Hablando de Blanca Orozco

Creo yo que el alma de los artistas debe de ser más transparente que la del común de los mortales

Hablaba hace unas horas con Paco Acevedo del terrible desgarro que supone la pérdida de un ser querido en la fase más esperanzadora de su vida o cuando ésta apenas si ha sido vivida. En una larga conversación telefónica motivada por la ausencia ya de Blanca Orozco, nuestra joven y admirada Blanca, desaparecida en estos días. Los designios de Dios son ciertamente, inescrutables. Incluso incomprensibles cuando a Él lo percibimos alejado del infortunio y del dolor. Jaime, el padre de Blanca es un entrañable compañero de generación y vivencias adolescentes, condiscípulo mío en ese querido Instituto (siempre con la letra inicial mayúscula) en el que tantos bienes compartimos.

Blanca deja una obra artística importante, que esperemos haya alguna iniciativa oficial para exhibirla y preservarla. No es poco cuando el consuelo no encuentra sitio donde resguardar y resguardarse. Porque es verdad que la muerte es la consecuencia última de la vida, que se muere porque se vive, pero la asunción de la pérdida se hace muy difícil cuando la vida no ha tenido tiempo de consumarse, de permitir que se alcancen esas cosas que la hacen hermosa. Tengo la impresión de que el alma de los artistas es más transparente que la del común de los mortales, y que su densidad, no obstante, es más consistente. Yo quisiera convencer a los que sufren la pérdida, porque bien convencido estoy de ello, de que nadie se va del todo, que del amor profesado al que se marcha, queda un rastro enraizado en el corazón.

Hablábamos Paco y yo, de cómo nuestro Paco Moya se quedó en él y en mí. Algo murió en nosotros cuando se fue y ese hueco se llenó de él. Quisiera trasmitir esa sensación a los padres de Blanca y a todos los que la quisieron y la querrán siempre. Su ausencia dejará un vacío inmenso, pero será un vacío físico porque ella no se ha terminado, sigue estando, la seguimos viendo y continuaremos haciéndole sitio en cada frase, en cada pensamiento. Los que ya vamos siendo lo suficientemente mayores como para percatarnos de dónde estamos, para saber distinguir lo verdaderamente importante de tanto como hay secundario, sabemos que los seres queridos no se nos van, se ausentan una temporada, que ya no será larga. Esa ausencia, como ocurre con la de Blanca, puede ser más dura, más insoportable, que de ordinario, pero no debiéramos renunciar por ello a la esperanza de estar viéndola, al cerrar los ojos, en el interior de nuestros corazones.

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