Campo Chico

Arnaldo Fernández Calderón y su gente

  • Seguramente, Algeciras, su pueblo y el mío, le distinguirá algún día de algún modo, por iniciativa de sus próceres

  • Arnaldo no ha de preocuparse, porque Algeciras es la mejor de las madrastras, pero no es tan buena como madre

Arnaldo Fernández Calderón.

Arnaldo Fernández Calderón. / Erasmo Fenoy

Isabelita Luque no tenía muchas amigas. De ellas había dos a las que se refería con frecuencia, Genoveva, la hija de don Práxedes, y Carmen Calderón. Pero mientras que la primera fue perdiendo actualidad a medida que pasaba el tiempo, Carmen era como de su familia. Ella y mi tía Isabel, la hermana menor de mi padre, eran para mí dos mujeres esenciales. Carmen ejercía como esteticista y tenía una pequeña consulta en la calle Carretas, en un edifico construido sobre un asentamiento histórico: el solar que ocupó el que tal vez fuera el primer café espectáculo de Algeciras: el Bar Café España. Curiosamente, este histórico establecimiento del Patio de los Calderones (número 41 de General Castaños) fue propiedad de sus padres, que llegaron a Algeciras procedentes de Álora, de la comarca malagueña del Valle de Guadalhorce.

José era ferroviario y había sido destinado a Algeciras en calidad de jefe de tren. La hermana de Carmen Calderón, Isabel, estaba casada con Argimiro Fernández, oficial mayor del Ayuntamiento en tiempos de Ángel Silva, y luego interventor del de Cortes de la Frontera, uno de los pueblos más bellos de los que están a nuestro alcance. En las estribaciones de la Serranía de Ronda, rodeado de campo y montaña, Cortes se convirtió para los Fernández Calderón en un lugar entrañable que a mí me sonaba a algo extraordinario. Cuando marché por primera vez a estudiar a Madrid, subí al tren en la entonces Estación Marítima, en el Puerto, y lo hice pensando que pasaría por Cortes. Me encantaba ver todos aquellos pueblos de una de las rutas ferroviarias más bonitas del mundo, con nombres tan biensonantes como Jimera de Líbar, Arriate, Benadalid o Algatocín.

Aquel inolvidable matrimonio tuvo cuatro hijos, que he tenido la dicha de conocer y de sentir próximos a mí y a mi familia: Abel, José Luis, Argimiro y Arnaldo, que cito en orden cronológico. Todos dotados de una gran personalidad, emprendedores, trabajadores, y magníficos profesionales en el ejercicio de lo que hubiera que hacer allá donde estuvieron destinados. Con Abel y con Argimiro tuve una especial amistad, tal vez por razones circunstanciales. Abel era un gran conocedor de Algeciras y, especialmente, de la política local, pero he de confesar que lo que más me llamaba la atención de él, era su bondad y su actitud positiva ante las dificultades. Por razones de salud estuvo algún tiempo en Madrid, hospitalizado, y tuve la oportunidad de mantener con él muchos ratos de conversación. Tantos años de funcionario municipal, se jubiló como jefe de negociado, le permitió vivir en primera fila e intervenir en la administración de una ciudad compleja que evolucionaba a gran velocidad.

El Paseo Marítomo en los años 60. El Paseo Marítomo en los años 60.

El Paseo Marítomo en los años 60.

Abelito, que era como le llamábamos, empezó a trabajar con quince años en el Ayuntamiento, casi coincidiendo con el nombramiento de Ángel Silva Cernuda a título de alcalde. Algeciras era entonces una ciudad encorsetada por la Fundación Agustín Bálsamo, dueña de la práctica totalidad del territorio circundante, de modo que Abel, como Santiago Fernández Delgado –nuestro entrañable Santiaguito– secretario de la Alcaldía durante muchos años, conocieron de primera mano tanto la expansión territorial como el proceso que transformó, de modo considerable, la ciudad en poco tiempo. Mientras trabajaba, Abel estudiaba lo que llamábamos entonces Comercio, alternativa al bachillerato que permitía gran libertad a los estudiantes, que se examinaban con tribunales venidos de fuera y se preparaban como buenamente podían el título de Intendente Mercantil, que obtuvo, era el precedente al de la licenciatura en Ciencias Económicas y Empresariales.

José Luis era un empresario nato. De vez en cuando me lo encontraba en la oficina de la Redacción de Europa Sur y echábamos un buen rato de charla. Conocía bien las dificultades de los empresarios. Tenía una especial consideración con esa gente que arriesga a beneficio de un proyecto. Aun estando ligado, como su padre y como su hermano Abel, a la administración local; fue secretario de ayuntamiento en varias localidades, Benalmádena entre ellas; construyó en Algeciras varios complejos de viviendas, particularmente Villa Palma, un hito entre las muchas iniciativas inmobiliarias que estaban realizándose en la ciudad, y Promociones Santiago, cerca de la Escuela de Artes, en una zona de expansión hacia el mar.

Villa Palma. Villa Palma.

Villa Palma.

Con Villa Palma, era la primera vez que en Algeciras se asociaban viviendas y zonas ajardinadas. En el caos inmobiliario que sufrió la ciudad en aquellos tiempos de improvisación, Villa Palma era poesía y buen gusto. Allí acabaría instalándose Carmen Calderón después de dejar su pequeño estudio de la calle Carretas. El Secano era poco más o menos el límite al oeste de Algeciras, más allá se mezclaban viviendas unifamiliares con barriadas que iban poco a poco definiéndose y José Luis aprovechó una finca de Juanito (John) Morrison para situar el novedoso complejo de Villa Palma, adonde el gran Antonio Rubio Díaz, el creador de la Sociedad del Cante Grande, plantó su Academia de Inglés, que tanto bien ha hecho e hizo por mejorar el conocimiento de esa lengua entre la gente de la comarca, cuando no había muchas oportunidades para ello.

Más arriba está uno de los árboles más importantes y de mayor solera que se encuentran en la ciudad, un ciprés de los pantanos, semejante al que envuelve el monumento al poeta Gustavo Adolfo Bécquer en el parque de María Luisa de Sevilla. Según no pocos botánicos, el ciprés de los pantanos es “el más bello árbol del mundo”. Está cerca del conocido y popular Ali Oli, el bar más frecuentado por los vecinos de los salesianos, y del edificio de Correos y Telégrafos, que le muestra su fachada. Fue plantado en su finca por Elfrida Eugenia Churchill, espía, sobrina de Percileon Winston, que vivió por aquí y está enterrado en el cementerio viejo. Era pariente bastardo de Sir Winston Churchill, el legendario premier de S. M. Británica.

El ciprés de los pantanos del Secano. El ciprés de los pantanos del Secano.

El ciprés de los pantanos del Secano.

Argimiro Fernández Calderón; cuyo hijo, David, inspector de trabajo, ha desempeñado funciones de gran trascendencia política en la comarca; es una de las personas que son más gratas a mi memoria. Murió joven, después de ser uno de los grandes gestores que hemos podido disfrutar en Algeciras y en toda la comarca. Empezó a trabajar como tal en Ubrique, donde se convirtió pronto en el gestor por excelencia de la pléyade de artesanos marroquineros que trabajan en ese precioso enclave de la sierra gaditana. Me llenó de admiración la gestión que hizo para conseguirle una pensión a Isabelita Luque, que había trabajado en La Africana de cajera cuando nada se quedaba en los papeles. Conté con Argimiro cuando yo asesoraba a la organización Regnum Christi International Universities (RIU) en la creación de una universidad privada en Madrid. Ensayaba la organización implantarse al sur de España y, naturalmente, traté de situar la ubicación en Algeciras. Luego la RIU optó por dedicarse a Madrid en exclusiva y aquello no prosperó. Estábamos en el curso 1994/95 y yo dirigía un Departamento de Prospectiva. Había sido nombrado vicepresidente del Consejo Académico, que presidía el famoso economista Juan Velarde Fuertes, poco antes distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

Contacté con Argimiro y mi viejo y querido amigo se embarcó en la tarea con un entusiasmo, capacidad y eficacia extraordinarios. Se desplazó a Madrid, conoció conmigo todos los detalles del proyecto y empezó a estudiar la situación. Si la RIU hubiera optado por instalarse en la comarca, Argimiro habría sido el gerente de la primera universidad privada que se habría situado en nuestras proximidades. Hizo un trabajo excelente, acorde con su gran calidad profesional y humana. 

Una mesa en casa de Arnaldo. Una mesa en casa de Arnaldo.

Una mesa en casa de Arnaldo.

Los Fernández Calderón de esa generación se acaban en Arnaldo, el más joven a sus ochenta años y el único superviviente de los cuatro hermanos, cuatro personalidades admirables con el común denominador de su bonhomía, su infinita curiosidad y su singular capacidad para hacer lo que haga falta y se ponga por delante. Puestos a ello, Arnaldo es el más representativo de esa síntesis del todo que parece anidar en la naturaleza de esta gente en la que confluyen dos regiones, Galicia y Andalucía, que son el santo y seña de la España redefinida con actores del norte en el espléndido escenario de las tierras del sur. Si tuviera que contar todo lo que ha hecho, todo lo que es Arnaldo, tendría que suprimir los párrafos anteriores y sustituirlos por sus títulos, diplomas, medallas, orlas, distinciones, menciones y condecoraciones.

Su abuela, Clementina, era, como su marido, Arnaldo –los nombres de la saga no fueron ocurrencia del padre de Arnaldo, como se creía–, una gallega de Orense. Profesora en partos, como la madre de Isabelita Luque y la de los Rovira, se diría que afinó para que nuestro Arnaldo, el menor de sus nietos, fuera, como decía Juan Luis, el divino calvo de Facinas, “un parto bien aprovechao”. Nacieron los Fernández Calderón en una España pobre, muy necesitada y casi sin recursos. En una familia modesta sin posibles para enviar a sus hijos a estudiar a los grandes centros universitarios. Así que ellos se lo hicieron todo. Digamos que Arnaldo es procurador de los tribunales y juez de pruebas de regatas a vela, además de lo que va de lo uno a lo otro; detective privado, psicoanalista, defensor togado del pueblo y de sus actores, asesor de partidos y empresas, consejero áulico y algunas cosas de esas que lo dejan a uno estupefacto cuando se las cuentan. Como, por ejemplo, y sin andar rebuscando demasiado: asesor de telegenia. Estuvo en ello, nada menos que en el despacho de Pedro Arriola, el pepito grillo y alma silenciosa del espíritu político del presidente Aznar; sí, sí, el marido de la alcaldesa y ministra Celia Villalobos.

El Patio El Loro en el Secano. El Patio El Loro en el Secano.

El Patio El Loro en el Secano.

No había cumplido los cuarenta años y estaba, por lo tanto, plenamente activo, cuando Arnaldo fue honrado con la Cruz Distinguida de Segunda Clase de San Raimundo de Peñafort, y un par de décadas después con el Diploma y la Medalla al Mérito Profesional del Consejo General de los Ilustres Colegios de Procuradores de España. Todo lo cual puede ser esperable, bien que en casos excepcionales, en alguien familiarizado con el Derecho, lo que no lo es desde luego, es encontrarse con que esa misma persona haya también adquirido conocimientos en el ámbito de la medicina, “su verdadera vocación”, como él mismo dice.

Seguramente, Algeciras, su pueblo y el mío, le distinguirá algún día de algún modo por iniciativa feliz de sus próceres, con algún detalle que suponga que la ciudad es consciente del buen trabajo y la actitud de este último de los Fernández Calderón, que no sólo no desmerece a los anteriores, habiendo sido lo que fueron, sino que los honra compartiendo con ellos apellido y crianza. Pero no debe preocuparse, porque Algeciras es la mejor de las madrastras, pero no es tan buena como madre.

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