Tribuna

José Antonio gonzález alcantud

Benzion Netanyahu, polemista

Benzion Netanyahu, polemista

Benzion Netanyahu, polemista

Benzion Netanyahu, padre de Benjamín, líder de Israel, murió más que centenario hace pocos años. Fue un historiador hispanista e ideólogo sionista, de origen askenazi que se especializó en la Inquisición española. Entre sus obras más conocidas tenemos una sobre los orígenes del Santo Oficio. Durante su trayectoria tuvo agrias polémicas, que incluso trascendieron a la prensa, con destacados académicos españoles. Principalmente, con Américo Castro, Julio Caro Baroja y Antonio Domínguez Ortiz. Todos ellos habían tratado el tema de los judeo-conversos. A los tres de una manera u otra, a veces sin medias tintas, los acusó de antisemitismo.

Cosa muy llamativa porque estaba muy lejos de los tres sabios cualquier veleidad antihebraica. Al contrario, en sus obras judíos y judeoconversos habían ido ocupando un espacio relevante, siendo parte indisociable de las épocas más fructíferas de la península. Los tres en cierta forma contribuían a restaurar el sefardismo, que había tenido sus hitos previos en Amador de los Ríos, quien había resucitado el tema en 1848, y en Ángel Pulido, diputado, que, tras un viaje a los Balcanes en 1903, sorprendido por la vitalidad de las comunidades ladinas del Imperio turco, promovió una política exterior española de reconciliación con la diáspora.

Esta tendencia se había reforzado en la época de la exposición Iberoamérica de 1929 en Sevilla con la protección por parte de los gobiernos de Alfonso XIII del pan-semitismo. Este plan pasaba por las juderías del norte de Marruecos, y, sobre todo, por los medios iberoamericanos, donde se reunían afablemente maronitas, sefardíes y árabes, todos ellos considerados “turcos”, propensos a buscar fraternidades cuyo origen encontraban en al-Ándalus. El papel estelar de empresarios como Ignacio Lauer, y la salida de la sombra de los chuetas de las Baleares, o el fortalecimiento de la comunidad hebrea de Melilla, que huía de Marruecos, contribuía a ello. El pansemitismo, además, se esgrimía como una alternativa al judaísmo promovido por los medios anglosajones y franceses. Algo de esto hay en la España de Franco que acogió a un número significativo de huidos del terror nazi. Esto no elude, ni por asomo, el carácter sanguinario de la dictadura con los suyos propios.

Entonces, a cuento de qué el erudito Netanyahu ataca a Castro, Caro y Domínguez, tres sabios liberales. Me contó don Antonio Domínguez que le había molestado mucho este ataque. Don Américo Castro quedó conturbado por el ataque, porque muchos de sus enemigos en España lo consideraban un rabino judío cuya casta procedía de hebreos de Lucena. Él se lo tomaba con humor, ya que la mayor parte de sus discípulos americanos o eran directamente judíos de origen o académicos dedicados al hebraísmo. Sicroff había escrito sobre los estatutos de limpieza de sangre, Gilman, Silverman y Armistead había investigado el romancero antiguo entre los judíos, procedentes de Salónica y Rodas, que vivían en Nueva York y San Francisco, e incluso habían recorrido el norte de África con sus investigaciones.

La razón no era otra que Netanyahu no admitía que en el origen de la Inquisición hubiese una influencia judaica, ya que movidos por la búsqueda abstracta de la pureza habían intuido la necesidad de esa institución. A través de la conversión al catolicismo habrían reforzado las lógicas inquisitoriales. Los judeoconversos, residuo de una antigua casta, contribuyeron finalmente a su propia destrucción. En orden a oponerse a esta tesis Benzion había dedicado un libro, Toward the Inquisition, a su hijo Benjamín. Me viene a la cabeza el juicio a Eichmann el antiguo oficial nazi secuestrado por la inteligencia hebrea, juzgado y ejecutado en Israel en 1962. Eichmann, según relata Hannah Arendt, dijo convencido que él no tenía conciencia de haberlo hecho mal, porque tenía amigos judíos a los que había socorrido. La célebre “banalidad del mal”. Como nos revela el relato del judío turinés Primo Levi en Los hundidos y los salvados, había habido un tímido colaboracionismo para salvar el pellejo. Esto no quiere decir que el genocidio antihebreo, pueda ser justificado bajo ningún concepto.

Admiro la obra de Stefan Zweig, que leí desde mi adolescencia, pero no comprendo dos visiones suyas: la idealización de Mary Baker-Eddy, la creadora de la Iglesia de la Cienciología, una secta peligrosa, y el retrato que hizo de Theodor Herzl, uno de los fundadores del sionismo. Netanyahu padre precisamente se deshizo en elogios a Herzl en un libro suyo consagrado a los padres del movimiento sionista. Hay algo extraño en todo esto que choca con el espíritu tolerante del sefardismo histórico. Más cerca me encuentro de Sigmund Freud cuando sostenía que el judaísmo tenía que desjudeizarse. Nada de esto está ocurriendo ahora mismo, justo por ese relato fundacional que Benzion Netanyahu inculcó en su hijo Benjamin.

De casta le viene al galgo, y a buen entendedor sobran palabras. La religión de la razón, como sostenía a Hermann Cohen del judaísmo, debe retornar a la razón, porque está perdiendo el favor del mundo, y eso nos arrastra a todos.

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