

No nos hace falta mirar el almanaque, ni mirar al cielo, tampoco asomarnos a la ventana para ver los verdes campos salpicados de rojas amapolas o los naranjos llenos de blanco azahar, para saber que estamos en la estación que más sensaciones nos provoca; la primavera.

Un reloj interior con las agujas de cera y el timbre alegre de lejana corneta nos avisa que ya ha pasado un año desde la última vez que nuestro corazón volvió a palpitar al compás de una chicotá, al son de las notas musicales de una banda de música.

Ya huele a primavera y la ciudad huele a flores, a incienso, a cera, a pentagrama de amor. Los sones de una marcha como preludio de algo tan bello como un palio en la calle; ¡qué maestría! arte y arquitectura de la gracia para pasear a la Reina del Cielo en la Tierra. Es la ciudad del milagro, de la golondrina que anuncia el presagio, la antesala de la Pasión, y nos abre las puertas del cielo, sinónimo de alegrías y de sacrificios, de recuerdos y vivencias, la historia que año tras año se vive y se construye.

Y el sentimiento del cofrade aflora y se hace humilde palabra y compromiso interior, y tratamos de encontrar el adjetivo calificativo, el verbo redondo, la frase sin aristas; en definitiva, la rica y poderosa gramática del sentir nazareno.

Y tratamos de descubrir lo que en el corazón ya se asienta y florece, la grandeza de nuestra Semana Santa, la emoción sostenida de su más íntimo dialogo con lo que en esta tierra representa la Pasión.

Sé que no hay mejor archivo de Semana Santa que el corazón de un cofrade, mi intención no es otra que la de hacer brotar una vez más la grandeza que vive en nuestros corazones y que sólo es capaz de encender el íntimo recuerdo de los momentos nunca olvidados, esa historia nuestra que casi siempre queda como patrimonio personal; porque hay sentires que no se pueden definir ni siquiera en castellano.

Ya Miguel de Unamuno, quizás sin proponérselo, lo describió; más que se define, se describe, y más que se describe, se siente.

El Domingo de Ramos es para el cofrade esplendor, gozo mayor, después de la impaciente espera, y como único hogar, la calle, el encuentro ansiado con la ciudad, la visita a los templos, que anteriormente y como una íntima liturgia hemos preparado el corazón.

La túnica, el cíngulo, la medalla, son preparativos para una anónima y sentida Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Mayor, no porque lo dictan las reglas, sino porque es pura devoción y amor compartido; no se puede faltar a la cita.