Análisis

Rafael Salgueiro

Catedrático de Economía en la Universidad de Sevilla

Santos Inocentes: No me tomen en serio

Hemos entrado en tiempos en los que los sentimientos se anteponen a todo, incluso a la razón. Parece que el mercado por sí sólo no es capaz de asegurar la igualdad de oportunidades.

Miles de manifestantes protestan en la céntrica plaza Italia de Santiago de Chile.

Miles de manifestantes protestan en la céntrica plaza Italia de Santiago de Chile. / Alberto Valdes

EL año que finaliza ha sido el de las manifestaciones de Hong Kong, el encuentro entre Trump y Kim Jong-un en la frontera entre las Coreas, la dimisión de May y el comienzo del gobierno de Johnson, el incendio de Notre Dame, una insólita acqua alta en Venecia, los incendios de la Amazonia, un nuevo gobierno en la UE, oposición en Francia a la retirada de los privilegios en las pensiones, Greta como persona del año en Time y, cosa sorprendente, una de las 10 personas relevantes para la ciencia en 2019, según Nature. Y esto quizá demuestre algo que se viene percibiendo: Hemos entrado en tiempos en los que los sentimientos se anteponen a todo, incluso a la razón no pocas veces y eso que los sentimientos son irracionales por definición. Pero tengo para mí que el hecho más importante del año son las revueltas de Chile, que ahora parecen detenidas por ser período vacacional y a la espera de comenzar la redacción de una nueva constitución.

Sin entrar más que superficialmente en el caso chileno, que momento habrá de analizarlo, quizá haya de ser contemplado como justo lo contrario de lo que sucedió en Suecia a finales de los años 80. En el país escandinavo la extensión de la acción del estado pareció haber sobrepasado sus límites, y acometieron reformas muy profundas. En Chile, la acción del estado parece haber sido menor de lo que hubiera sido deseable, y la protección de las élites mayor de lo aconsejable. Parece que el mercado por sí sólo no es capaz de asegurar la igualdad de oportunidades, un valor primordial en el que liberales y socialistas coinciden, aunque no en la forma en que se puede alcanzar. El editorial de The Economist en el número de su 175 aniversario, (13 de septiembre de 2018 y de acceso libre en su web) proporciona luz sobre esto: el papel del mercado y del estado en el siglo XXI. No es algo que esté perfectamente definido, ni mucho menos sus fronteras han de ser inmóviles. Y, además, pueden cambiar las prioridades de las preferencias de la sociedad y el balance mercado-estado que mejor satisfaga estas preferencias (o se presuponga que lo hace). En algunos países, la igualdad en sí misma parece haberse convertido en un valor principal y no es suficiente con esperar los resultados que en las personas produzca el acceso a la educación o las oportunidades que para su progresión le ofrezca el mercado. La desigualdad, ya saben, es el asunto central en el nuevo libro de Piketty Capital e Ideología y que, como el anterior, seguro que será más adquirido y mencionado que leído. Al margen de éste, un trabajo académico rotundo, son frecuentes en las librerías los a modo de manuales para desmontar el capitalismo. Y es que algunos no cejan en el empeño, pero el problema no es esta institución en sí misma, capaz de transformarse y de adaptarse, sino en las deficiencias, por exceso y por defecto, de la regulación de la acción capitalista.

El balance estado-mercado no es completamente independiente del balance entre estado y sociedad civil. Este es el asunto del también reciente libro de Acemoglu y Robinson El pasillo estrecho y a quieres recordarán por el aclamado ¿Por qué fracasan los países?, donde vinculaban la prosperidad o la pobreza con la calidad de las instituciones. La pregunta que se hacen ahora es por qué hay sociedades que han conseguido ser libres y otras están sometidas a la tiranía o a gobiernos incompetentes; libertad frente a autoritarismo, en definitiva. Entienden y muestran con ejemplos, que cuando domina el estado sucede lo que denominan como el Leviatán Despótico: una minoría puede apropiarse del control de las instituciones y utilizarlas para conservar su poder, lo que da lugar a regímenes autoritarios y favorece la existencia de aquella clase que exponían en su libro anterior: las élites extractivas. El extremo contrario es el Leviatán Ausente, en el que la sociedad impide que el estado se desarrolle y asuma sus funciones naturales. ¿Cómo lo logra la sociedad? Mediante la pervivencia de tradiciones y reglas para el comportamiento de la sociedad, profundamente asentadas, y que impiden una acción del estado favorable a todos, como son la libertad y seguridad imprescindibles para el desarrollo económico. Las denominan la "jaula de las normas" y un espléndido ejemplo es la pervivencia del sistema de castas de la India, esterilizante de la posibilidad de progreso de las personas con independencia de sus orígenes.

Entre ambos, se encuentra el "pasillo estrecho" que da nombre al libro: es el Leviatán Encadenado, donde la sociedad civil limita al poder político y da lugar a instituciones más inclusivas, más adecuadas para el crecimiento y el progreso, y que darán lugar y sostendrán el bienestar. No es un equilibrio estático, puesto que la tendencia del Leviatán a crecer es consustancial con su propia naturaleza y aprovecha cualquier circunstancia: desde la crisis financiera –a la que no fue ajeno– hasta la mitigación del cambio climático o a hacerse agente imprescindible en el logro de las aspiraciones de la sociedad o a no contener la tentación de injerir en poderes que han de serle ajenos, como el judicial. El Leviatán está encadenado en pocos países, buena parte de ellos en Europa y, desde luego, en Estado Unidos.

Desencadenar al Leviatán, aunque no lo sepan, es lo que quieren hacer en el córner noreste de nuestro país, queriéndonos hacer creer que es democracia todo lo que un Parlament(o) decida y que hay que atender los sentimientos de los ciudadanos. Y que ante cualquier cosa que un interesado califique como democracia no valen ni siquiera las leyes que la hayan hecho posible. En fin, estamos asistiendo en nuestro país, al espectáculo de reclamar la libertad de un condenado por el Tribunal Supremo sólo porque sus abogados tuvieron la argucia de aconsejar su candidatura al Parlamento europeo. No deja de ser sorprendente que quienes más se escandalizan por la inviolabilidad constitucional del Rey sean quienes reclaman la impunidad –no la inmunidad– de unos dirigentes políticos. En definitiva, quienes quieren que el candidato a la presidencia del Gobierno transgreda unos límites que hasta hace poco nos parecerían insuperables. Pero estemos tranquilos: un país que sobrevivió a Fernando VII –el que dijo que marcharía al frente de la senda constitucional– y a Zapatero –un negacionista de raza–, sobrevivirá a Sánchez, si algún día deja de estar en funciones, lo que podría suceder, al parecer, antes de la fiesta de Epifanía. Vaya regalo de Reyes, aunque quizá el apropiado cuando el carbón está mal visto.

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