HA pasado una semana desde el inicio de la campaña electoral y los periódicos hemos empezado a relegar los titulares de las elecciones a un segundo o tercer nivel en nuestras portadas. Mal asunto para todos cuando el proceso de elección del futuro presidente del Gobierno empieza a perder interés y pasa a la categoría de asunto amortizado. Para todos menos para el PP, porque es el único y primer beneficiado con el enfriamiento de la campaña a fin de que los pronósticos de los sondeos se muevan lo menos posible. Tras el cara a cara, y salvo raras excepciones, los populares rebajan el nivel de los debates a los que son invitados colocando a segundos espadas o no aceptando participar, lo que en la práctica supone un boicot. Muy fino y elegante, pero boicot al fin y al cabo. Rajoy será presidente por méritos propios y deméritos ajenos, bien, pero antes de alcanzar el puesto algunos de los suyos empiezan a dar muestras sobre cuál es su modelo a la hora de exponer a la ciudadanía sus propuestas: mítines contados, mucha red social y sopa boba.

El PP habla también de reformar las televisiones autonómicas, pero este debate no toca ahora. Pasa en cambio de largo sobre RTVE y el futuro de sus periodistas, los que han convertido a la cadena pública en líder de audiencia, en referente de independencia y en ejemplo de pluralidad. Si su modelo es la vuelta a los Urdaci -o a las María Antonia Iglesias, tanto monta, monta tanto- mejor que vayamos tirando el mando a distancia por la ventana.

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