Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Así describió Gibraltar Fernando Pérez Pericón a Lope de Vega en 1635

Gibraltar en el año 1854. Fotografía de Alfred Guesdon. En ella aparece una de las bolas que menciona Pérez Pericón y que servían para señalar el número de posibles barcos enemigos que se aproximaba al Peñón.

Gibraltar en el año 1854. Fotografía de Alfred Guesdon. En ella aparece una de las bolas que menciona Pérez Pericón y que servían para señalar el número de posibles barcos enemigos que se aproximaba al Peñón.

El 27 de agosto del año 1635, moría en Madrid, a los setenta y dos años, el gran poeta y dramaturgo español Félix Lope de Vega y Carpio, al que nuestro insigne Miguel de Cervantes llamó "Fénix de los Ingenios y Monstruo de la Naturaleza". Su discípulo, Juan Pérez de Montalbán, en la biografía que escribió del dramaturgo madrileño refiere que, unos días antes de su muerte: "…era tanta la congoja que le afligía, que el corazón no le cabía en el cuerpo; era que su corazón, cuál profeta, le enviaba los suspiros adelantados porque estuviese prevenido". El día antes del óbito sufrió un síncope y Pérez de Montalbán escribe: "Presentaba el pulso muy débil y gran fatiga en el pecho. Pasó muy mala noche, levantándose al día siguiente con el pecho ya alzado y con falta de respiración, falleciendo poco después".

Unos cuatro meses antes, Lope de Vega, que había sabido que su amigo, el poeta onubense Fernando Pérez Pericón, Escribano de Su Majestad el rey Felipe IV y Receptor de sus Reales Consejos, iba a viajar a la ciudad de Gibraltar, no sabemos si por placer o por alguna obligación inherente al cargo que desempeñaba en la Corte, le pidió que, ya que, por motivos de salud, él no podría ver con sus propios ojos "tan famoso lugar de España", compusiera un opúsculo en el que le describiera aquel pago que, decían, había sido una de las míticas Columnas de Hércules.

En la primavera de aquel año se desplazó Pérez Pericón a Gibraltar que, por entonces, era uno de los puertos estratégicos de la monarquía, aunque había mostrado sus debilidades, veintiocho años antes, cuando la flota española, mandada por don Juan Álvarez de Avilés, fue derrotada por una escuadra holandesa sin que los cañones situados en las murallas de la ciudad pudieran impedirlo. El poeta deseaba permanecer algún tiempo en la ciudad para conocerla y escribir una descripción de ella tal como le había pedido su amigo Lope de Vega.

La obra de Fernando Pérez Pericón, que él tituló Descripción de la Muy Noble y Más Antigua Ciudad de Gibraltar y de su celebrado monte llamado Calpe, la escribió, sin duda asesorado y guiado por algún erudito local. La compuso en los llamados romances nuevos, una combinación métrica octosílaba que consistía en que los versos pares riman en asonante mientras que los impares quedan sueltos, encadenándose la composición mediante estrofas de cuatro versos. Este tipo de romances -a diferencia de los romances viejos de época medieval- fue utilizado, a partir del siglo XVI, por destacados poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, como Lope de Vega, Luis de Góngora y Francisco de Quevedo y, posteriormente, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.

No sabemos cuándo regresó a Madrid Fernando Pérez Pericón con la obra acabada (aunque en el romance dice que permaneció en Gibraltar tres meses), pero debió de ser aún en vida de su amigo, pues en el texto cita en varias ocasiones al "Fénix de los Ingenios" como si aún estuviera con vida. En varios pasajes del romance, el poeta de Aracena se dirige expresamente a Lope de Vega -llamándole "Fenix"-, y comentándole ciertos aspectos de Gibraltar que él relata con enorme exactitud.

El autor describe la ciudad y el monte de Gibraltar utilizando un lenguaje elegante y fluido, cargado de simbolismos, con profundas influencias de la literatura y la mitología clásicas y de los autores españoles del Renacimiento como Florián de Ocampo, Benito Arias Montano o Ambrosio de Morales; al mismo tiempo que utiliza frecuentes comparaciones y rotundas metáforas que tienen como objetivo acercar al lector a la magnificencia del paisaje gibraltareño, a sus poderosas y antiguas fortificaciones y a su importancia estratégica como punta de lanza de la monarquía.

Aunque, como ya se ha referido, Pérez Pericón debió estar en Madrid antes de la muerte de Lope de Vega el 27 de agosto de 1635, su obra no pudo ser publicada por la Imprenta del Reyno hasta el mes de febrero siguiente, después de recibir el nihil obstat o la doble licencia de las autoridades eclesiásticas y del Consejo de Su Majestad; la primera, emitida por el doctor don Juan Pérez de Montalbán el día 8 de febrero, y, la segunda, por don Pedro Calderón de la Barca el 10 del mismo mes. Ambos incidían en que, en la obra presentada por el poeta de Aracena, se muestra su ingenio, su estudio y la puntualidad con que trata la historia que contiene la descripción de Gibraltar, monte de la parte de España en el estrecho Gaditano que Ptolomeo llama Calpe, el Ariosto Gibelterra y otros Fetrum Herculeum. Pérez Montalbán concluye diciendo que: No hallo en los versos de este Romance nada que ofenda, ni a la verdad católica, ni a la pureza de las costumbres; antes permitirá, a quien lo leyere, conocer lo prodigioso de este monte, y le servirá de admiración y de entretenimiento; por lo cual digo que se le puede dar la licencia que pide para poder estamparla.

Esto escribe Fernando Pérez Pericón en su romance de Gibraltar: "Pides, Fénix, que describa del Calpe en verso su descripción: Gibraltar se ve fundada sobre escollos y riscales, que el Mar Océano azota por enfrenar sus olajes. Es capaz de mil vecinos la población y las calles claras, anchas y espaciosas, niveladas con el Arte. Los soberbios edificios que, a pesar del tiempo inestable, hoy viven, suben al Cielo sirviéndole de pilares. Conócese en las ruinas por los fragmentos fatales, fue la población mayor en las gargantas y valles… Hay monasterio de Monjas y dos Conventos de Frayles, Mercedarios y Franciscanos, espejos de santidades. Una Iglesia, es la mayor de las tres que hay Parroquiales, cuyos Templos son servidos de virtuosos Capellanes".

"Tiene en el vientre muchas grutas de horribles oscuridades y de San Miguel hay una donde Euclides copió el arte. Bien de Iglesia Catedral y de las más principales, pudiera servir al Clero si ser pudiera habitable. Los nichos y las Capillas, basas, cruceros, pirámides, lienzos, pilares y cielos son congelados diamantes. Y es novena maravilla ver cuajados en el aire, del agua que a ella destila, osos, hombres, peces, aves… Diez y seis senos anduve de varias concavidades, que los juzgué por albergues de zoilos montaraces (personas que desprecian las obra ajenas)".

Más adelante el poeta continúa diciendo: "Hay en esta oscuridad copas de agua destilantes, y solo a quien las visita agasajan con brindarle… Llegué a una horrible boca que cae al mar de Levante, donde mataron las hachas recios vientos que allí salen. Salí de su confusión de este caos inescrutable a la boca por do entré, que no fue poco acertarle... Es, Fénix, un jardín tan oloroso y suave que a ser valle como es monte Paraíso fuera y valle. Y su fragancia alentada con los céfiros suaves, a todos sus horizontes la comunica y esparce. En vano, Fénix, procuro sus hermosuras pintarte, pues es cierto que jamás han llegado a marchitarse".

"En la cima está una torre con un argos vigilante, tan previsto y tan atento que no hay lince que le iguale. Y si ya de Tetuán salen moros, o de Argel, de sus acciones es dueño sino de sus voluntades. Con un ingenio de bolas caracteres militares señala hasta veinte leguas cuantas velas al mar salen. Si son de Turcos o Moros, de Flamencos o Alemanes, de Ingleses o de Franceses, o de de los demás linajes... El Marqués de Santa Cruz es de esta fuerza el Alcaide, que tal peso no estribara sino en hombros de tal Marte. Señorea el edificio las torres de entrambos mares con troneras ajustadas a los rayos visuales. Y en costeando enemigos, luego en sus puntos se sabe sin que encubran las distancias cautelas ni habilidades. Y cuando saltan en tierra, las guardas de aquella parte tremolan al aire fuegos y contra el suelo los baten... Toca a rebato la vela, crece el orgulloso alarde, y al son del metal herido y los caballos se deshacen. Corren los nobles la costa procurando no se embarquen sin castigo los piratas atrevidos y arrogantes… La Gobierna el Corregidor, y si él no asiste, su Alcalde, y el Alférez Mayor saca por guión el estandarte. Aquí hace fin la sierra: y luego son arenales, y a dos leguas crespos montes de robles y alcornocales… Vuelvo, pues, a la ciudad. Tiene tres puertas muy grandes, una sale al Mediodía, si bien del monte no sale. Trazándolas va una cerca de muralla y baluartes, casamatas, plataformas, traveses y contraescarpes. Todos armados de piezas de más y menos quintales, como conviene que sean a la defensa importantes. Y ondeando a la ciudad por la marina hacia el Tarfe, llega a la torre del Tuerto por la traza memorable... De cinco esquinas la hechura, capaz para cien infantes, y al pie de ella un muelle nuevo que entra cien brazas fondales...".

"Incluye dentro la isla ancianas antigüedades que denotan del diluvio las furias de sus raudales. Hay en esta escabrosez árboles, viñas, palmares que óptimos frutos tributan ambrosicos y suaves. Y de San Juan una Ermita y corto trecho distante otra, que es de los Remedios y misericordias Madre. Luego está el Templo de Europa, bella y milagrosa imagen de la ciudad protectora, fanal de los naufragantes. La cueva de las Palomas, la gruta de los Abades, el Corral de Fez frondoso, los baños de los Agares (hoy visitables). Y en algunas de estas grutas hechas de duros riscales, canillas de hombres vi, Fénix, que fue imposible arrancarles. Estaban tan embutidas con las olas que allí baten, que eran almas de las peñas las que de hombres, huesos antes (primera referencia a los huesos de Homo Calpensis exhumados en el siglo XIX)".

"En fin, Fénix, es la llave universal con que España cierra y abre sus fuerzas, y es puerto que no consiente cobardes. En este valiente escollo, Hércules puso de jaspe una columna ostentando ser Dios de temeridades. Quiso fabricar desde ella una puente que salvase de ambos mares las corrientes, (acción heroica a lograrse). Culpable ha sido la mía, pues quise así despeñarme a título de obediencia deseoso, Fénix, de agradarte. Haciendo en bruto esta suma, siendo así que el Calpe su misterioso asunto el que lo formó, lo cante".

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