Antonio Torremocha Silva | Historiador

"En los 90 tenía que recoger las piezas arqueológicas en las escombreras de San García"

  • A punto de dejar, forzado, la docencia, este pionero de la investigación histórica del Campo de Gibraltar celebra la aparición en Algeciras de un sentimiento de protección del patrimonio

Antonio Torremocha señala una de las piezas del Museo de Algeciras.

Antonio Torremocha señala una de las piezas del Museo de Algeciras. / Erasmo Fenoy

Algecireño del 50, Antonio Torremocha Silva lleva 45 años estudiando la historia del Campo de Gibraltar y el Estrecho. Tanto, que cuando se le pregunta sobre cualquier noticia de actualidad, su mente se marcha siglos atrás para bucear en los orígenes y dar una explicación. Eso es porque lleva 30 como profesor. Habla del siglo XIV como si lo hubiera vivido, pero se ha adaptado sin titubear a estos tiempos de pandemia. Donde usted pisa ocurrieron acontecimientos que conoce como nadie. Sus alumnos lo atestiguan. 

Suya es mucha culpa de que en Algeciras se haya despertado una corriente para la protección del patrimonio patrimonio histórico.

Bueno, es que esa preocupación no existía hace años. Hemos perdido tantos edificios interesantes… pero sí,  actualmente hay un trabajo en el que estamos colaborando mucha gente. Aepa, la asociación de patrimonio, con sus conferencias y sus reportajes en Onda Algeciras, está realizando una labor de verdad, para recuperar la historia. Ahora hay una buena sintonía entre la sociedad culta de Algeciras.

¿Cómo surgió?

Primero con la revista Almoraima, al inicio de la transición democrática, que fue importantísima en sus orígenes. Entonces la hacíamos ocho o nueve, ahora hay muchas personas. Fue el primer eslabón. El segundo fue la labor que hicimos desde el museo municipal, recuperando la historia arqueológica de la ciudad. Organizamos tres congresos internacionales y vinieron expertos de toda España y también de Francia, Portugal, Italia y Marruecos. El museo fue un detonante y gracias a todo eso hoy en día hay un plantel de investigadores bastante numeroso que trabaja además en conjunto.

¿Tan mal estábamos?

Cuando yo fui director del museo de Algeciras, en 1996, tenía que ir con Miguel Vega a recoger las piezas arqueológicas en los vertederos de San García, porque las obras que se hacían no se vigilaban y los camiones arrojaban los restos de las excavaciones en las escombreras. Ese era el nivel. Al final tenía que amenazar a los constructores con que si aparecía algún elemento lo denunciaría a la Junta de Andalucía. Ahora por fortuna todo eso ha cambiado.

¿Qué es lo más urgente?

La capilla del asilo. Está en peligro. Al igual que con Villa Patricia, hay que intervenir, porque está abandonada y se va a destruir. Es neogótica, con unas vidrieras modernistas preciosas de principios de siglo XX, sobre la que hay que actuar. Hay mucha gente preocupada con este edificio que quiere transmitir ese sentimiento a las autoridades.

Como sucedió hace años con las murallas medievales.

Hubo un político que quería cubrirlas para hacer un edificio y varias personas, entre ellas el arquitecto municipal y yo, como director del museo, conseguimos salvar lo que hoy es una joya del siglo XIII muy importante para la ciudad.

Ahora existe un proyecto para recrecerlas. 

Bueno, me gustaría verlo, porque arqueológicamente no se debe reproducir inventando las estructuras. No sabemos la altura de las murallas, no sabemos cómo era el adarve, ni las almenas, entonces… En Portugal hay unos castillos maravillosos, pero son todos recreados entre los años 40 y 60. Los arqueólogos estamos muy en contra de inventarse lo que no sabemos cómo era. En Gibraltar, sin embargo, hay unos dibujos magníficos de Anton van den Wyngaerde, un flamenco al servicio de Felipe II que en 1567 reflejó la muralla, las puertas, las torres, todo. Ahí si se puede actuar, porque lo conocemos con precisión. Algeciras entonces no era más que un motón de ruinas hasta que llega Verboom dos siglos después.

En breve se jubila. 

He sido profesor de la UNED durante 30 años, pero tengo 70 y, aunque esté perfectamente de mente y tenga una experiencia acumulada, tengo que abandonar las clases. Es absurdo, pero así es la ley. Creo que ahora es cuando más puedo aportar a los alumnos. Me voy a mi casa cuando tengo un cúmulo de conocimientos que no tenía cuando empecé. Me duele, pero ahora tendré más tiempo para mis artículos y mis novelas.

Antonio Torremocha, en las murallas medievales. Antonio Torremocha, en las murallas medievales.

Antonio Torremocha, en las murallas medievales. / Erasmo Fenoy

¿Cómo lleva no pisar las aulas por culpa del coronavirus?

A algunos nos ha costado algún esfuerzo. Ahora estoy impartiendo las clases a través de un sistema online. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Es más cómodo porque estamos en casa, sin tener que desplazarnos, e incluso puedo mostrarles mapas y documentos. Pero no estás viendo al alumno. No existe esa conexión directa que te permite relajar la clase con una anécdota cuando es necesario. Esa frialdad no es positiva, pero no tenemos más remedio que adaptarnos. Hace unos días, invitado por don José Calvo Poyatos, una mente preclarísima, participé en las V Jornadas sobre Gibraltar y el Estrecho, de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, con sede en La Línea. Tuvimos que hacerlo a través de internet y la tecnología a veces te juega malas pasadas. Pero la alternativa era no celebrar las jornadas. De todas formas hay que tener cuidado con estas innovaciones técnicas, porque hay personas que podemos amoldarnos pero muchas personas mayores no pueden y corren el riesgo de quedar relegadas.

Usted ha estudiado la historia del Puerto de Algeciras, ¿siempre ha sido tan polémica? 

Tuvo problemas desde el origen. A mitad del siglo XVIII, cuando la ciudad se independiza de San Roque, el Ayuntamiento tiene una gran preocupación por volver a activar la actividad portuaria, que en el pasado había sido muy importante, pero se encuentra con una fuerte oposición de Tarifa, pero sobre todo Cádiz, que veía peligrar su comercio con América y el Norte de África. Al final se instaura la primera Aduana en Algeciras, pero las estructuras del Puerto no existían. Las barcas fondeaban en el curso bajo del río de la Miel. Hasta 1870 no hay un primer muelle, pero el calado era de dos metros y medio. Todos los proyectos de mejorar las instalaciones que se presentaban se quedaban en la Dirección Provincial de Obras Públicas. Ninguno llegaba a Madrid. Entonces una empresa extranjera trae el ferrocarril. La Algeciras-Gibraltar Railway Company lo consigue con el apoyo del Gobierno y es la que construye el muelle de madera, que tenía 100 metros de longitud y con calado suficiente. Era un muelle extranjero. En 1906 se convoca la Conferencia Internacional, vienen embajadores de todo el mundo, periodistas de toda España, y se dan cuenta de que esta ciudad, preciosa en aquellos tiempos, carecía de infraestructuras portuarias en condiciones. Entonces se crea la Junta de Obras del puerto, que era un organismo autónomo, con un presidente, una junta formada por comerciantes, el comandante de marina, el general gobernador y autonomía para cobrar impuestos y construir instalaciones. Ya no había que mandar los proyectos a Cádiz, sino que directamente iban al Ministerio de Obras Públicas. Así se desbloqueó el Puerto de Algeciras.

Torremocha, en el histórico salón de Plenos del Ayuntamiento de Algeciras. Torremocha, en el histórico salón de Plenos del Ayuntamiento de Algeciras.

Torremocha, en el histórico salón de Plenos del Ayuntamiento de Algeciras. / Erasmo Fenoy

Ya ahora se abre un nuevo capítulo. 

A partir del año 13 no ha dejado de progresar y ahora mismo sigue con proyectos necesarios. Sé que un grupo de ciudadanos está en contra de la ampliación hacia la parte sur. Si ya tenemos tocado el Rinconcillo y Palmones e insistimos por ahí, desaparecen. Yo estoy de acuerdo con que se haga hacia el sur, porque los puertos no pueden paralizarse. No puede paralizar su crecimiento. Si Algeciras se hubiera quedado en los años 20 no tendríamos nada. Hay que estar continuamente desarrollándose, por fortuna, y ahí está nuestro ejemplo. Si ahora hay una necesidad de mayor espacios utilizables, habrá que aprobar la expansión de la Isla Verde Exterior. Algunos amigos míos lloraban hace años cuando llegaron la Refinería y Acerinox porque se perdían nuestras playas… yo digo que si hubiéramos dejado aquello como en los años 60, el paro sería de más del 40% porque el turismo nunca se hubiera sentido atraído por una bahía que tiene un problema con el levante. En el mes de agosto se mete un viento de quince días y el turista que viene una vez no viene más. Esta es una zona complicada para un turismo de masas. Tarifa, cuando yo era joven, era un desierto en verano, lo que pasa es que se metió el windsurf y después el kitesurf y descubrieron un lugar ideal. Las grandes industrias no estarían aquí si no hubiera un Puerto. Hace unos años hicimos un trabajo en la UNED, que nos encargó José Arana, para comprobar cuanta gente vivía indirecta o directamente de él. Nos salió que el 70% de la población dependía de la actividad portuaria.

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