Thomastallis compuso un motete para cuarenta voces distintas a finales del siglo XVI, es una obra que sorprende y alucina más allá de su apabullante belleza. “No confío en otro que en Dios”, viene a decir, y querría uno tener esa fe para poder llevar para delante esta realidad que nos toca y poder justificar lo que otros ven como normal, y encima que esa fe fuera hermosa.

No deja de sorprenderme cómo la misma criatura que compone esta música maravilla es capaz de matar de hambre voluntariosamente a miles de niños en Palestina o aplastarlos en Ucrania, puede sonar infantil (perdonen el sarcasmo, literal) pero la base teórica última de las contraculturas es ésta: sabemos que el mundo da suficiente para vivir bien todos, ¿por qué esta locura? Lo siguiente es explicar el origen de la ambición y el egoísmo, que es lo que hace Marx, y la alternativa que nos queda es despreciar este bien utópico basándonos en la realidad pragmática, importándonos una mierda las víctimas. Digo yo que podríamos pararnos a pensar… no, no podemos, ¡tanto pensar!, coño.

Se empieza a instalar en nosotros la idea de la inevitabilidad de una guerra, como si la dinámica de lo real la exigiera para solucionar no sé qué... ahora nos advierte Borrell, y yo pienso: Si es posible, que pase de nosotros este cáliz. Qué clase de locos mandan a sus hijos a morir, o ponen por delante de las vidas valores que son, simplemente, reemplazables. Piénsese en la mirada de quien está cayendo acribillado, despedazado, en este último trozo de cielo que va a mirar, ¿qué precio tiene eso?

La realidad cada día que pasa es más irrespirable. Qué gran confusión. Yo vivo en el campo, el ritmo es otro; salvo esos presidentes de cajas rurales o esos jóvenes sindicalistas agrarios de setenta años que ahora se meten a huelguistas, hay que observar las estaciones, las flores, el animalario en sus tareas naturales (los salvajes casi no se ven), el clima, la luz, un atardecer... el exceso de urbanismo te hace pensar que la vida es una cañita en libertad, pero no: es otra cosa; cuanto más nos apartamos del sexo (hacia el porno) y de la muerte (hacia la juventud sin fin), menos sabemos de la vida y sus límites y grandezas. La Tecnología, está dicho, nos aleja del Humanismo en favor de una pseudocultura repleta de vacíos estentóreos donde se discute sobre la espuma y se abandona la técnica para hacer cerveza.

Malditos sean los indiferentes al sufrimiento, y no opto por heroicidades, yo no soy modelo de nada, ataco a quienes amortizan su bienestar con la sangre de otros conscientemente, a quienes consideran “natural”, inevitable, el dolor de otros para disfrutar de su placer. Eso es lo contrario de ser humano, no, no lo eres, eres un criminal. Nada es sencillo, pero cada cual debería contribuir desde su silla a no traer la guerra, sólo así se evita; el interés crematístico la quiere y ya ha puesto a rodar su, la maquinaria.

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