Historias de Algeciras

La medicina (LXVI)

  • El Hospital Civil realiza el periódico control sobre el estado de salud de las cortesanas por necesidad, cuyo número aumentó por la presencia militar

María la Palacia tenía su casa de trato junto al Ojo del Muelle.

María la Palacia tenía su casa de trato junto al Ojo del Muelle.

n el capítulo anterior, se hizo mención a La Jerezana, conocida hija de Venus que necesitó de asistencia sanitaria en el Hospital Civil tras ser victima de las lesiones de las que fue objeto por un individuo en la casa de lenocinio donde ésta prestaba sus servicios en la popular calle del Sol, esquina a la de Munición.

Esta era una de las situaciones problemáticas con las que se enfrentaba la sanidad local algecireña, desde tiempo atrás, agravada por la masiva presencia militar en la ciudad potenciada por la mayor presencia española en el norte de África desde 1860, fecha del inicio de la guerra de Marruecos. n el capítulo anterior, se hizo mención a La Jerezana, conocida hija de Venus que necesitó de asistencia sanitaria en el Hospital Civil tras ser victima de las lesiones de las que fue objeto por un individuo en la casa de lenocinio donde ésta prestaba sus servicios en la popular calle del Sol, esquina a la de Munición. Esta era una de las situaciones problemáticas con las que se enfrentaba la sanidad local algecireña, desde tiempo atrás, agravada por la masiva presencia militar en la ciudad potenciada por la mayor presencia española en el norte de África desde 1860, fecha del inicio de la guerra de Marruecos. 

El control sanitario de estas mujeres estaba a cargo del médico higienista quién cumpliendo un calendario de visitas pasaba revista a todas las profesionales del amor recogiendo documentalmente el resultado de la oportuna revisión, como tal les aconteció a las siguientes meretrices: “Josefa L. quién se encontraba enferma; Mercedes M. y Elvira R., quienes se encontraban sanas; Margarita S., enferma; Aurora P. enferma; María P. sana; Dolores B. menstruando; Mercedes C. y María V., sana; Isabel A. enferma; María G. sana; Dolores P. sana; Virginia P. enferma; María C., sana; Josefa S. enferma ó Francisca, G. sana. El Médico Higienista. V. Morón”. La actividad en las casas de tolerancia estaba controlada por el orden local cuyos agentes ampliaban el control hasta las llamadas de tapadillo.

Sobre estas últimas, dada la competencia, las propietarias de las casas reconocidas por la autoridad ejercían denuncia como la que realizó María O., quién puso en conocimiento de los  agentes –de su puño y letra–, lo siguiente: “La Ditera, recibe en la calle de las Huertas  con dos pupilas; María G. tiene dos pupilas admitiendo todo lo que le sale en su casa; la Bolatera, amas de casa; Antonia en el callejón de la Viuda, ama de casa, tiene a mujeres y llama a mujeres; María la Palacia, en callejón del Muro, 2 mujeres y las que van de noche; la Tarifeña […], 2 primas y 2 mujeres más; La Melona, en el callejón de Jesús, tiene una pupila ó La Campilla, ama de casa también admite”. Si el control sobre la prostitución admitida resultaba no fácil para los profesionales de la medicina algecireña, la oculta resultaba prácticamente imposible. Aunque las fuerzas del orden tuvieran pleno conocimiento de la mencionada actividad, no solo de sus protagonistas sino también de los lugares para su práctica, como lo demuestra la siguiente información: “La Palacia, en el Ojo del Muelle; La Melona, en callejón de Jesús; Antonia V., calle Bailén; La Pachocho en San Isidro; calle Gloria, una casa; Secano dos casas; calle Escopeteros, una casa; Sur del Río, otra casa”. La documentación recoge apodos sin especificar casa de mancebía o lugares al uso: “La Palacia (en la denuncia reseñada callejón del Muro–Ojo del Muelle), la Dorotea, la Campilla, la Almejera, la Portera o la Quiquina”. Dejando para el final la información documentada como lugares habituales para la práctica de la prostitución, los llamados “Tunar de Ojeda”, sito ente la Ronda o Secano y el camino a la Estación, hoy Fuente Nueva y el Puente, en referencia al antiguo Puente del Matadero. A veces los médicos que trataban a estas mujeres servían de referencia, dados sus ficheros, para que fuesen localizadas por sus familiares en función de la gran procedencia externa de estas pobres hijas de Venus, que en su gran mayoría se veían abocadas a la prostitución victimas de la realidad social del país. Tal fue el caso de la familia de la meretriz Francisca H. Ll., cuyos padres desde Fuengirola (Málaga) se pusieron en contacto con las autoridades locales, las cuales remitieron los datos al Hospital Civil: “Padre Bernardo H., madre María Ll. La hija Francisca H. Ll, edad 28 años, natural de Fuengirola, Provincia de Málaga. Nº 117 (ficha)”. También cargada de humanidad, fue la carta que una vecina de Málaga (capital), envío al consistorio Algecireño, en los siguientes términos: Señor Alcalde Constitucional de Algeciras. Muy Señor mío y de mi mayor respeto. La presente tiene por objeto que teniendo en esa una hija en casa de Manolo en la calle Munición número 41, y habiéndole escrito varias veces al amo y a ella, y no teniendo contestación recurro á Usía a ver sí por caridad me pudiera V dar razón de ella, pués no sé de ella hace 9 meses y se llama María B. Aguardo impaciente su contestación en calle del Pulidero (Málaga), y no molestando más se despide de V su más humilde servidora. María R.”. El texto fue enviado al Hospital Civil, informándose posteriormente a la alcaldía: “Contestada (la carta), conforme a los antecedentes que obran en esta sección”.

Lo que demostraba que la hija buscada por aquella madre, se encontraba en nuestra ciudad. El archivo de fichas del popular Hospital había cumplido con un servicio más allá del sanitario, pero no por ellos menos importante. El asunto de la prostitución en la zona no es solo tema de preocupación en Algeciras, otras ciudades se encontraban con el mismo problema: “En la vecina plaza de Gibraltar se vienen llevando a cabo una campaña contra los males secretos. Tiende a proyectar un control sobre las casas de lenocinio y llevar á efecto una estricta vigilancia sobre las prostitutas como medio de hacer menor la propagación de los males venéreos, y si es posible llegar á hacer menos peligrosos dichos males para la juventud”. En referencia a la campaña que se viene realizando en la colonia, y dado el gran problema que representa para las distintas poblaciones, también en la vecina ciudad de La Línea de la Concepción surge la crítica sobre el asunto: “¿Por qué no se hace lo mismo aquí que es donde dichas mujeres tienen mayores libertades? ¿Por qué no se hace siquiera vigilancia médica más frecuente, y vigilar la prostitución foco de los más terribles males? En nuestra ciudad también se produce la marginalidad social hacia estas mujeres que se hace visible en la practica del paseo vespertino, cuando las llamadas “desdichadas” salían de sus mancebías localizadas en su mayoría en los alrededores de la calle Munición y caminaban rumbo hacia la Plaza Alta, teniendo bien cuidado de tomar el marcha-pié de la izquierda de la calle Convento, en clara dirección hacia la Capilla de Europa, desde donde podían seguir calle Real abajo o hacer el giro de regreso. Al mismo tiempo que las señoras decentes –acompañadas de sus maridos o novios, algunos de los cuales eran clientes habituales de las primeras–, circulando por la calle Regino Martínez o Ancha, tenían como referencia la misma plaza pero por su lado derecho, siendo la iglesia parroquial estación para proseguir el andar, buscando la calle Prim y posteriormente la de Tarifa, donde a su final, viéndose la Plazuela de la Caridad, se procedía al giro de regreso. Lógicamente todo aquel orden social se trastocaba con la presencia masiva de tropas llegadas en ferrocarril, con soldados venidos desde todos los puntos de España destinados al frente del norte de África.Pero mientras el orden social mantenía sus reglas no escritas –aunque férreamente cumplidas por todos– desde el Hospital Civil, se seguía realizando el periódico control sobre el estado de salud de las cortesanas por necesidad: “María R.D. se encuentra menstruando; María Luisa S. enferma; ó, Catalina G. y Francisca D. ambas se encuentran enfermas, entre otras...”. Aquel exhaustivo control sanitario, generaba una estadística de carácter mensual, dando los resultados siguientes: “Ayuntamiento de Algeciras. Relación de lo recaudado en el mes de la fecha por reconocimientos, licencias y cartillas de meretrices. Por reconocimientos 84,50 pesetas. Por licencias 32,50 pesetas. Cartillas 6,50 pesetas. Total 123,50 pesetas. El encargado de la Sección de Higiene Especial de Algeciras. E. Alcoba”.Una vez finalizada la inspección sanitaria, se elaboraba el consiguiente parte que se enviaba a la Alcaldía de la ciudad, quién a su vez lo remitía a la Guardia Municipal para que en los sucesivos días, procediese al control de las cartillas personales de cada “trabajadora”, para que, en caso de incumplimiento de lo expresado en las mismas por la autoridad  facultativa –apta o no apta–, procedieran a sancionar. 

En otro orden de asuntos sobre el mismo tema, frente a la hipócrita actitud social hacia la practica de la prostitución, en todos los municipios –lógicamente incluido el algecireño–, estas mujeres alegres contribuían económicamente a la riqueza del municipio de forma periódica cada siete días, por lo que los gastos sanitarios que originaban quedaban sobradamente compensados: “Además de la contribución municipal que se les cobra a las meretrices semanalmente, se les exige por sus patronos ó patronas cuando llega el momento de ausentarse, cantidades de 5 y 25 pesetas”. Es decir, la contribución de estas “trabajadoras del sexo” a las economías locales de la zona durante un periodo importante del pasado siglo, no fue en absoluto desdeñable para las arcas municipales y economía general de los municipios. Y además, no pocas importantes transacciones realizadas en nuestra ciudad por los tratantes de ganado se realizaban o finalizaban en aquellas casas –nunca mejor llamadas– “de trato”.De regreso al control sanitario de las meretrices censadas en Algeciras, comentar que dicha vigilancia contaba con el apoyo de las fuerzas de orden público municipales como lo demuestra el siguiente documento: “Por orden del Alcalde, los agentes de su autoridad recluyeron días pasados á diez desgraciadas que sin someterse á la reglamentación de las leyes de higiene se dedicaban a la vida alegre”. Se refiere a las que conocedoras de su salud, eludían el control sanitario obligatorio, prosiguiendo la denuncia: “Una vez revisado el estado de muchas de ellas, no siendo el más satisfactorio,  pasaron por tanto al Hospital de la Caridad para ser sometidas á un plan curativo”. La presencia de este grupo de “incontroladas”, provocó una gran alarma social en nuestra ciudad: “La opinión pública asustada, ha señalado el asunto como escandaloso, dándose casos desdichadísimos en que tras largas y penosas enfermedades, han venido ha encontrar algunos jóvenes una muerte cierta”. Invocándose desde distintos foros Salus populis suprema lex est  (La salvación del pueblo es ley suprema, primer principio del Derecho Público Romano). En aquella sociedad de comienzos del nuevo siglo se prefería mirar para otro lado y no reconocer la realidad de la prostitución y sus peligros. Tan solo los miembros de la sanidad local en cada municipio –en coordinación con la sanidad militar– conformaban la gran defensa ante los posibles efectos para la salud de sus habitantes y aún así, para no sobresaltar a los “castos”, el asunto se trataba con el máximo de los sigilos: “Doctor Martínez. De los Hospitales de París. Especialista en las enfermedades secretas. Calle Sagasta (antes San Antonio 3 y 4).

Consultas de 10 á 13 horas. Algeciras”. La presencia de un galeno con carácter tan privado y exclusivo para según que clase social, implicaba que los males secretos no solo afectaba –como se pretendía señalar–, a las clases populares. Aquellas pobres mujeres abocadas en su mayoría a la practica de la prostitución como única salida de la endémica pobreza nacional, venidas hasta nuestra ciudad, desde diversos puntos de la geografía española huyendo del hambre, además de contribuir humildemente al desarrollo de los municipios de la zona, sufrieron el menosprecio de la sociedad, que salvo el control sanitario para su propia defensa, jamás se ocupó y preocupó de estas, posibilitándoles otras alternativas a sus desgraciadas vidas; pero esa, es...otra historia. Agradeciéndoles el magnífico seguimiento, Historias de Algeciras se despide de sus lectores hasta el próximo mes de septiembre.Manuel Tapia Ledesma es director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

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