FERIA TAURINA DE LA LÍNEA 2023

El espíritu de 'Miguelín' se infiltra en una mansada de Carlos Núñez en La Línea

Castella y Luque, a hombros en el segundo festejo del abono.

Castella y Luque, a hombros en el segundo festejo del abono. / Erasmo Fenoy

Un minuto de silencio fue la antesala de la corrida. Sólo tuvo que desmonterarse Perera: Castella y Luque eran debutantes en El Arenal y es costumbre que hagan el paseíllo destocados. El recuerdo iba por el torero algecireño Miguel Mateo Salcedo, Miguelín, quien falleció hace exactamente 20 años, un 21 de julio, a las once de la mañana, en su finca El Águila, en San Roque. Un cáncer acabó prematuramente con un hombre que se ganó la vida jugándosela.

En mayo de 1968, cuando media Europa ardía con las manifestaciones estudiantiles, Miguelín saltó de espontáneo al ruedo de Las Ventas para tocarle los pitones a un toro del Cordobés. El de Algeciras acabó pasando la noche en las dependencias de la Dirección General de Seguridad, pero puso en evidencia las intrigas en los despachos protagonizadas por Benítez y lo terciados que eran los toros con los que se anunciaba.

Las exigencias de las figuras del toreo gracias al consentimiento de taurinos, empresarios y ganaderos (toro pequeño y billete grande) han tenido unas consecuencias nefastas con el paso de los años, máxime ahora, cuando nunca ha existido una oferta de ocio tan variada y al alcance de la mano.

La Línea ha sido un ejemplo este viernes. Tres figuras en el cartel con una ganadería de la tierra y no se han vendido ni 2.000 entradas (menos de media plaza). Flaco favor le hace a este espectáculo ignorar la enfermedad que padece y su diagnóstico. Sobre todo porque, después del supuesto éxito de la víspera, con la terna a hombros y el indulto, si el triunfo hubiera sido tal, debería haber arrastrado a más público.

Castella, que debutaba en La Línea, pasea las dos orejas del cuarto. Castella, que debutaba en La Línea, pasea las dos orejas del cuarto.

Castella, que debutaba en La Línea, pasea las dos orejas del cuarto. / Erasmo Fenoy

Mansada de solemnidad

Los toros de Carlos Núñez reseñados para el segundo festejo del abono linense mansearon sin excepción: se dolieron en banderillas, bramaron, se rajaron y terminaron las faenas en tablas. Muy justos de fuerza, además. Sin entrar en los kilos, la cruz de los animales (la parte más alta del lomo) llegaba a los toreros por la altura de la cintura. Todos, por supuesto, lavados de cara. Para un espectador, la imagen de un toro así no transmite peligro y, por tanto, lo que haga el diestro delante de él carece de emoción. Y un espectáculo de casi tres horas de duración, sin emoción, no se sostiene.

Sólo toreros como Roca Rey, con su increíble reserva de valor, pueden prender la mecha ante un ganado así, por eso despierta tanta inquina entre sus propios compañeros. Ya ha sucedido antes: de Luis Miguel Dominguín se decía que "venía con la escoba". La diferencia estriba en que antiguamente las figuras no duraban tanto tiempo en activo. Veinte o veinticinco años de figura no lo aguantaba ningún corazón porque, principalmente, el toro no se lo permitía.

Daniel Luque, durante la faena al sexto de Carlos Núñez. Daniel Luque, durante la faena al sexto de Carlos Núñez.

Daniel Luque, durante la faena al sexto de Carlos Núñez. / Erasmo Fenoy

La honestidad se paga

Y en mitad de ese lento pero constante naufragio, los taurinos -los de antes y los de ahora- detestan que les saquen los colores. A algún cronista cabal, la honestidad en su trabajo le ha acarreado más de un disgusto. Escribía Antonio Cañabate que la defensa de la integridad, la verdad y la pureza se paga muy caro, se haga desde la profesión que se elija.

Esta decadencia es más acentuada en las plazas de segunda y tercera categoría, donde los empresarios consienten la lidia de un toro de menor trapío porque sale más barato y porque las figuras lo exigen así. Ya sólo se suda en las plazas grandes, en Madrid, Pamplona y en alguna rara excepción del norte de España o el sur de Francia. Por supuesto, la tragedia puede aparecer en cualquier esquina y los toros que mataron en el ruedo a Víctor Barrio o Iván Fandiño no imponían especialmente. Eso que no se olvide. Incluso un toro afeitado y pequeño hiere y mata.

A Sebastián Castella, que viene de triunfar en San Isidro, los años de retiro han afinado su tauromaquia, más elegante y natural ahora. Su primera faena tuvo una brillante apertura. Miguel Ángel Perera, como de costumbre, anduvo valiente, tesonero y empeñado. Se confió tanto con el quinto que fue encunado sin consecuencias. Daniel Luque, el mejor de la terna, necesita toro, toro de verdad y que arree tanto como él.

Dice Curro Duarte, empresario del Arenal, que organizar festejos taurinos le cuesta dinero, cosa que no dudo y que he escuchado de otros compañeros que se dedican a lo mismo. Sin embargo, siguen empeñados en repetir la misma fórmula de las figuras con el billete grande y el toro pequeño y sin emoción, en vez de probar lo que han hecho otras plazas, generalmente gestionadas por aficionados o comisiones taurinas, que han encontrado un negocio rentable por la vía de la integridad y la emoción en el ruedo.

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