Convive con nosotros en casa, bueno, fuera en el campo, una burra que se llama Pañera. A veces me mira mal, tiene los ojos rasgados así como las muñecas flamencas antiguas; si le llevo pienso, todo son amores, si no: puede que se me ponga arisca y, sin embargo, una mano en el cuello o el paso cariñoso de una palma por su lomo de pelo recio la doblan de afecto, y cuando nos barrunta su rebuzno suena por todo el valle como un tren desesperado.

Es más humana que muchos políticos, porque sus tragaderas son simples e interesadas pero no calculadas, en el cálculo radica el mal, porque requiere del uso de personas para conseguir los fines y ya Kant nos advirtió que eso no es ético (personas diría él, no mujeres, negros, asiáticos... ya saben que era un pelín... hijo de ilustrada).

Miro a la burra y tengo esperanza, miro a Juanma Moreno, a Catalina García, a Miguel Ángel Guzmán y pienso en mi padre, muerto el día de San José, 19 de marzo, que dos días después recibe una carta en su casa (tras dos años, consultas repetidas y requerimientos heroicos de su médico de familia) anunciándole que la herida que mostraba en la cara era un cáncer para cuya resección recibiría una llamada urgente... afortunadamente para él ya estaba muerto.

A la burra no le importa el dinero, ni las estrategias, ni el poder, no bombardearía a niños ni a voluntarios de ONGs, no aprovecharía una pandemia para pegar un pelotazo con el material necesario para la salud de la población, no dejaría tirados a los ancianos en las residencias, no se pasaría el día con una sonrisa de gilipollas como si su vida fuera eterna y perfecta, porque querría la hierba mejor y, al acabarse, comería la peor, no inventaría una teoría para justificarse que no tiene hambre o que tiene una gazuza insoportable que le lleva a acaparar, vive con el único límite de la defensa propia, no necesita el mal de otra para ser ella misma.

Pañera no desvía por no sé qué prurito de eficiencias dinerarias los parnés de la Sanidad Pública, el derecho más básico, el de la salud que es condición sinecuanón para todos los demás derechos, a negocios privados provocando una desatención evidente y palpable en quienes no tienen otra opción para pagarse la Medicina. No, esta burra no sería capaz porque pensaría que no querría ser responsable de un cáncer en la cara de un anciano por falta de recursos y de gestión adecuada, y mucho menos yéndose después a una de esas empresas a las que ha atiborrado de millones de euros, eso a la burra le parecía un crimen, a Miguel Ángel Guzmán el carcinoma de una vieja le parece un dato a tener en cuenta, en su cuenta.

Qué asco. Qué asco. Qué asco más grande. Porque a esta burra no se le ocurriría querer a quien la maltrate, tan simple, tan tonta, tan ramplona y no lamería la mano de quien la torturara, huiría, y nosotros no sólo les votamos sino que discutimos explicando lo que sólo tiene una explicación: la hijoputez.

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