Icónica Sevilla Fest

La fiesta eterna

  • La marca sevillana Scalpers, una de las principales patrocinadoras del Icónica, reunió a más de 2.500 personas en la Plaza de España, durante la tercera jornada del festival, recreando el fenómeno de tanto auge mundial que es la Fiesta Bresh

Fiesta Bresh

Fiesta Bresh / Niccolo Guasti

No sabía qué me iba a encontrar en la Fiesta Bresh cuando me encaminaba hacia la Plaza de España en la tarde del sábado. Esta fiesta era la propuesta de la tercera jornada de Icónica Sevilla Fest, planeada por Scalpers, su main sponsor de esta edición, que intentaba que su contenido fuese una sorpresa, de tal forma que ni los propios organizadores del festival sabían en qué iba a consistir. El buceo por internet a la búsqueda de datos tampoco dio resultado alguno porque, en esta época de copiar y pegar, en todas las páginas nos encontrábamos con lo mismo, poco más o menos: que la Fiesta Bresh se creó hace siete años en Argentina, que desde entonces -años de pandemia aparte- se ha venido celebrando con gran éxito, extendiéndose por todo el mundo, desde Uruguay a New York, y a este lado del charco desde Londres a Canarias, pasando por Madrid y Barcelona; que es la fiesta más linda del mundo, que en ella han participado estrellas de la talla de Rosalía… vaguedades que hacían imposible concretar cómo iba a traducirse aquí lo poco que sabíamos de ella. Y lo que hizo fue eclosionar en una fiesta que merece el calificativo que he empleado en el titular de esta reseña.

A las diez y unos minutos aparecieron junto a la mesa que ocupaba el centro del escenario un par de chicas y un andrógino ser barbado que comenzaron a bailar frenéticamente al ritmo del Sorry de Justin Bieber que lanzaba desde su consola Mateo Rusconi, el DJ argentino -todos arriba Sevishaaaa- que intentó impulsar el ambiente hacia arriba con un set que comenzaba siendo muy conservador y poco efectivo: el Timber de Pitbull, algo de Bad Bunny y J Balvin, la canción de Shakira y Alejandro Sanz; demasiado trillado incluso para los gustos del jovencísimo público que se había reunido allí, en una cantidad cercana a los 2.500 espectadores, que solo se animó cuando Rusconi tuvo el puntito de lanzar el Starships de Micki Minaj. Fue ahí cuando realmente todos comenzaron a saltar y se mantuvieron haciéndolo cuando el DJ siguió demostrando buen gusto al hacer que en la plaza atronara el mítico reverb de Dick Dale en Misirlou, que es el sample que abre Pump it, de los Black Eyed Peas. La gente siguió llevando el ambiente, ahora sí, arriba del todo y no paraban de corear el Party Rock Anthem -himno fiestero, como indica su nombre- de LMFAO. Pero entonces tuvo lugar el primer anticlímax.

Rusconi lo tenía a huevo, pero su play list era tan deslavazada que no se le ocurrió otra cosa que echarnos encima de nuevo a Pitbull con su Maldito alcohol. Palabra mágica esta, sin embargo: alcohol; era el momento de ir a la barra a recargar, para compensar el bajón y volver al sitio para ser testigo de la comunión general con los Backstreet Boys y su I Want It That Way. Siguió con Bizarrap & Quevedo, apostando a caballo ganador. Se decía que habría sorpresas, más artistas, y pensamos que ya llegaba el final de este DJ cuando la parte de atrás del escenario comenzó a poblarse de gente; de mucha gente. ¿Qué pasará? Seguía el misterio mientras toda la gente pedía más gasolina a coro, haciendo subir el octanaje de la fiesta, aunque yo me sentí desplazado de ella cuando comenzó a sonar una cosa sobre pajaritos pintados, que parecía saberse todo el mundo y yo no tenía ni puñetera idea de qué iba.

Comencé por tanto a distraerme paseando la vista por los palcos, llenos de tiktokers e instagramers, posando sexis y preciosas para las fotos que iban a subir momentos después. Mientras tanto, aquello no había terminado, como pensábamos, sino que seguía con un tramo de reguetón de lo más pesado -dale don dale- y la gente del fondo del escenario no sabía ya que hacer ni cómo ponerse; algunas de las chicas bailaban tímidamente y los tíos ponían cara de qué leches estoy haciendo aquí. La oscuridad del fondo era su aliada. Y a mí quién me iba a decir que me alegraría de escuchar una cumbia de esas, una que repetía la palabra mentirosa una y otra vez, coreada por todo el público. Pero Rusconi volvió a cortarles el rollo con una cosa de letra infame, baby, saca a esa perra a pasear; el que quiera ese culo, hoy va a tener que josear, que cuando la puse en el buscador del Google me llevó a algo llamado Chorrito pa las ánimas, que canta… bueno, ya tu sabe… un tal Feid. Pero no hay nada que no pueda arreglar el Bizcochito de Rosalía.

Mientras tanto, la gente de atrás del escenario seguía sin saber dónde meterse y la gente de la pista lo pasaba muy bien cantando ellos solos, con el sonido de la consola del DJ quitado. Rosalía, ya lo sabemos, es un valor seguro y mientras sonaba, a mí más divertido que mirar hacia el escenario, me resultaba hacerlo hacia la barra de los palcos, donde las camareras aprovechaban para pasar un ratito bailoteando también, en vista de que la gente de por allí estaba más por la labor de hacerse fotos y selfies que de beber cervezas y cubatas. Menos mal que en mí tenían un buen cliente. Mientras, iban sonando DJ Holistic, Lil Jon, Bizarrap, hasta en estas cosas tan efímeras triunfan los clásicos…

Mateo Rusconi Mateo Rusconi

Mateo Rusconi / Niccolo Guasti

¿Dije clásicos? Con el YMCA de los Village People la Plaza de España se llenó de brazos en alto haciendo esa coreografía que nos sabemos hasta los que no bailamos nunca. Una pena que Rusconi volviera a dispararse de nuevo en un pie continuando con One Direction que, se pongan los jóvenes como se pongan, no tienen ni punto de comparación con los Backstreet Boys. Yo ya me había olvidado de la gente del fondo del escenario, pero cuando me volví a fijar vi que la mitad de ella se había ido ya y seguíamos sin saber qué hacían los que se habían quedado allí.

Después quedó claro que por mucho que se hable del éxito del reguetón, triunfan más Justin Bieber y Black Eyed Peas. Esta vez dejaron durante mucho tiempo I Gotta Feeling y los cinco componentes del equipo del DJ se situaron delante, alzando y moviendo los brazos. Van a dejar paso a otra cosa, se están despidiendo, pensaba yo. Epic fail por mi parte; comenzó a sonar Rauw y cuando Quevedo dejó claro que no sabe dónde está el Punto G, empecé yo a pensar que esta gente no se iba a ir nunca, que la despedida estaba siendo demasiado larga. De los de atrás ya solo quedaban seis o siete. Ahora Frikitona, más reguetón, qué cansinos; los de atrás, mientras, a lo suyo, formando grupitos para mirar algo en los móviles, charlando. ¿Qué hacen allí? Y de pronto… ooooooh… el Dancing Queen; fantástica canción para despedirse, ahora sí que se van… pero qué va; sonaba J Balvin otra vez, y Yandel.

Y por fin me enteré. Los que estaban allí detrás eran 70 influencers invitados por Scalpers. Aunque de ellos ya solo quedaban unos cuantos reunidos a la izquierda del escenario hablando de sus cosas de influencers. Y el DJ pinchó la canción esta tan famosa de Shakira y Bizarrap, en la que ponen a Piqué a caer de un burro. Luego siguió Morad con Pelele, no sabía yo si de nuevo en alusión a Piqué; pero cuando volvió Rosalía cantando Despechá ya no tuve duda: con el orden en que pinchaba las canciones Rusconi estaba elaborando un discurso coherente y yo no me había dado cuenta hasta ahora. Aunque si era así, no pillé el motivo de que siguiera con Classy 101.

A todo esto, ya eran las doce de la noche y con las Memorias de Mora & Jhayco la cosa se vino un poco arriba, pero no mucho. Después de dos horas había que buscarse algo más fuerte para levantar aquello del todo: el DJ puso el Chiquetere, una musiquilla que suena tal que así, y yo opté por dejar la cerveza y pasarme al whisky. Ya sé que a lo mejor eso no suena muy profesional, pero al fin y al cabo estaba en una fiesta y había que integrarse.

Y así siguió todo un buen rato más hasta que apareció el primer gran invitado sorpresa. Era Beret y cantó Lo siento sobre el instrumental lanzado desde la mesa del DJ. Parece que animó mucho a la gente que por fin hubiese alguien poniendo voz de verdad más allá de los gritos de arenga que soltaba de vez en cuando Rusconi. Con la versión esa de Serà perché ti amo, todo el público comenzó a saltar; todo comenzó a moverse, las maderas de los palcos temblaban de tal forma que mi vaso de whisky se movía en el estante como las lavadoras cuando centrifugan y terminó por caérseme encima. Mientras tanto, Rusconi pedía que la gente se subiese a los hombros y la pista se convirtió en un mar de chicas que lo hicieron así sobre el chaval que tenían al lado. David Guetta ponía la banda sonora apropiada y todo iba subiendo más y más. Además, lo que ahora sonaba era Seven Nation Army; la parte de los loooo lololo loloooolo que ya se ha convertido en un himno. Y va Rusconi y lo cambia por el Ave María de Bisbal. Esa, miren, tiene un pase, pero cuando siguió con Wake me up y Obsesión, totalmente desconocidas para mí, pensaba yo que aquello iba a dar otro bajón, pero toda la gente se las sabían. Me sentí algo viejo. Fui a buscar más whisky para combatir la frustración.

Fue entonces cuando apareció el segundo invitado. Se llamaba Yango y me era tan desconocido como los cantantes que estaba escuchando enlatados. Este hizo lo mismo que ellos, se puso a arengar a la masa y a mover los labios sobre el Fresa Coco Piña de Pedro Calderón que le lanzaba el DJ. Después dijo: voy a cantar una más –cantar, dice- y se puso a hacer lo mismo que antes sobre el X.O.X.O de D’ la Crem, que era lo que realmente sonaba, mientras él gritaba a los influencers: que salgan mis colegas, y todos se vinieron adelante llenando el escenario. Cuando Yango acabó se despidió diciendo: me hacía ilusión cantar en la Plaza de España -cantar, dice-.

Fiesta Bresh Fiesta Bresh

Fiesta Bresh / Niccolo Guasti

Pero, venga, que esto es una fiesta, que la cosa no pare; era adecuado seguir con Don’t Stop, de Zion & Lennox cuando ya era casi la una. Luego Morat y toda la gente coreaba Cómo te atreves. Y después Julieta Venegas y de nuevo el equipo del DJ delante del escenario diciendo adiós con los brazos y la gente coreando lo de qué lástima, pero adiós, me despido de ti y me voy. Esta sé que era ya la despedida, sobre todo porque lo que sonaba ahora era Stop it; esto se paraba; ¿ven ustedes como el orden de las canciones mantenía un discurso coherente? Pero todo se vino de nuevo arriba con David Gueta jugando fuerte, Play Hard. Y la cosa siguió con Hombres y Mujeres, El farsante, y yo me había perdido de nuevo en el discurso; empiezo a pensar que esto no se acaba nunca. Sigue con el Baute y Marta Sánchez, con El Canto del Loco y el Breaking Free de Gabrielle, muy moña, para dormir; ahora sí que nos vamos.

Pero cuando atruena el Polaris de Saiko ya comprendo, definitivamente, que esto no se acaba nunca. Así que decido ser yo el que acaba la fiesta. En la parada de taxis de la puerta no hay ni uno. No me extraña, considerando que no tienen clientes ya que el único espectador que está saliendo soy yo; es más, en la entrada hay un montón de gente intentado enredar a los porteros para que los dejen entrar a estas horas de la madrugá. Así que si están ustedes leyendo esto, mientras degustan un desayuno tempranero, de domingo, no descarten que en la Plaza de España sigan todavía varios centenares de personas bailando al ritmo pegajoso de Las babys de Aitana, o de La Zorra de Bad Gyal, o incluso de algo que sería muchísimo más apropiado, como esa canción de Rosalía y Rauw que define a todos los que quedan: Vampiros.

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