Campo de Gibraltar

Una de reyes, caballos y zorros

  • Ingleses y españoles disfrutaron desde 1812 hasta 1939 de los parajes del municipio para celebrar cacerías de raposos organizadas por el Royal Calpe Hunt de Gibraltar

Varios carteles expuestos en pubs de la vecina Gibraltar recuerdan un tiempo en el que Guadacorte no era una zona residencial con un polígono comercial emergente. Durante años, el cortijo de la familia Larios en Los Barrios se convirtió en el punto de encuentro de reyes, nobles y ricos empresarios, tanto ingleses como españoles, para practicar deportes importados del Reino Unido relacionados con la equitación.

Desde 1812 hasta 1939, los terrenos del Campo de Gibraltar se convirtieron en zonas de ocio y cotos de caza para el uso y disfrute de los más pudientes gracias a la afición a la caza de la realeza española. Hounds are home, libro de Gordon Fergusson, cuenta que todo nació en Gibraltar, cuando el capellán Harrison importó una pareja de perros desde Inglaterra -llamados Rockwood y Ranter- para hacer frente a una plaga de zorros que destrozaban los jardines y se comían las gallinas de los corrales del Peñón. Otros particulares imitaron su idea hasta conseguir una buena camada que permitió pensar en importar la afición inglesa de echar un zorro a correr para darle caza en una comarca bien diferente a la actual. La bibliografía consultada cuenta que los ingleses comparaban estos campos con Devonshire, en el Reino Unido.

La iniciativa se llamó Civil Hunt, en muchas ocasiones militarizada por considerar las cacerías un buen entrenamiento para el desarrollo de las cualidades y de la musculatura que se requiere en el campo de batalla. "Deporte de reyes, como la guerra, pero sin su culpa", recuerda el libro de Fergusson. Poco después el club pasó a llamarse Royal Calpe Hunt por la afiliación de las realezas inglesa y española. Esta sociedad exclusiva solía organizar tanto la cacería del zorro como carreras de caballos, polo y golf.

No sólo los carteles antiguos conservados en Gibraltar recuerdan esta época. En Benharás, una cruz sobre la llamada piedra rodadera recuerda un triste suceso ocurrido hace ya 121 años. Uno de los miembros de la Royal Calpe Hunt, Richard Holmes, rodó por la piedra y falleció ahogado en el río cuando regresaba de la cacería del seis de abril de 1888. El Calpe Hunt erigió la cruz de piedra en su memoria y hoy persiste grabada sobre la superficie.

Los abuelos que cuentan más de 80 aún recuerdan los tiempos en los que los ingleses llegaban a la Villa para hacer batidas en los alrededores. "En Los Barrios paraban en la explanada donde hoy está la jefatura de la Policía Local. Llegaban camiones con los caballos y con los perros, todos iguales, y los cazadores venían en coches ingleses", recuerda Francisco Muñoz, que por entonces era un niño e iba junto a su padre y su hermano al cortijo Tinoco a ver desde lo alto cómo alguien soltaba al raposo, un hombre tocaba la corneta y los perros -de raza beagle- y hombres a caballo vestidos de rojo corrían a darle caza.

Ni el zorro, ni los perros, ni los caballos entendían de propiedades. Toda la comarca estaba a su servicio para el día de caza, lo que implicaba incluso pisotear tierras sembradas si hacía falta. Sin embargo, los cazadores eran pudientes y solían reparar los daños causados. Al día siguiente, un gibraltareño volvía al lugar de la batida para valorar los destrozos junto al alcalde para pagarlos. Así, la llegada de los ingleses también servía de fuente de ingresos. Nombres como Curro Pecino, Antonio Rodríguez o Sebastián actuaron durante años como earth-stoppers o guías para los gentlemen. También recibía buenos dineros el que capturaba los gandanos -zorros en Los Barrios- y los mantenía vivos hasta la caza.

Al contrario que otros deportes como el polo o el golf, la caza del zorro -hoy prohibida en el Reino Unido- no prosperó entre la población española. "¡Qué locos estos ingleses!", se oyó alguna vez.

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