Hace ahora veinte años que Europa dio un gran salto hacia su proceso de construcción comunitaria. El Euro acababa de nacer como moneda única dando el primer puntillazo a la añorada peseta, franco francés o las liras italianas. Comenzaron entonces a bombardearnos con un tipo de cambio que la gente no tuvo que utilizar forzosamente hasta 2002, cuando las monedas llegaron físicamente a nuestros bolsillos y tuvimos que aprendernos aquello del 166,386 mientras que para los alemanes era mucho más sencillito, a razón de dos marcos por cada euro. El disparate llegó inmediatamente después. El cafelito que costaba 100 pesetas pasó a cobrarse a un euro, lo mismo que los objetos de las tiendas de veinte duros. Por mucho que lo hayamos asumido e interiorizado, hace ahora veinte años que comenzó a gestarse un timo que deja al de la estampita en pañales aunque como contraprestación nos ahorra la farragosa tarea de cambiar en los viajes. ¿Compensa?

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