El problema de estas elecciones es que no hay derecha, o sí, el PP. El problema, digo, es que los ultrarreaccionarios han obligado a esta derecha de pretendida senda liberal y civilizada a las fantasías patrioteras, fanáticas, fidedignas y racistas que estaban aletargadas en el pasado español. A mí no me preocupan los gobiernos democráticos con sus errores, esto no es un análisis del actual o de otro, ojalá.

Pretender que la izquierda consienta con su abstención un Gobierno de Feijóo sin mayoría, esperando a que negocie el resto de la legislatura con los ultras, es equivocarse y ser un demagogo. Si el PP hubiera marcado las diferencias nítidamente con la extrema derecha ahora tendría contra las cuerdas a Sánchez, obligado por la democracia a facilitar su Gobierno o a quedar como un culo ambicioso; vencerían y convencerían. Sin embargo, la estrategia de esta derecha con prisas obliga al discurso del “ellos o nosotros” y a apoyarse en ese grupo anticonstitucional que usa la marca España como tapadera de intereses ilegítimos (de exclusión y desprecio), ¿o va apoyarse en ERC, Bildu, Podemos, Sumar, PSOE y todo el Parlamento que no es “gente de bien”?

La tragedia de este país que se repite desde principios del XIX (ligada al borbonismo, por cierto) es la de no tener una derecha ilustrada, liberal, culta, racionalista, quizá porque la influencia del tradicionalismo teocrático impidió que estas corrientes ideológicas llegaran más allá del País Vasco, Cataluña y algunas zonas de Andalucía, senos del republicanismo reformador, eso sí: vinculadas a una burguesía industrial, sin engaños, que aquí no da nadie puntadas sin hilo, la filantropía casi se puede resumir en ganancias.

Hace falta una derecha ideológica, con una visión del mundo acorde a las leyes y la realidad, no aideológica y esencialista; eso permitiría el juego y la existencia de un equilibrio (no tengo fe en el centro), lo otro es el totalitarismo que se infiltra como cáncer dañando todos los tejidos de la sociedad, en principio reproduciéndose como el resto de células, al final necrosando.

Lamentablemente no optamos ya a este juego. Una victoria de la izquierda podría obligar a sanear a esta derecha que vuelve a ser ultramontana, trayendo la tranquilidad a montones de votantes y afiliadas del PP que no tienen voluntad violenta en ningún sentido; Feijóo ha demostrado ser un autoritario en la campaña cuando no le ríen las mentiras. Una victoria de la derecha, quemadas las naves del diálogo, consolida esta división, esta voladura de la normalidad (con sus conflictos) en favor de una mirada única sobre una España que no existe... pero con la que se corre el riesgo de extirpar lo que sobre. Si es así, comencemos a rezar.

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