Alberto Rodríguez

argallego@europasur.com

‘Titán’

Mientras cuatro países buscaban al ‘Titán’ en el Atlántico, más de 600 personas se ahogaban frente a Grecia

Verano de 1987. Mis padres creen que es un buen momento para que un polluelo de apenas cinco años aprenda a nadar y el que se planteaba como un plácido estío en la piscina del Grupo de Empresa de Renault en Sevilla se convirtió en un infierno. Nunca mejor dicho, porque de aquel verano recuerdo apenas tres cosas: que el monitor de natación se apellidaba Cienfuegos (qué apropiado), que lo pasé fatal porque su técnica consistía en tirarnos al agua para ver cómo nos defendíamos y que el día de la entrega de las medallas me desperté con fiebre para no participar en la exhibición. Sobra explicar que no aprendí a nadar.

Desde entonces, lo confieso, le tengo un respeto descomunal al agua que me convertiría en una de las primeras víctimas en el Titanic. A día de hoy, a duras penas me defiendo para desplazarme.

Así que no me entra en la cabeza, quizás porque esté muy condicionado, que cinco personas decidan libremente meterse en un batiscafo de apenas seis metros de largo, en el que no pueden siquiera ponerse en pie, para descender casi cuatro kilómetros bajo el Atlántico en busca de los restos del Titanic. Siquiera para ver el pecio directamente, porque aquel artefacto no tenía ventanas. Lo que ocurrió con el Titán ya lo sabemos: implosionó apenas una hora y pico después de iniciarse el descenso condenando a una muerte rápida y prácticamente instantánea a aquellos cinco temerarios con dinero y ganas de fardar de proezas.

Pero, mientras se supo lo ocurrido, numerosos recursos de cuatro países estuvieron buscando a los cinco infortunados en el mar a la par que los medios de comunicación llevaban una macabra cuenta atrás con las 96 horas de autonomía del sumergible. Desde luego, cinco muertes totalmente evitables.

Esos mismos días, más de 600 personas se ahogaban en el Mar Jónico, frente a Grecia, sin que ningún grupo de rescate apuntara en su dirección. Aquellas criaturas, posiblemente, no tenían más opciones que hacinarse en un pesquero para tratar de encontrar una vida mejor lejos de la guerra, la hambruna y la pobreza.

La comparación resulta totalmente obscena desde el punto de vista en el que decenas de buques se movilizaron en el Atlántico frente a apenas una mínima ayuda humanitaria. No digo, ni de lejos, que no hubiera que buscar a los temerarios del Titán, sino que una vez más, como humanidad, hemos demostrado un doble rasero que da asco.

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