Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Muhammad y al-Qasim, reyes de Algeciras

  • Los hammudíes habían cruzado el Estrecho en tiempos de Almanzor y se consideraban legítimos herederos del Califato de Córdoba disgregado en los reinos de Tarifas

  • La beligerancia del gobierno de Muhammad contrastó con la prudencia de su hijo al-Qasim

Mapa con el reino taifa de Algeciras una vez separado de Málaga en 1035.

Mapa con el reino taifa de Algeciras una vez separado de Málaga en 1035.

En el año 1009 asumió el poder en Córdoba el segundo hijo de Almanzor, Abderramán, apodado Sanchuelo porque su madre era hija del rey Sancho Garcés II de Pamplona y de Urraca Fernández. Ibn Abi Amir, conocido como Almanzor (el Victorioso) por las numerosas veces que había vencido a los ejércitos cristianos, era un personaje advenedizo surgido de la 'amma (clase baja), que había llegado a Córdoba desde la provincia sureña de al-Yazira al-Jadrá usurpando el poder del pusilánime califa Hixam II con la ayuda del visir al-Musafi y de la esposa de al-Hakam II, Shub La Vascona. Llegó a ocupar el cargo de primer ministro convirtiéndose, de hecho, en un nuevo e ilegítimo califa. Antes de morir, en el año en 1002, nombró sucesor a su hijo Abdelmalik al-Muzzafar, que falleció a los ocho años de estar en el poder. Entonces asumió el cargo de chambelán su otro hijo, Abderramán Sanchuelo. Acusado por los hombres de religión de bebedor, impío e inmoral y promocionar de manera ilegítima a los jefes bereberes, el pueblo de Córdoba se rebeló, atacando su ciudad palatina de Medina al-Zahira y acabando con la vida de quien ostentaba la máxima autoridad del decadente Califato.

Entre 1009 y 1031 los intentos de restaurar el prestigio y la unidad del Califato de Córdoba fracasaron. Los poderosos jefes militares bereberes, los mercenarios cristianos y la aristocracia omeya se enfrentaron en una sangrienta y larga guerra civil que no acabó hasta que los cordobeses proclamaron la república en 1031. La disgregación del Estado andalusí dio lugar a la aparición de los llamados reinos de Taifas, unos veintiséis, en un principio, que facilitaron la conquista por los cristianos de los territorios que había ocupado el poderoso Califato de Córdoba. En el sur de al-Andalus se configuraron varios reinos independientes regidos por linajes bereberes, prestigiosos en lo económico, lo cultural y lo artístico, pero profundamente debilitados en lo político y lo militar, como los de Arcos, Morón y Ronda.

Uno de esos reinos de Taifas surgió en las antiguas coras o provincias de Algeciras y Málaga, instituido por la familia bereber de los Hammudíes, que aspiraban a restaurar el Califato en alguno de sus miembros y que habían sido gobernadores de Algeciras, Ceuta y Tánger. Las ciudades de Málaga y Algeciras se mantuvieron unidas bajo un mismo soberano hasta el año 1035, cuando se separó la cora de Algeciras (actual Campo de Gibraltar más los términos de Gaucín, Casares, Estepona y parte de Alcalá de los Gazules) fundándose el llamado reino Hammudí de Algeciras. Un estado pequeño y débil, pero de enorme importancia estratégica debido a su privilegiada situación frente a la costa africana y por poseer el mejor puerto de la orilla norte del Estrecho.

Estos hammudíes habían cruzado el mar en tiempos de Almanzor para formar parte del ejército andalusí que arrasaba los territorios cristianos de Galicia, León, Castilla y Cataluña. Uno de ellos, al-Qasim ben Hammud, descendiente de los idrisíes, que se consideraban legítimos herederos del Califato de Córdoba, fue nombrado gobernador de Algeciras y de Tánger en el año 1013. Pero uno de sus parientes, Yahya, que era ya rey de Málaga, y que ambicionaba extender sus dominios hasta el Estrecho, se apoderó de Algeciras, se llevó preso a al-Qasim a su capital y dejó en Algeciras a los dos hijos de éste, Muhammad y Hasán, bajo la estrecha vigilancia de un jeque bereber de Jerez llamado Abu Hegiag. Cuando Yahya murió estrangulado por un bereber, miembro de su séquito, asumió el poder en Málaga Idris I. Éste mandó matar al prisionero al-Qasim ben Hammud y enviar su cadáver a Algeciras para que sus hijos le dieran sepultura en el cementerio de esa ciudad.

Aprovechando el vacío de poder, Abu Hegiag, que deseaba que la dinastía hammudí gobernara una Algeciras independiente, reunió a los soldados que estaban en la ciudad de guarnición para su defensa y, en presencia de los dos príncipes, hijos del difunto al-Qasim ben Hammud, les dijo: "He aquí a Muhammad y Hasán, hijos del gobernador al-Qasim ben Hammud asesinado por los malagueños. Éstos son vuestros señores y serán vuestros caudillos que os traerán felicidad si les rendís pleitesía". Los soldados lanzaron gritos de júbilo y los aceptaron como dueños y soberanos de la ciudad. Corría el año 1035 cuando Muhammad ben al-Qasim fue nombrado, por aclamación, rey de la taifa de Algeciras.

Sin embargo, el nuevo monarca, Muhammad ben al-Qasim, se vio obligado a mantener varias guerras con algunas taifas vecinas, que aspiraban a apoderarse de sus territorios, o bien para ayudar a otros reinos de su mismo origen norteafricano, como el de Badajoz, que había sido atacado por el rey de Sevilla, al-Mu'tadid. Pero, quizás la decisión más arriesgada del soberano de Algeciras fue querer que se le reconociera como Califa de Córdoba, lo que le ocasionó la animadversión de otros aspirantes a ese título. Estos proyectos y empresas militares, que en nada favorecían al pequeño emirato algecireño, debilitaron su economía y el prestigio del rey, que fue perdiendo el apoyo de sus súbditos, mientras que su hermano, Hasán, se dedicaba a la contemplación y al ascetismo, realizando la peregrinación a la Meca acompañado de su hermana Fátima en el año 1044.

A duras penas, el reinado de Muhammad se prolongó hasta el día de su muerte, acontecida en su palacio de Algeciras en el año 1048. Le sucedió en el trono su hijo al-Qasim ben Muhammad, que tomó el sobrenombre de al-Watiq bi-llah, que quiere decir "el que confía en Dios", aunque, a diferencia de su padre, y dando muestras de mesura e inteligencia, no pretendió que lo nombraran Califa de Córdoba.

Al-Qasim ben Muhammad gobernó Algeciras con prudencia durante siete años, procurando alejarse de los conflictos armados y de las nefastas alianzas que tanto daño habían causado a la ciudad en tiempos de su predecesor. En sus días, Algeciras fue un Estado que prosperaba, en el que floreció la cultura, la literatura, el arte y el comercio con la otra orilla, a pesar de sus escasos medios económicos y de su reducido territorio. Se conocen los nombres de una saga de sabios algecireños, entre ellos un tal Abd al-Jaliq al-Yasubi, que desempeñó el cargo de alfaquí en la ciudad en tiempos del rey al-Qasim ben Muhammad.

Los años de su reinado fueron relativamente pacíficos, posibilitando una recuperación de la castigada capital del reino y de las comarcas que la rodeaban, al menos hasta que la guerra con el rey de Sevilla, al-Mu'tadid, que había emprendido una serie de campañas con el fin de apoderarse de los pequeños reinos beréberes del sur, sobre todo de Algeciras, cuyo puerto ambicionaba para, desde él, poder atacar la ciudad de Ceuta, se hiciera inevitable.

En el año 1055, refiere el historiador Ibn Idari, que "cuando (al-Mu'tadid) halló que este muchacho, pese a su nobleza de espíritu y a la excelsitud de sus acciones, era el más débil de los emires bereberes en poderío y el más escaso de ellos en hombres, se dirigió contra él y lo sitió". En otro lugar dice este cronista que "al-Qasim no tenía sino unos doscientos jinetes en su caballería para poder defender la ciudad". Envió, entonces, al-Mu'tadid a su ejército y su armada contra Algeciras por tierra y por mar, y puso al frente de sus tropas a su visir Abd Allah ben Sallam, que ya había alcanzado varias victorias contra otros reinos taifas vecinos, el cual puso cerco a la ciudad por mar con los navíos y por tierra con las máquinas de asedio. Viéndose en inferioridad de hombres y de medios, al-Qasim ben Muhammad solicitó el auxilio de sus antiguos aliados bereberes de al-Andalus y de Suqqut, señor de Ceuta, los cuales fueron demorando su ayuda hasta que el rey de Algeciras, falto de vituallas y de armas, perdió toda esperanza de ser socorrido y se vio obligado a solicitar una rendición honorable a los sevillanos.

Pactó la entrega de la ciudad con el visir Abd Allah ben Sallam a cambio de que éste le diera un salvoconducto para sí, su familia y sus cortesanos. A continuación, entregó las llaves de las puertas de su ciudad al visir de al-Mu'tadid, entrando en ella los soldados sevillanos que ocuparon las atarazanas y el alcázar. Luego, el destronado al-Qasim ben Muhammad abandonó la ciudad en una embarcación que le habían proporcionado sus enemigos y se dirigió con sus familiares y su séquito a la cercana ciudad de Ceuta con la esperanza de que su emir le diera amparo. Pero Suqqut, que no quería tener roces ni incomodar al rey de Sevilla, no le permitió que desembarcara en su puerto, lo que no impidió que, años más tarde, los sevillanos atacaran y pusieran sitio por mar a la ciudad de Ceuta.

Entonces, el desdichado rey de Algeciras navegó hasta la ciudad de Almería, donde logró que el rey de aquel reino taifa, Abu Yahya Muhammad, lo recibiera y le diera cobijo a él y a su familia. Aquel año 1055 llegó a su fin el reino taifa hammudí de Algeciras que quedó, a partir de esa fecha, unido al poderoso y extenso reino de Sevilla, gobernado por la familia de los Abbadíes, hasta que los almorávides, en el año 1086, desembarcaron en al-Yazira al-Jadrá y la convirtieron en su principal puerto a este lado del Estrecho.

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