La esfera armilar

Alberto P. De Vargas

Allá por Despeñaperros

EL pasado lunes, día 16, se cumplieron ochocientos años de la batalla de las Navas de Tolosa, uno de los más grandes acontecimientos bélicos de la Historia de España. La leyenda radica el nombre del desfiladero por el que trascurre la ruta más significativa del más acá al más allá de Andalucía, en el proceder de las huestes cristianas contra el invasor musulmán: llamábanse "perros" a los infieles que estaban siendo despeñados por aquellos riscos tan bellos, sin embargo, cuando se contemplan en paz. Como quiera que los adjetivos fieles e infieles dependen de los puntos de vista: son fieles los de por aquí e infieles los de por allí, conviene aclarar que en este trance los infieles eran los musulmanes.

España, la península toda, así como ya se llamaba entonces y antes de que los árabes y otras etnias del islam asentaran sus reales en su suelo, estaba tratando de recuperar su identidad y sus tradiciones civiles y religiosas, cuando los reyes de Castilla, Alfonso VIII, de Aragón, Pedro II, y de Navarra, Sancho VII, concentraron sus fuerzas en Toledo para terminar; empezar a terminar, más bien; el trabajo de reparación que se iniciaría en Covadonga un mes de mayo de poco menos de tres siglos antes, cuando un noble visigodo conocido por Don Pelayo, primo del rey Rodrigo, que sobrevivió al desastre del Guadalete (Wadi Lakka, para los hermanos musulmanes), con apenas tres centenares de paisanos empezó a dar guerra preparando los caminos que terminaron de recorrer los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, el día 2 de enero de 1492, recuperando Granada y poniendo el fruto que la nomina, a manera de guinda, en el escudo de España.

Los musulmanes comenzaron a replegarse pensando en volverse a las tierras de sus ancestros. Andalucía heredó el nombre árabe de lo que era poco menos que la Hispania romana o la Iberia griega y el castellano adaptó un buen puñado de voces a su toponimia y terminología. Con las Navas de Tolosa se inicia el definitivo tramo del proceso que devolvería al territorio su configuración natural: antropológica, religiosa, geográfica y culturalmente.

Seis siglos después de fecha tan decisiva; ignorada en la práctica por la Junta de Andalucía y celebrada modesta pero vigorosamente, por los ayuntamientos jienenses de La Carolina y Santa Elena con la estimable colaboración del Ministerio de Asuntos Exteriores y la insólita ausencia de la Casa Real; Cádiz y La Isla acogerían la promulgación de la Carta Magna con la que se le dio el portazo a los absolutismos, los fascismos y las dictaduras situándolos jurídicamente fuera de contexto. Lo que, por manifiesta incompatibilidad, jamás habría sido posible con el islam al día y en activo.

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