Historias de Algeciras

La medicina (LXXIII)

  • Tras regular la higiene en el mercado de abastos, la Junta Local de Sanidad centró sus esfuerzos en los numerosos patios de vecinos de la ciudad, sobre todo en las aguas negras

Uno de los patios de vecinos de Algeciras de finales del siglo XIX.

Uno de los patios de vecinos de Algeciras de finales del siglo XIX.

Tras la publicación del edicto municipal promovido por la Junta de Sanidad para combatir la falta de higiene de los alimentos puestos a la venta en el mercado algecireño, y en el que –según se recogió en la entrega anterior–, se exigía la colocación de: “...tarimas con el fin de evitar que recojan las suciedades del suelo”, prosiguió la actividad sanitaria en nuestra ciudad capitaneada por la citada Junta Municipal. Actividad que por cierto y como muy bien pudieron comprobar los vecinos de la calle Escopeteros, no siempre estuvo acertada. Tras la denuncia presentada ante la Alcaldía por los residentes de aquella pequeña y popular calle que ponía –y pone– en comunicación a la calle Matadero (Tte. Miranda) y Alta (Juan Morrison), mediante la cual informaban al consistorio de: “Emanaciones de escusados que provocan las enfermedades que sufren”, la respuesta obtenida fue el silencio. Ante la urgencia de la situación sanitaria creada aquellos propietarios optaron por: “La construcción de una madrona”, para la cual el Ayuntamiento sí otorgó en sesión plenaria la licencia oportuna previo pago por parte de los vecinos afectados de la tasa correspondiente.

En otro orden de asuntos, la ciencia médica en aquellos primeros lustros del nuevo siglo, gozaba de un gran impulso, valorándose el esfuerzo para la adquisición de nuevos conocimientos por los profesionales que la practicaban, así fue lo que aconteció con un reconocido galeno afincado en Gibraltar: “Procedente de Londres donde ha estado perfeccionando sus estudios, ha regresado á Gibraltar el eminente Doctor Kerr, médico del Hospital Colonial de la plaza muy reconocido y respetado en la comarca”.

De regreso a la rutina sanitaria de nuestra ciudad, comentar que en el Hospital Civil, y según informó su director a la Alcaldía: “Días pasados fué mordido un niño por un perro, y el día anterior según parte del Sr. Morón fué mordido otro niño. Es necesario un mayor control de los perros sueltos”.

En cuanto a la higiene, la junta de Sanidad, además de conseguir la publicación por parte de la Alcaldía del edicto reseñado anteriormente, también presionó lo suficiente para una mayor participación de las fuerzas del orden en conseguir un mercado y calles aledañas más limpias: “Se ha prohibido que las vacas del Sr. Soto entren en la población á causa del estado de suciedad en que tienen la calle Santa María”. La denuncia se refiere al ganadero y carnicero José Soto, quién tenía su negocio en la calle Rafael de Muro. Esta importante zaga de profesionales dedicados a la industria cárnica, principalmente a la expedición de carnes y chacinería, la había comenzado el patriarca José Soto Revolo, quién tras años de laboriosa actividad y algún que otro desencuentro con las autoridades sanitarias locales, había dejado el negocio a sus hijos, de nombres: Juan, José y Emilio; éstos a cambio, acordaron una pensión vitalicia para su progenitor de 2.280 pesetas anuales.

Un edicto municipal contra la falta de higiene en las casillas de la plaza de abastos. Un edicto municipal contra la falta de higiene en las casillas de la plaza de abastos.

Un edicto municipal contra la falta de higiene en las casillas de la plaza de abastos.

De regreso a la preocupación de la Junta Local de Sanidad por el control de las aguas negras, que en el caso de la calle Escopeteros faltó la diligencia debida, quizás esperando que los dueños de las casas y patios asumieran –no sus alquilados–, el coste del saneamiento; desafortunadamente en el pestilente y viejo asunto del patio del Silencio –del que se ha hecho referencia en entregas pasadas– la cuestión estaba al parecer por eternizarse, a pesar de las muchas denuncias de los vecinos como la siguiente: ”Muchos años hace que se ha venido solicitando la desaparición del inmundo escusado del patio del Silencio (ubicado en calle Matadero 29, era propiedad de Josefa Ureba), pero á estas solicitudes las Comisiones del Ayuntamiento, los Alcaldes y dueños de las fincas daban la callada por respuesta como si los transeúntes y el numeroso vecindario careciesen de olfato. Claro es, que para los que están para cumplir la ley se resisten á acatarla debe haber un Alcalde enérgico que sin temor á nada sepa y quiera conseguir lo que es de justicia”. Prosiguiendo la denuncia ciudadana: “Los vecinos de la calle Nueva (Matadero), que durante largo tiempo han estado resistiendo los pestilentes olores de aquel foco verdadero de infección, viéronse sorprendidos agradablemente al ver que varios trabajadores se ocupaban en abrir la cañería cuya construcción ha sido acordada por los dueños del referido patio que han invitado al público en general dejar de presenciar por más tiempo el espectáculo más repugnante que se ha conocido en esta ciudad”. Nuevamente, como había acontecido en la calle Sagasta –recogido en una entrega anterior–, posteriormente en la calle Escopeteros, y a continuación en la calle Matadero o Nueva, la falta de recursos hacía inviable la actuación municipal para después pasar la factura a los dueños de las viviendas o patios afectados. Mientras tanto los pobres vecinos alquilados carentes también de recursos, debían aguardar a que los propietarios acordaran el pago de las obras necesarias. Aquella espera la “pagaban” los humildes vecinos con la moneda de la salud, dada la permanente situación de insalubridad y malos olores que obligadamente sufrían hombres, mujeres y niños.

Algeciras y Gibraltar sufrieron sendos brotes de viruela, más importante en la roca

Desgraciadamente la Algeciras de aquella época, tenía otros problemas relacionados con la salud que también eran motivos de preocupación para las autoridades sanitarias, un falso rumor que nació en Gibraltar sobre la viruela en Algeciras, amenaza con causar un importante daño económico a la ciudad: “Desde la roca se pide que se tomen medidas en Algeciras para evitar la propagación de la viruela á fin de que se tomen las precauciones debidas por las muchas personas que á diario visitan la ciudad”. La reacción de las autoridades políticas y sanitarias locales no se hizo esperar, haciéndose público el siguiente: “En Algeciras existen un total de 37 atacados de viruela, de ellos casi todos menores de tres años, no es para alarmarse tanto cuando en Gibraltar ha habido mucho mayor número de casos”. En cuanto a las medidas que desde el otro lado de la bahía aconsejan que sean tomadas, respondieron los responsables de este otro lado: “En cuanto a las medidas de desinfección de la ropa, debieron haberse tomado hace tiempo en Gibraltar, por cuanto las prendas de los infestados venían de continuo á lavarse en Algeciras, pudiéndose afirmar que la viruela ha sido importada de la vecina plaza inglesa”. Se desconoce el motivo por el que tales ropas de los enfermos, con el conocimiento de las autoridades y por tanto el beneplácito de la Junta de Sanidad, era “lavada” en nuestra ciudad con el consiguiente peligro que pudiera representar para la salud de los algecireños.

Por aquellos días de “dimes y diretes” sobre la viruela entre ambos lados de la bahía, una noticia de carácter sanitario dada la popularidad de su protagonista, corre por la ciudad, expresando el documento consultado: “Le comunico que encontrándose en el Casino el ex Alcalde Don Manuel Pérez Santos fué atacado de un amago de congestión cerebral que en los primeros momentos revistió el carácter de alarmante, encontrándose actualmente fuera de peligro”. Manuel Pérez Santos, ocupó la alcaldía algecireña en 1899 y 1904, propietario de diferentes viviendas en nuestra ciudad, junto a su hermana Mercedes, tenían su residencia en la plaza de la Constitución. Durante su periodo como Alcalde, supo ganarse el favor de los algecireños más humildes al facilitarle la posibilidad de tener un techo digno donde cobijarse ellos y sus familias, como lo demuestra este otro documento: “Alcaldía Constitucional de Algeciras. Negociado de Policía Rural. Escrito número 675. El Ayuntamiento en sesión celebrada el 5 de Agosto último, accediendo á lo solicitado por el vecino Antonio Ruiz Villalba, de 29 años de edad, casado, jornalero y de esta vecindad, según expresa en su instancia. Acordó concederle autorización para construir una barraca de madera de 10 m de frente por 8 m de ancho en terrenos del Saladillo, en el sitio que la Comisión nombrada al efecto y compuesta del señor Teniente de Alcalde Don Juan Sánchez Gil, y concejal Don José Castillo se señale. Según notifico á Vd para su conocimiento y efectos. D.g.á.V. m.a. Algeciras á 24 de Diciembre de 1904. Fdº. Manuel Pérez Santos. Alcalde”. Sin duda, dada la fecha de la notificación, aquellas fueron unas buenas navidades para aquella humilde familia.

La autorización municipal otorgada al vecino Antonio Ruiz, no fue un hecho aislado, como se recogió en una anterior entrega: “Eran tiempos de penurias y estas facilitaban la propagación de las enfermedades. El consistorio municipal con sus siempre escasos medios había de afrontar y ofrecer soluciones para la población: “Dada la subida indiscriminada de los alquileres muchos vecinos han tenido que abandonar habitaciones y cuartos, solicitándole al Ayuntamiento les permita levantar sus barracas junto a la playa del Saladillo, el Ayuntamiento acordó se les conceda el terreno que piden”. Por aquellos días en los que poco a poco se restablecía la salud del apreciado ex Alcalde Manuel Pérez, una luctuosa noticia acapara la atención de los algecireños: “Accidente en las obras del dique de Gibraltar. Sección Muelle Nuevo. Un muchacho español de 17 años de edad, llamado Francisco Olmedo, tuvo la desgracia de caerse á uno de los pozos, que tendrá unos 22 pies de profundidad, siendo extraído del mismo por otros trabajadores. Conducido al botiquín allí establecido, resultó que tenía varias graves en la cabeza y contusiones en el cuerpo. Cuando de primera intención fue trasladado al Hospital Colonial, al llegar era ya cadáver”. La lamentable noticia, de seguro, sería el comentario general entre los trabajadores que de vuelta a casa tomaron cualquiera de los vapores que comunicaban en aquellos años ambas ciudades, ya fuera el Margarita o Elvira de la Algeciras (Gibraltar) Railway Company; como los llamados Aline, Palma o Carmen de la compañía algecireña Sud de España. Muchos de aquellos trabajadores –además de la pena por la muerte del compañero– traerían en sus bolsillos un medicamento que se había puesto de moda, gozando de gran demanda denominado Eucaliptina, que se publicitaba del modo siguiente: “No más calenturas. Eucaliptina. Remedio eficaz para el paludismo y otras calenturas. Unión depósito para España y Marruecos. Farmacia colonial frente al Café Universal. Gibraltar. Consulta diaria á las 12”. La traída de aquellos productos significaba una “ayuda económica” para los precarios sueldos.

El Patio del Silencio era uno de los principales focos de malos olores en la ciudad

De vuelta al asunto de los malos olores en el Patio del Silencio, se vuelve a recriminar a la administración local que: “Tras la primera presencia de los operarios estos no volvieron más”. Prosiguiendo la denuncia: “Ha transcurrido una semana y el escusado sigue destilando materias fecales calle abajo. Algunos vecinos dicen que el Alcalde, con la comisión de Sanidad del Ayuntamiento y el maestro de obras estuvieron en el sitio y tras mucho medir por un lado o por otro, nada se hizo. Sabemos que se ha consultado a los dueños de las infestadas casas la conveniencia de construir una cañería en la calle y que entre en la madrona […], la limpieza del pozo cuesta 50 pesetas cada vez que se necesita, pues lo que convendría es hacer la cañería pues teniendo en cuenta la frecuencia de limpieza del pozo, les resultaría á los dueños más económico hacerla”. Finalizando la denuncia: “La higiene y el saneamiento de una población se ha de imponer ante todo”.

En definitiva, era una época en la que en las farmacias algecireñas como la de Antonio Torres, se vendía el vino de quina de Quirico López, publicitándose: “Compuesto de los mejores vinos de Málaga y quina de Loja y Calisaya (mezcla o trocañejo), por estas razones es el mejor reconstituyente, el más buen aperitivo y un tónico de efectos inmediatos y poderosos, así como es el vino más higiénico y útil y toda persona débil ó fatigada por un trabajo excesivo tanto físico como intelectual, así no es extraño que sea recomendado por todas las academias de medicina del ¡Universo!. Los médicos tienen en él los más grandes recursos para ayudar á su ciencia”. Desgraciadamente hacía falta mucha pedagogía científica para adaptarse a la realidad médica del nuevo siglo. Los poderes públicos y los colegios profesionales tardarían en reaccionar. Pero esa es otra historia.

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