En el Palacio Presidencial de Galapagar, cercano a la capital Nueva Caracas (antes conocida con el sin duda franquista nombre de Madrid), acababa de firmarse por el presidente del Soviet Supremo de la Unión de Repúblicas Bolivarianas Ibéricas, camarada Alberto Garzón, la nueva Ley Humanizadora del Animal y para la Correcta Dieta del Pueble.

La raza bovina nacional, ahora liberada de la opresión capitalista, escucharía cada amanecer el Vals nº Dos de Shostakovich, cual su primo de Kobe, en los extensos campos donde libre pastaría. Se prohibía la ganadería intensiva y, ante la escasez de producción cárnica que ello conllevaría y la elevación del precio, el Estado asumiría el reparto de la carne mediante la recién aprobada Cartilla Alimenticia Popular, que algunos indeseables disidentes llamaban de Racionamiento. Se seguía el magnífico ejemplo cubano en materia de consumo sostenible que tantas veces fue tuit-loado por el líder supremo.

Igualmente, en beneficio de la salud del pueblo, se consideraba perjudicial el jamón ibérico y su venta quedaría prohibida. También el marisco por lo del ácido úrico, ya saben. La cabaña porcina, los jamones por curar y la completa flota marisquera gallega quedaban a disposición del politburó, para necesidades propias. Los prebostes de la república harían el esfuerzo de consumir tales amenazas culinarias, evitando así que llegasen a la boca del ciudadano, ya bastante satisfecho y agradecido con los frijoles, el arroz y la unidad de pollo mensual que el gobierno generosamente suministraba.

El mismo día también se había firmado el Decreto-Ley por el que se nacionalizaba el turismo, ya que, como había detectado el Tovarich Garzón, era de una calidad ínfima por basarse en sol y playa. La nueva industria turística nacional seguiría fielmente también el ejemplo que nos venía de La Habana, donde el turista acude principalmente para visitar el Museo de la Revolución, como es bien sabido. A la vez se expropiaría igualmente la industria juguetera, sexista y discriminatoria. Las huelgas de juguetes ideadas por Garzón lo habían demostrado.

Pero no habrían de preocuparse los miles de desempleados que todo esto provocaría. El Estado velaba por ellos y con la cartilla de racionamiento incluso conseguirían adelgazar llegando por fin a su peso ideal. Ademas gastarían menos, lo cual se agradece a la hora de pagar la estratosférica factura de electricidad, elevada por culpa de Rajoy, obviamente.

El día había sido productivo en palacio, y el premier Garzón bien merecía celebrarlo cenando carpaccio, foie y solomillo, tal como el día de su boda. Tode por el pueble. ¡Este es mi líder!

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