El puerto de nuestra bella bahía es la seña de identidad de los especiales y de sus vecinos. Para los habitantes que a ella nos asomamos casi a diario, también es parte esencial en la forma de ganarnos la vida, directa o indirectamente.

La geografía nos ha bendecido –y también a veces lo contrario– con estar situados en esta encrucijada de caminos de la civilización y la historia. También de las rutas de las personas y del comercio, siendo punto neurálgico de la geopolítica de este mundo. Todo eso ha sido y seguirá siendo inevitable, hasta que dentro de millones de años las placas tectónicas nos unan al continente africano, hecho que tampoco podremos evitarlo, ni creo que vaya a quitarnos el sueño, por ahora.

Por contra, sí que me lo quita particularmente lo que veo en los tiempos presentes, cuando me asomo a una de las pocas atalayas que el desarrollo portuario nos ha dejado en esta ciudad, después de la completa entrega de nuestro litoral urbano, cual mortal tributo azteca.

Y veo un puerto estancado, si no en decadencia, incapaz de conseguir ninguno de sus retos más obvios con el paso de los años. Ni el desarrollo armónico con las poblaciones de la bahía, ni el crecimiento ordenado, ni el ferrocarril, ni el frente litoral, ni las inversiones de relumbrón (que se van a Valencia), ni la captación de proyectos realmente impactantes para los momentos de cambio que ya asoman.

Lo que veo son espejismos de iniciativas revolucionarias para nuestro futuro, como el proyecto de del hidrógeno verde de Maersk, que se presentó con fanfarrias reales, pero que se va a la no menos bella ría de Huelva, que presta y veloz ofreció los terrenos necesarios para su desarrollo, sin que por aquí hayamos reaccionado; veo que la ampliación de las terminales de contenedores se quedan sin concesionario que las use durante décadas pese a la innegable pujanza del Estrecho para el transbordo de contenedores, más en su costa sur por lo visto; veo que los diques de abrigo de nuestras aguas tienen importantes problemas estructurales; veo los intentos de ampliación, sin ton ni son, de las superficies ganadas al mar – frenadas temporalmente por las instancias superiores– a costa de sacrificar sin miramientos la poca línea de costa y naturaleza que nos queda a la ciudadanía; veo la falta de estudio y sosiego en los proyectos urbanísticos, sometidos al poder político vigente; me sonroja la endémica falta de personal en las instituciones portuarias, pese a representar el 20% del tráfico nacional; ni tampoco veo que se ejecute el Plan de Ordenación Territorial de Andalucía, que preveía un aeropuerto de carga para la comarca como complemento del nodo logístico; y sobre todo echo de menos, como decía mi abuelo materno, un Pemán o un Domecq de la bahía que influya por nosotros, en definitiva.

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