De la inteligencia

Pudiera ser que el Gobierno no fuera capaz (tampoco) de neutralizar sus propias incapacidades

Dado que la cualificación científica se mide en términos de publicaciones, la producción de trabajos es extraordinaria. Se escribe tanto sobre la inteligencia, que ya no se sabe de qué se trata. Debiera ser, parece, la capacidad para comprender y para reflexionar sobre lo comprendido, pero los expertos, que son los que publican mucho y tienen el reconocimiento como tales de su comunidad científica, han rebasado el supuesto y entienden -siempre hay excepciones- que ¡hay ocho tipos de inteligencia!, desde la lógico-matemática a la naturalista pasando por unas cuantas variantes adaptadas al gusto de los próceres del prefijo psi. Yo diría que confunden inteligencia con destreza; la de cada uno para absorber los estímulos que recibe del exterior. Pero allá ellos con sus cuitas.

Por otra parte, el término se ha degradado. Se utiliza para referirse a los sistemas de seguridad de los estados, para los engranajes del espionaje político, industrial o de otro tipo e, incluso, para aludir a cosas así como la robótica y los automatismos derivados de las técnicas informáticas. La expresión inteligencia artificial no es sólo una contradicción per se, sino la transgresión de lo que debiéramos entender por inteligencia: las máquinas no comprenden, se autocorrigen y aprenden de sus errores pero no pueden -ni podrán jamás- reflexionar sobre ellos. Así que los expertos y sus mandarines han conseguido que no sepamos qué es inteligencia. Desde luego, nada que ver con la bondad, pues si admitimos que las pruebas (test) de inteligencia son de alguna fiabilidad, lo que es ya mucho admitir, nos encontraríamos con el problema que plantearía la observación de que todos los altos dirigentes nazis eran superdotados o genios, según la clasificación del llamado coeficiente intelectual.

Escribo todo esto porque la reciente boutade del ministro Garzón, relativa a la industria cárnica española, no sé si es producto de una inteligencia superior a la media, de una meditada actuación antisistema o de una deficiente capacidad para entender el propio papel en el escenario político. Desde luego, reconocer la propia incapacidad es síntoma de inteligencia. Y hay algo de eso, porque, al fin y al cabo, lo que hace el ministro es reconocer la incapacidad del Gobierno al que pertenece para impedir el abuso de determinados sectores de producción. Pudiera ser que el Gobierno no fuera capaz (tampoco) de neutralizar sus propias incapacidades.

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