ESTAMPAS DE LA HISTORIA DEL CAMPO DE GIBRALTAR

Fabia Fabiana: benefactora de Traducta

  • La heredera de las alfarerías de Cayo Aurelio Fabiano, adoradora de Diana, convenció a su padre para erigir un fastuoso monumento a la diosa

  • La estatua de bronce desapareció tras el asalto de los vándalos en el año 425

En la inscripción que aparece en el frente del pilar se puede leer cuál fue la donación que hizo Fabia Fabiana a la diosa: “una cadena de oro con siete piedras, pulseras con veinte gemas, brazalete con trece piedras, una ajorca con dieciocho piedras y dos anillos con gemas engastadas”.

En la inscripción que aparece en el frente del pilar se puede leer cuál fue la donación que hizo Fabia Fabiana a la diosa: “una cadena de oro con siete piedras, pulseras con veinte gemas, brazalete con trece piedras, una ajorca con dieciocho piedras y dos anillos con gemas engastadas”.

Después de visitar, en compañía de su joven hija, Fabia Fabiana, la más amplia y productiva factoría de salazón de pescado de Iulia Traducta, a cuyo embarcadero arribaban naves de comercio procedentes de la Mauritania Cesariense, la península itálica, las islas Griegas e, incluso de Britania y de Germania para cargar las ánforas con sus apreciados productos elaborados a partir de los atunes rojos pescados en aguas del Fretum Gaditanum, Cayo Aurelio Fabiano y su hija, la rica heredera de sus alfarerías ubicadas en torno a la bahía y de las salinas de Portus Albus, dejaron atrás la zona industrial de la ciudad y se dirigieron a la reducida acrópolis en la que se hallaba el templo, dedicado a la diosa Diana Augusta. Un templo modesto que había sido edificado en tiempos de Octavio Augusto cuando éste sólo ostentaba los títulos de Pontífice Máximo y Princeps Senatus.

Aquella deidad, tan ajena a los cultos propios de la provincia Bética, había despertado su admiración desde que su padre acudía, en la temporada de pesca de atunes, a visitar a su amigo Vibio Maro, convirtiéndose, desde su infancia, en una ferviente seguidora y fiel devota de la imagen de la diosa Diana, a pesar de que la escultura de la deidad, mal labrada en piedra caliza y de reducido tamaño, no era, precisamente una imagen sagrada que atrajera y favoreciera el culto de sus seguidores.

Cuando accedieron a la plazuela en la que se erguía el templo, con su fachada rematada por un frontón triangular, bellamente esculpido, sostenido por una columnata tetrástila de mármol, se detuvieron para tomar el aire que les faltaba después del ascenso hasta la acrópolis de Iulia Traducta.

"Padre, permíteme que haga un ofrenda a la diosa", solicitó la muchacha a su progenitor que daba muestras de cansancio, no en vano superaba con creces los cincuenta años de edad, y se había aposentado sobre un banco de piedra que había adosado a la fachada del templo.

"Accede a la casa de la diosa, hija mía, y haz lo que tengas que hacer. Yo, entretanto, descansaré en este agradable altozano contemplando el mar plácido alejado de las factorías y de los nauseabundos efluvios que surgen de las salas de despiece".

Fabia Fabiana permaneció un largo rato en el interior del templo, delante del altar y de la pequeña escultura de piedra que representaba a la diosa, en uno de cuyos pebeteros depositó una porción de incienso que había adquirido en un tenderete que los sacerdotes tenían instalado a la entrada del recinto sagrado.

Cuando la joven abandonó el templo, era casi medio día.

Su padre la esperaba, cubierta la cabeza con un sombrero de paja que había comprado a un vendedor ambulante y que, a esa altura de la primavera era necesario portar para defenderse de los ardientes rayos del sol, sobre todo a personas que, como Cayo Aurelio, no conservaban más que un endeble mechón de cabellos canos sobre su testa.

"He pensado, padre, que debemos hacer una ofrenda importante a la diosa Diana Augusta en este humilde templo", dijo, mientras caminaban calle abajo con el propósito de salir de la ciudad por el camino de Baelo Claudia para tomar un refrigerio en una de las ventas que flanqueaban la calzada. "Mi hermano Cayo Fabio aún no ha retornado de su estancia en Germania como legado del emperador. He de hacer votos para que la diosa lo proteja y nos lo devuelva sano y salvo".

Y de esa manera los Fabio Fabiano, una de las estirpes más prestigiosas y ricas de la provincia Bética, residente en Barbésula, decidieron invertir una fortuna en erigir un monumento a la deidad de la que era tan devota la joven Fabia.

Transcurrido dos meses, Cayo Aurelio Fabiano recibió en su mansión de Barbésula a uno de los escultores más afamados de Itálica, que se comprometió a entregar, en el plazo de un año, un pedestal o basa de mármol blanco extraído de la famosa cantera de Coín, labrado con motivos vegetales y escenas mitológicas, para que se colocara sobre él una estatua de la diosa cazadora elaborada en bronce a la cera perdida que debía de ser traída de Italia.

Corría el año tercero del reinado del emperador Trajano, cuando en un barco mercante, procedente del puerto de Ostia, arribo al frágil embarcadero fluvial de Iulia Traducta la estatua de bronce de la diosa Diana de un tamaño menor que el natural, pero de una exquisita belleza, señal de que había sido fundida en uno de los talleres más prestigiosos de Roma.

Con una fastuosa ceremonia, que acabó en una variada y suculenta comida, en la que estuvieron presentes las autoridades religiosas, políticas y administrativas de Traducta y de Barbésula, la familia de la donante, Vibio Maro con su esposa e hijos y ricos representantes de las industrias de salazón y de los mercatores y naviculari enviados por los consorcios salazoneros de la ciudad de Gades, se entronizó y bendijo por los sacerdotes del templo la imagen de la diosa en su pedestal, que había sido traído a la ciudad una semana antes. Un famoso orador, venido de Iptuci, pronunció un emotivo discurso u oración de agradecimiento a Fabia Fabiana por su generosidad y la valiosa donación que hacía a aquel modesto templo traductino.

La estatua de bronce de la diosa cazadora debió ser robada o destruida en el transcurso del asalto que realizaron los vándalos a la ciudad en el año 425 antes de embarcar con destino al norte de África, o en siglos posteriores para utilizar el bronce con fines militares.

El pedestal, que se conserva y se expone en el Museo Municipal de Algeciras, fue hallado, en el año 1972, en el transcurso de unas obras que se realizaban en la calle Trafalgar, en su confluencia con la calle Alfonso XI.

Aparecen talladas tres caras de la basa, quedando, la cuarta sin tallar, probablemente porque estaría adosada a uno de los muros del templo. El frontal de la marmórea pieza, que tiene forma alabeada está decorado con relieves de hojas de acanto alargadas. El lapicida había labrado dos escenas, probablemente de tema mitológico, y una inscripción que inmortalizaba el nombre de la donante y benefactora de la diosa y del templo. En dicha inscripción también se enumeraban las joyas que, además del pedestal y de la estatua, la joven barbesulana había ofrecido a la diosa. Dicha inscripción dice lo siguiente: "A Diana Augusta. Fabia Fabiana, hija de Cayo, con los ornamentos infrascritos, una vez celebrado el banquete, dona y dedica: una cadena de oro con siete piedras, pulseras con veinte gemas, brazalete con trece piedras, una ajorca con dieciocho piedras y dos anillos con gemas engastadas".

Las escenas laterales que presenta la basa, ambas picadas, muestran, la de la derecha, la representación de una figura masculina con algo colgado del hombro, que marcha hacia un lado; hacia el lado opuesto, aparece una figura que puede ser interpretada como un perro o un león: ¿Hércules?

En la escena del lado izquierdo hay un relieve, también picado, que permite reconocer a un jinete y, detrás de él, una figura de menor tamaño y de difícil interpretación.

Es posible que la dampnatio memoriae del picado de los dos únicos relieves figurativos laterales, pueda estar relacionada con el uso, como ara de un altar, que pudo tener el pedestal en siglos posteriores como elemento del culto cristiano. O en tiempos del Islam, respondiendo al repudio y la prohibición de esa religión hacia el arte figurativo.

La cuidada y exquisita decoración vegetal de hojas de acanto del pilar de Algeciras, datado en la primera mitad del siglo II d.C., tiene paralelos y semejanza -según el profesor Presedo Velo- con un capitel decorado, también, con hojas de acanto, que se custodia en la Biblioteca de Celso, en Éfeso, y con otro del Asclepeion de Pérgamo.

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