Dinero llama al dinero

Ha llamado poderosamente la atención la firma por Rafael Nadal como embajador del tenis saudí

Uno, que no es especialmente ambicioso, puede entender la legítima ansia de prosperar e incrementar el patrimonio que forma parte de ese espíritu emprendedor del que todo el mundo habla, pero del que tampoco tenemos demasiada noticia por estos lares. Y no paramos de alegrarnos de los éxitos profesionales de los amigos, más si son disfrutados ocasionalmente, ya sea en la proa de un velero en verano o en una cacería con almuerzo y flamenco en invierno, aunque seamos más de tierra firme y no veamos un arma desde la playa de Camposoto, hace ya de eso muchos años.

Más nos cuesta asimilar, sin embargo, la codiciosa voluntad de seguir amasando grandes cantidades de dinero cuando ya se tiene todo el del mundo, generado además de una manera brillante con el beneficio añadido de proporcionar a su protagonista una justa fama que, ya de por sí sola, es generadora de ganancias. Hasta no hace demasiado tiempo, cuando una celebridad, no necesariamente deportista, cesaba en su actividad, se dedicaba a llevar una vida más relajada, escogiendo entre los muchos actos los que más le interesaban (algunos retribuidos, otro no) y canalizaba su vocación filantrópica, en su caso, a través de una fundación. La ventana que han abierto ciertos estados del Oriente Medio con estructuras de gobierno poco democráticas para promocionar sus encantos al exterior (y velar de paso sus miserias) atrayendo a deportistas de élite europeos a precio de oro ha cambiado la percepción anterior, y cada vez son más, y en su derecho están, los que no han resistido la tentación.

Entre estos últimos, ha llamado poderosamente la atención la firma por Rafael Nadal como embajador del tenis saudí, cargo por el que, cuentan, va a percibir cientos de millones de euros. Nadal, nuestro Rafa Nadal, no es un deportista cualquiera, ni un ciudadano cualquiera. Hace ya muchos años, por sus triunfos, por su carácter, por su empatía, hasta por su españolidad (demostrada donde más puede dolerle, manteniendo su residencia fiscal en España), que traspasó la frontera de la condición de deportista top para adentrarse en la de, más que marca, mito. Nadal era, creíamos, lo más parecido a España, y posiblemente por eso hace algún tiempo viene siendo objeto de una sucia campaña por ciertos políticos de medio pelo acomplejados. Y que seguro asistirán complacidos a la general sorpresa y desconcierto que ha causado tan decepcionante nombramiento.

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