Campo Chico

Calles de dos en una

  • Las calles de Algeciras, en unos pocos casos desempeñan un doble papel en el complejo viario

  • No podíamos imaginar, que aquel horizonte abierto se ocultaría con el tiempo, alejándose de nuestro alcance

Cuando la calle José Antonio se llamaba Eduardo Dato.

Cuando la calle José Antonio se llamaba Eduardo Dato.

La calle Real es quizás la que más ha sufrido entre sus hermanas la dejación de políticos y técnicos a lo largo de muchos años de improvisaciones. Que ahora mencionen esa legendaria salida al mar, que era el Ojo del Muelle, es particularmente emocionante para los que hemos crecido en sus proximidades. Por demás, que se propongan solucionar un desaguisado de decenios con lo que no da ni para comprar un piso de cien metros, es de una imaginación pavorosa. Cabe suponer que de lo que se trata es de hacer un lavado de cara y quizás lo imprescindible para que el pavimento esté algo más presentable.

La evolución de la ciudad ha convertido ese callejón, que tal vez fuera la “puerta del mar” de la ciudad andalusí, en el único acceso desde la Marina y el (ex)Paseo Marítimo a la zona sur, concretamente a la Plaza, donde en aquel tiempo probablemente estarían las atarazanas. Una vieja foto de principios del siglo XX, realizada por Enrique, uno de los hermanos Romero de Torres, permite observar un arco de puente que descubre la existencia de un cauce por el que discurrían los buques hacia el interior. La cuesta, a la que llamamos calle Real los antiguos del lugar y nuestros descendientes en disposición de ánimo, es parte del primitivo trazado. Se llamaba así a la vía urbana que une las dos plazas, la Alta y la Baja, separadas en cota unos catorce metros. Esa circunstancia es la que hace que se aluda a la parte alta y a la parte baja de Algeciras y no un deseo de clasificar a la ciudad.

El eje este-oeste, que es la calle General Castaños, antigua Carretas, podría tomarse como separador de esas dos zonas en que se divide de modo natural, el centro histórico. Se desvirtúa esa cualidad, aplicándole la condición de barrio. San Isidro no es parte de ese casco histórico sino, en este caso sí, un barrio nacido más tarde del trazado primitivo, sobre la colina de la Matagorda.

La calle Real hacia 1970. La calle Real hacia 1970.

La calle Real hacia 1970.

El nombre de José Antonio, impuesto en los primeros años cuarenta, se instaló en el decir popular para designar al tramo alto de la calle Real, y entre idas y venidas de inspiración política hemos ido asimilando la onomástica oficial a efectos administrativos, sin que lo impuesto haya conseguido eliminar a lo tradicional. El nombre de José Antonio sustituyó al de Eduardo Dato, uno de los dos, el otro fue Cánovas del Castillo, que reemplazaron a la primitiva denominación de calle Real.

Curiosamente, tanto el tramo plano como la cuesta han sido renombrados con nombres de dos presidentes del Consejo de Ministros asesinados por comandos anarquistas. Antonio Cánovas del Castillo era malagueño y aunque estudió Derecho en Madrid, fue periodista y sobre todo historiador. Gran político, presidió el Consejo de Ministros en varios períodos durante los reinados de Alfonso XII y de su hijo y heredero, Alfonso XIII. Fue asesinado en un balneario del municipio guipuzcoano de Mondragón, en agosto de 1897, por un anarquista italiano que al parecer quiso vengar la muerte de unos camaradas detenidos y ajusticiados en Barcelona donde, en esos tiempos, el anarquismo industrial sentó plaza junto a la izquierda sindicalista.

La Guardia Civil en General Castaños en 1950. La Guardia Civil en General Castaños en 1950.

La Guardia Civil en General Castaños en 1950.

No muy distinto fue lo sucedido a Eduardo Dato Iradier, coruñés de nacimiento y madrileño de adopción. En este caso, el asesinato se perpetró contra su coche cuando transitaba por la madrileña Puerta de Alcalá, en marzo de 1921. Nuevamente el anarquismo catalán estuvo implicado en el magnicidio. En la biblioteca de Dato ocupaba un lugar relevante la Historia de España dirigida por Cánovas, una cuidada y bella edición de catorce tomos publicada en 1890. Ninguno de los dos nombres de estos dos presidentes del Consejo de Ministros ha prevalecido en la onomástica popular de Algeciras, si bien el de Cánovas se mantiene oficialmente, no obstante su escasa incidencia en el decir popular.

Las calles de Algeciras presentan, en unos pocos casos, una doble cara; desempeñan un doble papel en el complejo viario. Sucede con la calle Real y con General Castaños, incluso con la calle Convento, adonde entre el Ayuntamiento y la Plaza Alta se concentra el mañaneo, el café de encuentro y las tertulias, y entre la calle San Antonio y el parque, el tapeo de mediodía y, sobre todo, el de la noche.

En el tramo oeste de General Castaños, al que como digo, no pocos llaman Carretas, recuperando la primitiva denominación de la calle, estaba el taller de bicicletas más famoso de nuestra historia. Pino retenía la atención de los amantes del pedaleo, una actividad muy popular cuando el piamontano Fausto Coppi, antes, y el toledano Federico Martín Bahamontes, después, se convirtieron en héroes de la muchachada. Alguno de los Pino también competía con éxito y era algo así como nuestro Coppi; hasta daba la sensación de que se parecían. Los ciclistas se parecen mucho unos a otros, quizás porque la indumentaria unifica sus aspectos, pero también porque todos son flacos, fibrosos y tienen la nariz más larga de lo habitual.

John Morrison. John Morrison.

John Morrison.

Una casa cuartel de la Guardia Civil le imprimía carácter a la calle Carretas, cuya historia está ligada a la existencia de un café-espectáculo con una especie de patio en el que se celebraban funciones de teatro y jornadas de boxeo. El café España era propiedad de José Calderón, ferroviario que vino a Algeciras como jefe de tren, procedente de Álora, en el Valle del Guadalhorce. De él heredarían la capacidad emprendedora sus nietos, los Fernández Calderón, a los que ya me he referido un par de espacios atrás.

Aquellos lugares me eran familiares, sobre todo, porque allí vivió un tiempo Carmen Calderón, amiga entrañable de Isabelita Luque y una de las primeras personas con las que visitamos la que sería mi segunda casa, después de la del número 10 de la calle Real en la que nacimos mi hermano Ignacio y yo. Me refiero al piso que compraron mis padres en Rotabel. Era el primero que se construía en un paseo marítimo que, en efecto, lo era. Nos hizo mucha ilusión pensar que ya en adelante, la contemplación de la Bahía sería el espectáculo permanente de las mañanas, al levantarse, y de los atardeceres. No podíamos imaginar, ni de lejos, que aquel horizonte abierto se ocultaría con el tiempo, alejándose de nuestro alcance.

Antes de que nos trasladáramos a Rotabel, en uno de mis primeros veranos de estudiante universitario, mi gran amigo Paco Moya y yo solíamos ir de vez en cuando a sentarnos en la pequeña terraza de la nueva casa. Incluso celebramos un guateque, aprovechando que me habían regalado un pick up por haber ingresado en la Universidad de Sevilla, tras acabar los estudios secundarios en el Instituto y haber aprobado el Preuniversitario.

Paco había terminado el Peritaje Mercantil y se anunciaba la llegada a Algeciras del Banco de Andalucía. Decían, como así fue, en efecto, que iba a instalarse en donde estuvieron Los Gallegos, una freiduría de leyenda que abrió don Arturo Lea, un emprendedor gallego que vino por aquí a hacer la mili. Una de aquellas noches rellenamos la instancia que Paco había de presentar para aspirar a ingresar en el Banco de Andalucía. Paco acabaría haciendo una carrera brillante en el Banco, abriendo como director algunas de las oficinas más importantes de la costa malagueña y situándolas por encima de las demás en volumen de negocio.

Resguardo de Acción del ferrocarril. Resguardo de Acción del ferrocarril.

Resguardo de Acción del ferrocarril.

En la oficina del chaflán entre la calle Real y la Calle Sacramento, de la que Paco Moya fue director al final de su carrera profesional, trabajaron unos cuantos algecireños cuyas personalidades, por distintas razones, trascendieron a ese detalle. Paco López, por ejemplo; miembro de una conocida, estimada y notable familia algecireña, incluso por vía consorte, pionero en la consolidación de la Cofradía de La Columna y autor de un importante relato en torno a la historia y pormenores de nuestra querida Capillita de Europa, entre otras aportaciones al conocimiento de nuestro hábitat. Con él coincidió en aquella oficina Fernando García, el mayor de los hijos de una familia cordobesa que recaló en Algeciras por destino del padre, guardia civil, en la comandancia de la calle Ancha. Hijo de Fernando es el conocido actor algecireño de nombre artístico Álvaro Morte, que interpretó el papel de El profesor en la serie de televisión La Casa de Papel.

La calle Juan Morrison, cuyo nombre recuerda al ingeniero escocés John Morrison Macqueen, que dirigió la construcción del ferrocarril a Bobadilla, formaba parte del dinámico comercio que en torno al estraperlo más o menos legal, más o menos tolerado, dio mucha vida a la zona baja del centro de Algeciras. En una casa próxima a la confluencia con General Castaños crecieron los Mateos. Antoñili, que luego sería la esposa del maestro Miguel Mateo, era una de las muchachas más guapas de mi generación. Sus padres fueron amigos de los míos y sus hermanos, Pepe y Paco, ambos economistas, destacaron como empresarios inmobiliarios. A ellos se debe la inmensa mayor parte de las construcciones con las que se inicio la barriada de San José Artesano, en donde tuve mi tercer domicilio en Algeciras. Luego vendría el Restaurante Montes, tal vez el primero que admitiría esa denominación en una ciudad de mucha barra y poca mesa.

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