De la libertad y el mal gusto

¿Quién le habría dicho al poeta Abu Marwan "el algecireño", que aquello sería llamado "Barrio de la Caridad"?

Escribo, siempre lo he hecho, por mero placer. He ahí el porqué de mi fortuna, que acicalo con la observación de los (divertidos) efectos que producen mis opiniones. A ese propósito, me han preocupado siempre los límites de mi libertad; es un asunto apasionante pensar en qué y cómo he de limitarme. Un gran periodista, maestro del periodismo de opinión, Jaime Campmany, me dijo una vez que la libertad del columnista debe estar limitada tan sólo por lo que pueda referirse al propietario del soporte en el que escribe. De modo que, siguiéndole con gusto y añadiendo las buenas maneras, mi libertad es grande, muy superior a la media.

Pues somos sujetos sociables, más allá de nuestros pareceres estamos obligados a tener muy en cuenta a los demás. El mal gusto, por más que en gustos sea complicado escribir algo, se percibe con rotundidad; y como el que lo tiene, molesta, los administradores de la cosa pública debieran ocuparse de ello combatiéndolo, obligando a hacer grato el hábitat que administran. Los algecireños de nascencia o de crianza sufrimos cantidad y de por tiempo, el abandono de nuestra ciudad, la dejación de sus próceres y el torpemente tolerado mal gusto de algunos paisanos. Mi calle natal, por no ir más lejos, la calle Real, de Algeciras, es uno de los lugares más sufridos de mi querido pueblo. Siendo eje de acceso a la plaza alta desde la baja y el puerto, resulta turbador ver cómo ha ido degradándose. Sus casas de a lo más una planta sobre la de calle, blancas de blanco andaluz, sus balcones con jazmines y sus cierros, sus pocos patios y sus cantos rodados, se han ido sustituyendo por horribles fachadas y un firme trasteado, donde edificios fraudulentos añaden al jadear del viandante que sube, unos efectos visuales desalentadores.

El callejón del muro y el murillo, a espaldas de la calle Real, acogía a las viviendas que daban al mar, sobre el muro y los acantilados de la Villa Nueva. Ahora se les cita envueltos en un neologismo urbano. Cuando el muro andalusí llegaba al ojo del muelle, por donde las barcazas huían de vendavales y se apretujaban en el puerto interior, que era lo que es hoy la plaza de abastos, ¿quién les habría dicho al poeta Abu Marwan al Yaziri (el algecireño) y a su señor Al Mansur, el más notable de los nativos que ha dado la Historia, que aquello sufriría más de un siglo después, el infortunio de ser llamado por los allegados, "Barrio de la Caridad"?

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