Hace dos mil quinientos años Heráclito hablaba del panta rei y definía la existencia como un eterno fluir, un cambio constante. Esta evidencia parece que la hemos olvidado; igual no la aprendimos bien nunca y nos aferramos a la permanencia y a la inalterabilidad con la atrayente seducción de las quimeras.

Cuando el pensador griego consideraba que la mutabilidad era la constante más incontrastable, la bahía que adquirió con el tiempo el nombre de la ciudad dos veces restaurada era bien diferente a la actualidad. Esto también parece que lo hemos olvidado o igual tampoco lo aprendimos bien nunca. En aquellos tiempos, muy probablemente la roca caliza de Gibraltar estaba separada por un brazo de mar del continente, el tómbolo sobre el que se asienta La Línea todavía no se había cerrado y el arco casi perfecto que hoy traza la ensenada tenía un aspecto muy distinto. Los dos grandes ríos que desembocan en ella: el Palmones y el Guadarranque, formaban sendos estuarios y sus aguas tributaban al mar mucho más al oeste.

La línea de costa se adentraba varios kilómetros hacia poniente y en el caso del Palmones bordeaba el Acebuchal, el cerro de la Menacha y desde el pie de la Almoguera, lamía los pies del monte de la Torre. El mar cubría los meandros, los llanos de Benharás y rompía en la base del cerro del Ringo, del cerro Blanco y de la venta del Carmen. Desde allí se ceñía a la cota actual de la línea del ferrocarril, que sigue un trazado no inundable, hasta llegar al Guadarranque. Los escasos restos de marismas actuales y los polígonos industriales que se asientan sobre ellas fueron mar sin más, por lo que habría que replantearse la ubicación de yacimientos como el romano de Portus Albus, ya que el río desaguaba en lo que hoy es tierra adentro. La toponimia siempre aporta pistas de lo más ilustradoras: al pie del cerro Blanco discurría la calzada romana que desde Carteia buscaba el camino más recto por el interior hasta Baelo. Esta vía, incluida en el Itinerario Antonino, cruzaba el río entre el Ringo y el monte de la Torre, por un vado antaño conocido como de los Pilares. Allí se alzaba un señero puente alabado hace cuatrocientos años por Alonso Hernández del Portillo del que hemos olvidado su localización o igual tampoco la aprendimos bien nunca.

Recientemente, el Ministerio de Transición Ecológica ha aprobado una encomiable orden por la que se incorporan siete nuevos espacios del litoral en el listado de los enclaves protegidos por la Red Natura 2000. Uno de ellos es el del Estrecho Occidental. Sin embargo se ha dejado fuera a buena parte de la bahía que tampoco queda amparada por el espacio oriental del canal. Una vez más ha quedado olvidada y no parece que aprendamos nunca.

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