Campo chico

Tiempos de tribulación

  • Los años posteriores al franquismo supusieron un enfriamiento de la religiosidad popular y las tradiciones anejas

Pastorada en la Peña Miguelín, en 1996.

Pastorada en la Peña Miguelín, en 1996. / E. S.

En los años que siguieron al cambio de régimen, andábamos todos expectantes y un poco encogidos. Bien es verdad que se abría un horizonte esperanzador, pero había demasiados flecos del pasado colgados del presente. No es cuestión de entrar en detalles, pero un asunto que se había quedado frío, era la religiosidad popular y las tradiciones anejas.

En diciembre de 1976, el día 15, a poco más de un año de la muerte del general Franco, se aprobó en referéndum la ley para la Reforma Política. Los cambios se sucedían con rapidez y las emociones jugaban con la imaginación hasta generar inquietud y desasosiego. Cuatro meses después, el 15 de abril de 1977, el Consejo de Ministros convocaba las primeras elecciones libres en más de cuarenta años; serían el 15 de junio. No faltaba mucho para que los ayuntamientos se incorporaran al proceso. En algunos casos, como en Algeciras, hubo desarreglos, dimisiones y reajustes: la alcaldía de nuestra ciudad pasó a ser ocupada, en vísperas de las elecciones municipales, por un antiguo profesor y director del Instituto, que ya lo fue del Kursaal y que es una pena que no sea recordado en su contexto docente: Francisco Bravo García.

La población de la Algeciras de 1979 rebasaba los 90.000 habitantes; había crecido en los últimos treinta años, más del 75%. La Semana Santa parecía caminar hacia la extinción y el cálido sonido de las rondallas en la Navidad había desaparecido. La religiosidad popular estaba en crisis y venían a la memoria aquellas palabras del ministro Miguel Maura, del Gobierno provisional de la Segunda República, cuando dijo (con escasa precisión y considerable ligereza), al conocerse el resultado de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931: “España se acostó monárquica y se levantó republicana”.

Una ciudad próspera, de un dinamismo extraordinario, que marchaba, con una velocidad de vértigo, a constituirse en una de las más importantes de Andalucía, con una burguesía más que presentable, una clase media considerable, acostumbrada a los cuarteles y al funcionariado, votaba el día 3 de abril de 1979 muy mayoritariamente (más del 70%) a la izquierda. No obstante, la participación no llegó al 50% (en España fue superior al 62%), lo que señalaba un notable desinterés de la población por estos comicios: en las generales de apenas dos años antes, rebasó el 68%. Maura habría dicho: Algeciras se acostó el día 2 de abril, más bien burguesa, acomodada, liberal y conservadora, y se levantó –aunque muchos de los votantes permanecieron acostados– de izquierdas.

Algeciras se acostó burguesa, acomodada, liberal y conservadora, y se levantó –aunque muchos de los votantes permanecieron acostados– de izquierdas

El primer alcalde constitucional de Algeciras, era del Partido Comunista de España (no mucho tiempo atrás innombrable) que gobernaría en coalición con el PSOE y una mayoría conjunta de 14 concejales (8+6); frente a siete de la UCD de Adolfo Suárez, que gobernaba en España, y cuatro del Partido (tímidamente socialista) de Andalucía.

Falso sello en homenaje a Miguelín. Falso sello en homenaje a Miguelín.

Falso sello en homenaje a Miguelín.

Cuatro años más tarde, en 1983, el PSOE había irrumpido en España con fuerza, y en Algeciras, esta vez ya con una participación del 58%, rozó la mayoría absoluta con sus 12 concejales. El PSA aparecía a la deriva, quedándose con un concejal, y el PCE mantenía más que bien el tipo con siete. Desaparecida la UCD, la alianza de las derechas se quedaba con cinco concejales. Un largo período nos esperaba con las izquierdas por todas partes hasta que en 1991 el andalucismo político de por estos pagos, perdió la brújula y se entendió con la derecha, fijando como objetivos principales, acabar con el PSOE y derruir la Escalerilla; lo que consiguieron en poco tiempo. Una moción de censura acabaría con el frente formado por socialistas y comunistas.

El andalucismo había basculado hacia la derecha, si es que a lo que pasó podía llamársele bascular. El caso es que, socialmente, la recuperación de la religiosidad popular, que se hacía notar hacia la mitad de la década de los ochenta, se iba consolidando. La Semana Santa ya tenía nervio y las rondallas de Navidad volvían a asomarse a las calles. Antes, un hecho singular constituyó un núcleo duro que concentró la energía de un big-bang para el porvenir...

En las Navidades de 1982 una veintena de antiguos socios de la Peña Miguelín, decide crear una rondalla. Era gente ya talludita que había vivido y participado en la edad de oro del movimiento rondallista, los cincuenta y primeros sesenta, en agrupaciones históricas como las de Juan Casas, Ángel Maza, José Sánchez El Rana o Jesuli. Dios estaba al tanto de la iniciativa, porque aquello fue de lo más grande, de lo más decisivo en la multiplicación de estas formaciones que tanto sabor popular, musicalidad y bienestar interior trajeron y traen a las calles en la Navidad.

Manuel Marín 'Periquito'. Manuel Marín 'Periquito'.

Manuel Marín 'Periquito'.

El día 24, al mediodía, la gente acudía, invitada o no, a la Peña a escuchar a aquellos inolvidables personajes cantar al Niño Dios. Ese día era grandioso en Algeciras, las primeras aglomeraciones en la calle Sevilla; donde Dioni y su hijo José, y Rebolo y Manolito se constituían en estrellas de la hostelería y de nuestros hábitos de contacto y de consumo; acabaron rebasando todas las previsiones hasta extenderse a otros lugares al paso de los años. La Peña Cine Cómico y Los Veteranos en la Fuente Nueva eran otras referencias en una socialización generalizada y espectacular. La Pastorada de la Peña Miguelín fue un hito en la historia de nuestras rondallas.

El maestro director, Manuel El Bollo, y el maestro zambombero, Bernardo, los divinos compadres, se constituyeron para mí en imágenes indelebles de un tiempo mágico, de una mañana a la que el gran Manuel Marín Periquito le ponía su Palomita blanca y negra como broche de oro. Fui testigo privilegiado de las actuaciones de esa querida rondalla en Madrid, en la Casa del Campo de Gibraltar, en el Mesón Algeciras de Juan Guerrero y en los estudios de Radio Madrid. La Gran Vía madrileña, la Plaza Mayor o la Puerta del Sol fueron escenarios circunstanciales de La Pastorada, del compás medido que Manuel imprimía a su callado de director, grueso y pulido, del que pendían cintas de todos los colores.

En la mañana del día 24 de diciembre de 1989, en la Peña, escuchando a La Pastorada, Paco Gandolfo, presidente de la peña San Isidro, me cogió del brazo y con la complicidad ostensible de Antoñito Quirós, me dijo: "Alberto, quiero que seas el pregonero de la Ortigada del año que viene". Se me pararon los pulsos, les miré, entre sorprendido y asustado: "Paco, Antonio, –les dije nervioso– ¡que yo no sé de esas cosas!. Era evidente que les daba igual; pero en fin, esa es otra historia que contaré en una próxima entrega.

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