Campo Chico

Sastres y santos

  • Abundaban las tiendas de tejidos y los sastres, al prêt-à-porter aún le faltaban algunos años para que se impusiera

  • Teníamos en Algeciras una legión de curas salesianos que dejarían huella para siempre en nuestros corazones

  • Callejeando hasta evocar a Santacana

La llegada de participantes en la Conferencia de 1906.

La llegada de participantes en la Conferencia de 1906.

Francisco Santacana, comerciante de vinos, licores y vinagres, era de Reus y por razones desconocidas, tal vez comerciales o para el cumplimiento del servicio militar, como tantos otros, debió de aparecer por estos pagos hacia 1830. Había nacido en Reus, una ciudad señorial, cercana a la capital de la provincia, Tarragona, de gran actividad comercial. En Algeciras conoció a la que sería su esposa, Josefa Mensayas, nacida en la ciudad pero con un apellido genovés que delata su ascendencia a través de Gibraltar, de la famosa localidad de la Riviera italiana, donde con bastante seguridad nació Cristobal Colón y una buena parte de los ascendientes de los actuales gibraltareños. 

En el número 29 de la calle Larga (en el tramo que hoy se llama Emilio Santacana), estaba el domicilio y el negocio de los Santacana. El hijo mayor, Francisco, falleció muy pronto y allí crecieron Encarnación, José y Emilio, los dos últimos, alcaldes de Algeciras y el segundo por dos veces. Es curiosa la coincidencia del origen del padre del alcalde de la Conferencia, con el del general Prim. Sería muy aventurado decir que tuvieron que conocerse, tratándose de dos personalidades que anduvieron por lugares diversos y en gran parte distintos, pero de lo que no hay duda es de que pertenecen a la misma generación de reusenses y de que el tamaño de Reus no es para descartar la coexistencia.

Juan Prim y Prats nació en 1814 y, Francisco, el patriarca de los Santacana no debió de nacer lejos de esa fecha. La importancia de Prim en la historia de España sugiere que los algecireños de la época debieron de asociar a ambas personalidades. Prim sería a lo largo de su vida pública gobernador de Puerto Rico, ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros. Tuvo una carrera militar brillante sin haberse propuesto dedicarse al servicio, participó activamente en la Primera Guerra Carlista y hacia 1841, con Francisco recién casado, accede a la política como Diputado en Cortes por Tarragona. Parece que fue en 1903 cuando se dio el nombre de Prim a la calle Torrecilla y muy probablemente, los Santacana tuvieron que ver en ello, pues en esas fechas era una de las familias más relevantes e influyentes de Algeciras.

Granada 1956, 6º de Bachillerato. Granada 1956, 6º de Bachillerato.

Granada 1956, 6º de Bachillerato.

En 1885, Emilio entraría de concejal en la Corporación algecireña y en 1893 sería alcalde. El nombre de la calle Prim cambiaría a Mola cuando el Gobierno estuvo presidido por el general Franco y recuperaría después el de Prim. Es una calle corta aunque muy comercial y transitada. Formaba parte del paseo de los domingos; en los años de posguerra y hasta los últimos años del régimen anterior, la muchachada se concentraba en la calle Ancha, donde el Piñero y el Parque, que marcaban los límites de la ciudad, y desde allí se marchaba a ritmo de paseo, a través del lado oeste de la Plaza Alta, hasta la confluencia de Mola con la calle Larga, en las inmediaciones del Escudo de Madrid, una mercería cuya fachada mantiene el estilo de su época, popularmente conocida por “Los Ratones”.

Los Tejidos López, que rodeaban el chaflán de Mola con la calle Larga, era una de las tiendas del ramo más significativas. Dos de las hijas del propietario casarían, respectivamente, con Leocadio Pérez de Vargas, el gran abogado de la calle Real, y Juan Silva, maestro impresor que vino de Madrid con su hermano, el alcalde Ángel Silva. En la Algeciras de entonces abundaban las tiendas de tejidos, y los sastres; el prêt-à-porter estaba por llegar y aún faltaban algunos años para que se impusiera. Los Tejidos López, Medina, el Siglo XX de los Guerrero, Donizá (Don Isaac), La Africana y Casa Millán, estaban entre los más conocidos. La profesionalidad de estos establecimientos era impresionante.

Calle General Castaños hacia 1900. Calle General Castaños hacia 1900.

Calle General Castaños hacia 1900.

Manolo García, un gibraltareño padrino de mi hermano Ignacio y, de hecho, también mío, que tenía una gran tienda de tejidos en la calle Real de Gibraltar, solía referirse a la calidad de los establecimientos algecireños y a la maestría de sastres como Rendón, Julio Alonso, Pepe Saavedra o José Romero, amén de a la de la pléyade de modistas y modistos que se adelantaron en décadas a las boutiques y tenían en Bastri la representación de su gremio más significativa de la comarca. Cabezón, que tenía un gran establecimiento de sastrería en la calle Arenal de Madrid, a medio camino entre Sol y Opera, abrió allá por el año 1955 una monumental sastrería en la calle Ancha, que incluso disponía de un relaciones públicas, Ricardo Serrano, un bilbaíno que merece consideración aparte. En el equipo de Cabezón llegó Cardona, un menorquín que se integraría espléndidamente en Algeciras con su magnífica sastrería de la calle Rocha, o Primo de Rivera, si se quiere. Cardona vistió generosamente a la Pastorada de la Peña Miguelín durante años.

Ese mundo de la sastrería era una clase social en Algeciras, como también el de los practicantes, cuando eso de poner inyecciones era un arte y tenía su rito. Unos cuantos sastres eran clientes habituales de Los Rosales y amigos de Ignacio. Sobre todo el inolvidable Pepe Saavedra, Julio Alonso y José Romero, al que en el famoso bar de la calle José Antonio, medianero con Correos, llamaban “Romerito”, en unos casos, y “El Chorrito” en otros. Esto último se debía a su modo de referirse al llenado de los catavinos; solía decir ¡niño, un chorrito! a los camareros cuando había apurado su copa o estaban vacías las del pequeño grupo con el que alternaba. El camarero, a la demanda de don José, alzaba la “media bombona”, como llamaba Ignacio a la media botella, y distribuía su contenido entre los reunidos.

La esquina del Piñero hacia 1950. La esquina del Piñero hacia 1950.

La esquina del Piñero hacia 1950.

Con Pepe Saavedra era frecuente encontrar a Pepe Mateo, el comisario del Puerto, padre de los Mateo, los conocidos empresarios inmobiliarios, y suegro del maestro Miguelín. Saavedra tenía su taller precisamente en la calle Mola, o Prim, pegado al Bar Español de Manuel Natera y a la librería Nogue, una referencia entre las de su género. Los dueños de Nogue eran unos hermanos gallegos muy piadosos; de esos que tenían reclinatorio en La Palma, cuidado por Orozco, el sacristán santo que formaba un misterioso dúo con Pablo el campanero. Seguramente muchos pensaban como yo, que Nogue era una simplificación de Nogueira, el apellido de los hermanos, pero no era así. Nogue se componía del “no” de Nogueira y el “gue” de Guerrero, que era el apellido de Alberto, copropietario y uno de los “Guerrero” de los tejidos. Lo he sabido hace muy poco, gracias a otra Guerrero, Victoria, la conductora de la asociación Julia (por Iulia) Traducta.

No pasaba día que yo no estuviera un rato, por la tarde, en Nogue. Luis, el empleado, que lo llevaba todo en la librería, era una persona buena y encantadora, de pocas palabras y miope como todos los grandes libreros. Alberto estaba por allí con frecuencia, pero yo siempre supuse que era como yo, un manía de esos lugares de libros y avíos de escritura. Como sus hermanos, Jesús y Encarna, era un almacén de espiritualidad. Jesús es sacerdote y Encarnita fue monja; nos sorprendió a todos sus compañeros del Instituto cuando decidió tomar los hábitos que años después abandonaría.  Con mi querida Pili López, la mejor de los mejores de mi generación, hablaba yo mucho de Encarnita. La sorpresa se alternaba con la admiración al pensar que nuestra compañera de estudios y paseos había decidido optar por la oración y la clausura.

Algeciras salesiana. Algeciras salesiana.

Algeciras salesiana.

Hasta cuarto, cuando la mayoría estaba en los catorce de edad y yo en los doce, no descubrimos a las chicas. Las niñas estaban aparte, en el piso de arriba, y nosotros en la planta baja. Más de la mitad de los unos y de las otras abandonaba en ese curso los estudios secundarios y se incorporaba al trabajo familiar, a ejercer de aprendiz, a estudiar peritaje mercantil o a alguna de las pocas carreras que como magisterio o náutica no exigían más que el llamado bachillerato elemental. Yo, con eso de haber hecho a la vez ingreso y primero, y cumplir los años en agosto, era un par de años más joven que casi todos los demás. Tanto es así que nuestro querido Pepe Pérez Martínez, el padre de Susana, nuestra presidente comunitaria, me llamaba “el niño” y tal fui así ya en adelante, para los demás compañeros.

Alberto se hizo desde muy joven miembro numerario de una institución religiosa y Jesús se marchó al seminario diocesano de Cádiz. Teníamos en Algeciras una legión de curas salesianos que dejarían huella para siempre en los que tuvimos el privilegio de aprender con ellos a ser personas con cuerpo y alma. Don José María Márquez y Don Miguelito, en San Isidro, se instalaron en nuestros corazones y ahí siguen como si fuera el primer día. Don Francisco, el párroco de La Palma, nos daba religión en el Instituto y alternaba “mi amigo” con “canalla” cuando se refería a cada uno de nosotros. Pérez Martínez lo imitaba con una habilidad admirable; a él le llamaba directamente “canalla”. Yo tenía de compañero de mesa en 2º C a Pepe Romero, un accitano (de Guadix) con el que mantengo indeleble el contacto. Luego tuve a Antonio Contreras Pérez, un hombre de una notable elegancia personal, y a Santiago Sarmiento Shamuti, un adelantado en casi todo, que nos fue descubriendo la música y las bibliotecas a los más atrasados y que era capaz de acompañar a Antonio López Canales a San Roque montando los dos en bicicleta. 

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