Campo Chico

De Algeciras a Cascorro

La plaza de Cascorro, en Madrid.

La plaza de Cascorro, en Madrid.

Menos mal que aún quedan buenas memorias para soplarme, en sentido escolar estricto, las respuestas adecuadas a las preguntas que me formulo mientras escribo. Hace más o menos un año, Victoria Guerrero me invitó en nombre de la asociación Julia Traducta a pronunciar la conferencia inaugural del curso 2022/23. La titulé Algeciras en el corazón y en la memoria porque se trataba de, recurriendo a la memoria lejana y al corazón cercano, recuperar recuerdos entrañables. Pues bien, no siendo desdeñable la cantidad de memoria a desplegar, el corazón se presta más lealmente a la tarea. El relato es tan querido, tan natural, tan espontáneo, que ese reducto de las emociones que llamamos corazón, emite señales continuamente, sin descanso y sin error. Pero la memoria ¡ah, la memoria! Eso es otra cosa.

Una de las personas que más errores me ha corregido, me ha contado más historias y ha estado ahí siempre que tenía alguna duda, para despejarla, ya nos ha dejado. Juan Guerrero Soriano tenía un conocimiento de la sociedad e idiosincrasia algecireña, que sólo podía compararse con el enamoramiento que sentía por Algeciras y su entorno. Toda su vida en la hostelería, desde que se puso la corbata de palomita con poco más de catorce años hasta su jubilación, al filo del nuevo siglo, en el puente del Mesón Algeciras de Madrid, era la enciclopedia a la que recurrir cuando tratabas de dar con un nombre o aclarar un detalle que no acababas de enfocar como es debido. Empezó a trabajar allá por los primeros años cincuenta, en la terraza del Miramar; en la Marina, junto a la oficina de Transmediterránea y al hotel Marina Victoria; y se nos fue hace unos meses estando, ya retirado, en Pinto, al sur de Madrid, en casa de su hijo Francisco.

Juan era aficionado al fútbol, a los toros y, sobre todo, al flamenco. Así que se constituía en un interlocutor de amplio espectro al que recurrir para escarbar en casi todo. Durante el tiempo que estuvo abierto el Mesón, tuvimos ocasión de encontrar a futbolistas legendarios del Algeciras Club de Fútbol. Rosi, el popular portero titular del equipo en los años cincuenta, tenía un pequeño bar en las proximidades de la plaza de Cascorro, en el corazón del Rastro madrileño. Hablamos un día de la Algeciras de su época, cuando el campo de fútbol del Calvario se llenaba a rebosar y se jugaba sobre tierra, más que batida maltratada. Los domingos a las cuatro de la tarde, la calle Ancha parecía el camino de una romería; después de comer en casa, se tomaba el café en el Piñero y se marchaba a ritmo de tropa hacia la alameda que se extendía entre el Campo y el Casino Cinema.

Busto de Eloy Gonzalo en el Museo del Ejército. Busto de Eloy Gonzalo en el Museo del Ejército.

Busto de Eloy Gonzalo en el Museo del Ejército.

Hablamos con Rosi de Eloy Gonzalo, el héroe madrileño que se jugó la vida cerca de Camagüey, en Cuba, en la zona este de la isla, en un pueblo llamado Cascorro, en la madrugada del día 30 de septiembre de 1896. Es en su honor que en la plazuela del mismo nombre, cerca del bar de Rosi, se eleva la estatua de un soldado armado de cuerda y caja de explosivos, que rememora la hazaña de Eloy, cuando consiguió sobrevivir a la arriesgada aventura de deslizarse hasta un recinto enemigo y volarlo por los aires, atado a una cuerda para que sus compañeros pudieran tirar de él si moría en la misión que había emprendido voluntariamente. Resulta que nuestro celebrado carabinero había estado sirviendo, a petición propia, en la comandancia de Algeciras desde el primer día de agosto de 1894 hasta el 19 de febrero de 1895 en que fue arrestado por insubordinación y condenado a doce años de prisión militar, por haber puesto su mano en “su arma con tendencia de agredir a superior”.

Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, en Madrid. Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, en Madrid.

Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, en Madrid.

Eloy Gonzalo García nació en Madrid, el día 2 de diciembre de 1868, y cuando se fue a cumplir con su servicio militar lo hizo en el segundo Escuadrón del Regimiento de Dragones de Lusitania 12º. de Caballería, llamados “los últimos caballeros de Flandes” y también “dragones de la muerte”. Se incorporó a filas el 5 de abril de 1890, a poco de haber cumplido los veintiún años. La vida militar lo envolvió y pronto, en marzo de 1891 fue nombrado, por elección, soldado de primera y, poco después, en octubre, cabo. Pasado un año, solicitó el ingreso en el Cuerpo de Carabineros y fue destinado a infantería de la Comandancia de Estepona donde, ya en 1893, paso a caballería en un ambiente con el que se sentía más identificado. Por cuestiones sentimentales, se enamoró de una campogibraltareña, pidió el traslado a Algeciras a cuya comandancia se incorporaría el día primero de agosto de 1894.

Barcos en el río Clyde - Grimshaw. Barcos en el río Clyde - Grimshaw.

Barcos en el río Clyde - Grimshaw. / Colección Carmen Thyssen

No le iban a ir bien las cosas en Algeciras a nuestro héroe de la guerra de Cuba. Dos años antes de su llegada se había acabado de construir la línea férrea entre Algeciras y Bobadilla y se remataba la del muelle de madera que facilitaría las comunicaciones marítimas con Gibraltar, establecidas desde los años veinte de ese mismo siglo. De hecho, nuestro hombre debió de contemplar el primer viaje del Elvira, el barco de Transmediterránea, un vapor a paletas botado en Glasgow, construido en uno de los más señalados astilleros fluviales (Río Clyde) de yates del mundo. Algeciras empezaba a despegar, ciertamente, pero a Eloy no le rondaba la fortuna. Había llegado a nuestra ciudad con su certificado de soltería, dispuesto a contraer matrimonio con una moza del lugar (probablemente de Palmones) a la que sorprendió en infidelidades con un teniente de Carabineros. El bueno de Eloy echó mano a su arma, pero pudo ser detenido por sus acompañantes y seguidamente juzgado y condenado.

Unos días después, del arresto del carabinero Eloy Gonzalo, el día 24 de febrero de 1895, tuvo lugar “el grito de Baire” con el que se conoce el estallido de la insurrección en Cuba. Se presentó voluntario para participar en la batalla y eso le valió el indulto. El 22 de noviembre embarcaría en La Coruña con destino a La Habana, concretamente al Regimiento de Infantería María Cristina número 63, en Puerto Príncipe. De tantos españoles de renombre, Santiago Ramón y Cajal entre ellos, que combatieron o sirvieron a España en Cuba y fueron testigos en primera línea de los estertores del más grande de los imperios que en la historia han sido, este hombre sencillo, campesino, criado en Chapinería, es probablemente el más celebrado. Era hospiciano y creció bajo la tutela de un carabinero que lo adoptó, en ese pequeño pueblo de la sierra oeste madrileña, que mantiene desde 1935 una estatua a su memoria en una plaza que lleva su nombre. Madrid capital le ha dedicado una de sus calles más importantes, la calle Eloy Gonzalo, en cuyo número 8, por cierto, se ha abierto hace muy poco un espléndido local sanroqueño, Don Benito, bajo la dirección de Rodrigo Isorni.

La esquina del Piñero, hacia 1950. La esquina del Piñero, hacia 1950.

La esquina del Piñero, hacia 1950.

Mis estancias casi a solas con Juan Guerrero en el Mesón, algunas tardes-noches de diario, cuando apenas si aparecía gente, eran de un continuo escudriñar en el paisaje y en el paisanaje. Yo solía dejar mi despacho en la Universidad, no lejos de allí, bien tarde y con frecuencia me pasaba por aquel reducto de nuestra tierra. Noctámbulo era también Sergio González Otal, que aparecía solo o acompañado de gente de la SER, cuando se terciaba. Aunque las buenas tertulias se formaban los fines de semana, había muchos momentos mágicos y situaciones imprevistas que propiciaban la conversación y el debate. Era inevitable para mí, por asociación de ideas, recordar el marco del Bar Centenario, en las inmediaciones del Instituto. Cuando éramos estudiantes, el bar, que entonces pilotaba el padre de Juanito “el del Centenario”, al que él ayudaba, le daba la réplica mañanera y académica al cabaret de toda la vida, al Pasaje Andaluz y a su pareja pobre, el Bolonia. Hay que tener en cuenta que la carretera de Cádiz a Málaga transcurría por esos pagos, inmediatamente antes de deambular por el Hotel Garrido. De modo que eran lugares “de carretera”, casi de las afueras si no tenemos en cuenta que La Bajadilla acompañaría a ese barrio con nombre de hotel, en la faena de orillar a esa vía interurbana: la Nacional V de Cádiz a Barcelona.

En primer plano, el Hotel Garrido. En primer plano, el Hotel Garrido.

En primer plano, el Hotel Garrido.

Ya después, en las tres décadas prodigiosas con que cumplió su estancia el siglo XX, el Centenario, no obstante su lejanía del entorno de la Plaza Alta, era un lugar de encuentro importante. Siempre fue el bar de los profesores del Instituto, que atendía cuando hacía falta a los alumnos, bien que entonces ya íbamos preparados con el bocata de “carne con bi” o de mortadela del pato, pero el padre de Juanito estaba siempre presto a ayudar con el vaso de agua a quien se le pusiera por delante. Los pocos que éramos amigos de los Sarria, lo teníamos más fácil, porque vivían justo enfrente del Instituto. Una explanada –entonces todavía no estaban ni la gasolinera ni el parque de bomberos– era todo lo que había entre el Instituto y una especie de chalet adosado que era la casa de los Sarria. En la puerta, un Fiat Topolino, verde, descapotable, daba pistas sobre la presencia del patriarca, un hombre de bien como había pocos, y de su esposa en la que se adivinaba mucha bondad al primer golpe de vista.

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